Neuroarquitectura del aula

Marta Bueno y José R. Alonso

En una sociedad como la nuestra, primer mundo, desarrollado y tecnológico, el 90% de nuestro tiempo lo pasamos en el interior de un espacio construido por el hombre. El entorno afecta a nuestras sensaciones de bienestar o de incomodidad, de paz o de inquietud. El lugar en el que estamos nos puede hacer sentir en un refugio, protector y hogareño o, por el contrario, en un entorno hostil del que tenemos ganas de salir huyendo. A partir de las sensaciones que percibimos en una estancia podemos intuir una intersección entre la neurociencia y el espacio en el que nos movemos. Los arquitectos están interesados en saber cómo afectan los espacios a ciertas respuestas neuronales -calma, placer, confort, bienestar- y buscan aplicaciones neurocientíficas para mejorar sus diseños.

En varios estudios (Vartanian et al. 2013, 2015) un grupo de voluntarios valoraron 200 fotografías de interiores arquitectónicos que variaban en tres características básicas: altura de techo, formas curvilíneas o rectilíneas y recintos cerrados o abiertos. Concluyeron que las habitaciones con techos más altos tenían más probabilidades de ser consideradas bellas en comparación con las habitaciones con techos bajos. Igual pasaba con las habitaciones abiertas y diáfanas que fueron valoradas como más agradables que las salas cerradas, con puertas y ventanas mínimas o inexistentes, que generaban una sensación de deseo de huida. En cuanto a los contornos curvilíneos, eran considerados más amables y acogedores en comparación con las líneas rectas, aunque estas últimas dominen en la mayoría de los inmuebles. Aun así, recordemos las sensaciones en las maravillosas casas Milá o Batlló en la ciudad de Barcelona.

Otro resultado, quizá más interesante, es que existe una correlación entre belleza y actividad neuronal dentro de la corteza prefrontal medial. Esta región cerebral es clave en nuestros procesos de evaluación, juicio crítico y planificación y forma parte del circuito de recompensa, el grupo de áreas cerebrales que nos premia con una sensación placentera cuando hacemos algo positivo para la supervivencia del individuo o de la especie. En resumen, la experiencia estética de los interiores arquitectónicos se fundamenta en los mismos detonantes que ponen en marcha el sistema de recompensa; es decir, estar en un espacio arquitectónico bien logrado (volúmenes, instalaciones, iluminación, mobiliario, etc.) genera una respuesta cerebral comparable a la que nuestro encéfalo muestra ante una obra de arte magnífica, una buena comida, el placer del sexo o un desafío conseguido.

Recientemente, el mismo equipo ha realizado un estudio en el que 800 personas debían calificar online sus sensaciones con las mismas imágenes que en los estudios anteriores, 200 interiores arquitectónicos, según 16 factores psicológicos. En primer lugar, se comprobó que estas etiquetas se podían reducir a tres: coherencia, fascinación y confortabilidad. La coherencia hace alusión a la armonía, implica no incluir un mueble barroco en un baño hi-tech minimalista; la fascinación es el efecto de asombro, el que consigue una sala de baile tipo Sissí con espejos dorados, arañas brillantes y paredes de mármol; y confortabilidad es la sensación hogareña típica que sugiere la imagen de un sillón de orejas frente a la chimenea encendida, aunque cada uno tiene su idea personal de guarida para el descanso del guerrero (o la guerrera). Aparentemente, con esas tres variables se pueden explicar perfectamente las reacciones de las personas a los interiores arquitectónicos. En definitiva, todos valoramos el equilibrio del entorno que ocupamos, la curiosidad por un espacio que nos resulta llamativo y lo bien que nos hace sentir un lugar, la sensación de «hogar», aquello de estar «como en casa».

Los investigadores repitieron la prueba con 600 participantes diferentes, pero ahora sólo con estas tres variables, ya no con los 16 factores iniciales usados para etiquetar las imágenes. Se probó así la hipótesis de que estas tres dimensiones psicológicas tienen impacto en nuestros cerebros ya que todas las imágenes quedaron perfectamente catalogadas de acuerdo con esas tres variables: coherencia, fascinación y comodidad.

Un tercer experimento llevado a cabo con una muestra menor de participantes utilizó escaneado cerebral con resonancia magnética para observar a tiempo real las regiones neuronales de estos voluntarios activadas mientras contestaban a estas dos preguntas: ¿Cree que ese espacio es hermoso? ¿Desearía estar en él?

Los hallazgos fueron asombrosos ya que las imágenes de sitios con una nota muy alta en la coherencia activaban la circunvolución occipital inferior izquierda cuando los participantes juzgaban la belleza, con las imágenes fascinantes ocurría algo similar porque ponían en marcha un área neuronal específica también relacionada con la belleza y las imágenes con un grado alto en confortabilidad activaban el cuneo izquierdo cuando los participantes afirmaban que les apetecería estar en ese recinto. Es decir, tenemos localizadas en el cerebro las sensaciones de belleza del espacio y la decisión de permanecer en ese lugar o no.

La conclusión principal de este análisis es que las regiones visuales de nuestro cerebro albergan respuestas a estas dimensiones psicológicas subjetivas, de las cuales tal vez ni siquiera seamos conscientes. No solo vemos, sino que valoramos la belleza y nuestra disponibilidad para «insertarnos» en ese paisaje arquitectónico, para vernos en él.

Si tenemos en cuenta que la arquitectura nos provoca diferentes emociones que una resonancia cerebral permite visualizar, podemos reflexionar sobre los entornos de aprendizaje y los lugares en los que los estudiantes pasan tantas horas de su vida. Incluso si partimos de muchos edificios que ya están construidos y se utilizan como escuelas, podemos adaptar los espacios para favorecer el aprendizaje de nuestros alumnos en ellos, haciendo que mejoren su valoración en esas tres variables: coherencia, fascinación y habitabilidad.

Una lista que podría dar nociones básicas para hacer el aula más agradable es la siguiente:

  1. Los espacios de aprendizaje deben ser confortables. El malestar y la incomodidad distraen.
  2. La mejor luz para un aula es la natural. La iluminación artificial debe ser modulable para adaptarse a horarios, latitudes y actividad. Son preferibles los espacios amplios y diáfanos, con buena temperatura y una ventilación adecuada.
  3. Los asientos deben ser móviles y flexibles para que permitan diferentes patrones y configuraciones del aula. Un espacio versátil es fácil de adaptar a más de una actividad.
  4. Las zonas lúdicas son fundamentales. El juego crea un compromiso de aprendizaje significativo. Incluso en cursos superiores el objetivo del juego, del reto, del desafío, favorece el aprendizaje. respondemos a estímulos básicos y divertidos que nos provoquen y muevan a la acción.
  5. El espacio exterior no debe ser un territorio prohibido, sino un complemento del aula, para aprender otras cosas, para experimentar otras sensaciones, para generar novedad, sorpresa, aspectos que redundan favorablemente en la actividad cerebral.
  6. La accesibilidad tecnológica es un punto clave. Las aulas deben tener enchufes de todo tipo (internet, electricidad, cañones, etc.), cableado adecuado (pantallas, sonido) que permita la reestructuración del aula. Lo que vayamos a necesitar, debe estar a mano. También deberíamos pensar en cómo reducir costes, usando menos aparatos independientes y más servidores con «ordenadores esclavos», más conectividad, más flexibilidad. Un ejemplo positivo pueden ser las impresoras en red, ya no nos planteamos tener una en cada aula.
  7. El ruido es un enemigo del aprendizaje. Debemos tener una sonorización adecuada, algo que suele ser difícil de conjugar con desarrollos deseables como tabiques móviles o espacios diáfanos.
  8. Suena exagerado pero un baño adjunto al aula en Infantil y primeros cursos de Primaria soluciona conflictos de concentración del alumno, permisos y tiempos perdidos.
  9. En cuanto a la creatividad, esta puede aparecer en cualquier lugar, incluso en celdas sin ventanas, pero es preferible fomentarla con espacios adecuados en lugar de mantener los tradicionales que promueven la productividad y fueron diseñados en la revolución industrial para maximizar la eficiencia.
  10. En el diseño del aula es imprescindible pensar en el trabajo en equipo. El trabajo en grupo es una competencia transversal prioritaria y es preferible colaborar para resolver problemas. Tendría sentido estructurar las aulas para aprender y trabajar en grupos de distinto tamaño.
  11. Es muy conveniente organizar bien las áreas de almacenamiento como armarios y estanterías. El orden es un componente clave de los entornos de aprendizaje exitosos, con todo el material fácil de localizar y recoger.
  12. Es imprescindible diseñar espacios que promuevan la equidad. En ocasiones, habrá que recurrir a medios y soluciones adecuadas para cubrir necesidades específicas. Cualquier alumno se tiene que sentir bienvenido en un aula.
  13. La señalización de recintos, espacios, ubicación de recursos, entradas, salidas, departamentos, etc. es también un elemento importante, incluso contar con marcas en el suelo que señalen rutas o den instrucciones.

En definitiva, las aulas podrían llegar a ser espacios que los estudiantes no quieran abandonar o, al menos, de los que no tengan tanta prisa por salir. Ni el hábito hace al monje ni visitar el aula de fray Luis de León nos vuelve sabios, pero es importante considerar cambios en los espacios de aprendizaje. En nuestro cerebro hay actividad cuando un diseño arquitectónico nos asombra, nos sugiere agudizar los sentidos, nos demanda atención o nos inspira sosiego. Otro factor importante es sentir que las instalaciones tienen calidad, que la educación es una actividad valorada y los espacios educativos merecen la mejor inversión. Del mismo modo, los ambientes cuidados y amables para el estudio predisponen a nuestros alumnos a tener una actitud respetuosa y abierta. Si nos cuidan, notamos que confían en nosotros y respondemos a esa deferencia. Es así, si confiamos en nuestros alumnos, tanto como para cuidar los detalles de un aula bien diseñada, responderán a las actividades propuestas, motivados a participar y a disfrutar del placer de aprender.

 

Referencias

  • Coburn A, Vartanian O, Kenett YN, Nadal M, Hartung F, Hayn-Leichsenring G, Navarrete G, González-Mora JL, Chatterjee A (2020) Psychological and neural responses to architectural interiors. Cortex 126 217–241. DOI: 10.1016/j.cortex.2020.01.009
  • Vartanian O, Navarrete G, Chatterjee A, Fich LB, Leder H, Modroño C, Nadal M, Rostrup N, Skov M (2013) Impact of contour on aesthetic judgments and approach-avoidance decisions in architecture. Proceedings of the National Academy of Sciences 110:2 10446–10453. DOI: 10.1073/pnas.1301227110
  • Vartanian O, Navarrete G, Chatterjee A, Fich LB, Gonzalez-Mora JL, Leder H, Modroño C, Nadal M, Rostrup N, Skov M (2015) Architectural design and the brain: Effects of ceiling height and perceived enclosure on beauty judgments and approach-avoidance decisions. Journal of Environmental Psychology 41 10–18. DOI: 10.1016/j.jenvp.2014.11.006

José Ramón Alonso

CATEDRÁTICO EN LA Universidad de Salamanca

Neurocientífico: Producción científica

ORCIDLensScopusWebofScienceScholar

BNEDialNetGredosLibrary of Congress


Una respuesta a «Neuroarquitectura del aula»

  1. Avatar de Francisco

    Gracias, atentamente leído. Creo que esto le gustará también a los colegios de arquitectos. Saludos.

Muchas gracias por comentar


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