La última justa caballeresca

La irrupción de las armas de fuego cambió para siempre la estrategia de la Guerra y el propio perfil del combatiente. Pero durante años se mantuvo la imagen medieval del caballero. Incluso en pleno siglo XVI cuando los arcabuces y la artillería decidían las batallas se seguían realizando justas y torneos como continuación del espíritu caballeresco, como entrenamiento para los lanceros y como deporte de las clases nobles. Y se mantuvo así hasta que un accidente craneoencefálico hizo que se clausuraran para siempre.

Enrique II de Francia nació el 31 de marzo de 1519.  Cuando su padre el rey Francisco I fue capturado en la batalla de Pavía por las tropas españolas, se acordó que Enrique y su hermano mayor, el Delfín, pasaran a España como rehenes donde vivieron tres años en cautividad. El día en que los niños partían de París una hermosa noble, Diana de Poitiers, se acercó a Enrique y frente a la frialdad de la Corte, le dio un abrazo lleno de afecto. De vuelta a Francia, se organizó el matrimonio de Enrique con la florentina Catalina de Médici en 1533 cuando los dos tenían catorce años. Parece que su padre, el rey Francisco I supervisó la consumación del matrimonio, anunciando que ambos habían tenido “valor en la justa”.

Catalina era rica pero no hermosa por lo que al año siguiente, a sus quince, Enrique se lanzó a los brazos —y a algo más, según parece— de Diana de Poitiers, viuda que entonces tenía treinta y cinco años de edad. Enrique tenía pasión por los torneos y justas y combatía llevando en su lanza siempre los colores de Diana en vez de los su esposa Catalina. En 1536, su hermano Francisco muere tras un partido de pelota y Enrique se convierte en el heredero del trono. Sucede a su padre a los 28 años y es coronado rey de Francia el 25 de julio de 1547 en la catedral de Reims. Once años más tarde, en 1558 su hijo mayor, Francisco se casó con la bella María, reina de Escocia, que había sido llevada a Francia por su familia materna para mantenerla alejada del alcance de los ingleses. Los franceses pretendían conseguir Escocia a través de esa boda y rodear a Inglaterra por el norte y por el sur.

Diana se convirtió en la confidente del rey, en su consejera y llegó a firmar documentos reales. Dejó a Catalina totalmente inoperante pero insistía a Enrique en que durmiera con ella con el objeto de concebir herederos para el trono. Algunos cortesanos habían recomendado al rey repudiar a Catalina y ella, desesperada, hacía todo lo posible por quedarse embarazada, probando todos los remedios y supersticiones de la época con ese objeto. Entre ellos estuvo colocar estiércol de vaca y polvo de astas de ciervo en su “fuente de la vida” y beber orina de mulo. Debieron funcionar porque tuvieron diez hijos.

Enrique tuvo otras amantes pero sus diversiones favoritas fueron siempre la caza y los torneos. En junio de 1559 se celebró un festejo de tres días de duración en París para celebrar el tratado de paz de Cateau-Cambrésis entre España, Francia, e Inglaterra. Entre las cláusulas estaba que la hija de Enrique, Isabel de Valois se casaría con el rey Felipe II, y su hermana Margarita, duquesa de Berry, con el Duque Emmanuel Filiberto de Saboya.  Para celebrar el tratado de paz y el doble enlace se programaron una serie de festejos donde, cómo no, se incluyeron torneos y justas.

El rey se apuntó a correr unas lanzas delante de toda la nobleza. Entre el público estaba la reina Catalina, la reina María de Escocia y, por supuesto, Diana de Poitiers. Enrique estaba mareado y cansado después de un día sin parar y Catalina intentó persuadirlo de no participar más, algo a lo que él se negó. Sus resultados, siempre llevando  los colores de Diana de Poitiers eran buenos en los distintos lances hasta que el joven conde Gabriel de Montgomery, capitán de la Guardia Escocesa, casi le descabalgó en un duelo. La reina Catalina, el duque de Saboya y otros amigos intentaron convencerle de dejarlo pero el rey insistió en una revancha con Montgomery, que hizo todo lo que pudo para no tener que aceptar. El combate se celebró con tan mala suerte que la lanza de Montgomery se quebró contra el casco del rey y las astillas atravesaron el ojo derecho de Enrique, rompiéndole el globo ocular.

Según testimonios presentes: “Tras recibir la herida el rey pareció que se caía de un lado y luego del otro pero eventualmente, por sus propias fuerzas, consiguió mantenerse en la silla. Tras desmontar y rodeado por espectadores que corrieron hacia él, mostró una pérdida de consciencia aunque más tarde subió las escalares hasta su cámara sin casi vacilación”.

Montgomery se apresuró a arrodillarse delante de él y a pedirle que ordenara cortar su cabeza y su mano como castigo pero el rey le dijo que no era su culpa y que se había comportado con bravura y corrección. El Rey fue llevado a sus habitaciones en el Château des Tournelles. Sir Nicholas Throckmorton, el embajador inglés, que estaba también presente escribió: “Le note muy débil, había perdido la sensibilidad en todas sus extremidades y cuando se lo llevaron, tumbado, no movía ni manos ni pies sino que yacía acostado como uno que hubiera sufrido un pasmo.”

Los médicos del rey quitaron la astilla del ojo y otras que habían entrado en su cabeza y en su garganta y sangraron al paciente que volvió a quedar inconsciente. Se pensaba que lo peor que le podría pasar era la pérdida del ojo. El Rey fue examinado por los médicos de la Corte y en particular por el cirujano del rey, Ambroise Paré, una eminencia de la época.Cuando el rey Felipe II se enteró de la noticia, mandó que uno de sus médicos personales Andreas Vesalio que estaba en Bruselas se desplazara a Paris para intentar ayudar. Paré y Vesalio son probablemente los dos médicos más famosos del Renacimiento.  Vesalio llegó a París el tres de julio y se dice que examinando al Rey realizó una fuerte flexión del cuello del paciente que le provocó un meningismo. 

El meningismo es un trío de síntomas (rigidez de nuca, fotofobia y dolor de cabeza) que se observa cuando hay, por ejemplo, una meningitis o una hemorragia subaracnoidea. Paré y Vesalio expresaron un pronóstico muy negativo, el Rey no se recuperaría.

La reina Catalina, decidida a intentar tener clara la lesión que sufría su esposo y buscar una cura “mandó decapitar a cuatro criminales y meter lanzas rotas en los ojos de los cadáveres con un ángulo de penetración adecuado”. Aunque brutal, era un planteamiento muy cercano a la investigación científica. Mientras tanto, Paré y Vesalio tuvieron una consulta conjunta, valoraron y desecharon la posibilidad de hacer una trepanación, no había ninguna garantía de éxito. Mientras tanto “desde el cuarto día de su lesión hasta su muerte, el Rey tuvo fiebre. Antes de morir, su brazo y su pierna izquierda quedaron paralizados y una convulsión de larga duración se observó en el lado derecho de su cuerpo. Al final, la respiración era muy dificultosa y murió al undécimo día”.

Vesalio hizo una historia clínica y un detallado informe postmortem

Aunque el ojo estaba enormemente hinchado, mantenía una visión completa, indicando que no había habido ruptura de la fuerza nerviosa. El hueso del cráneo en la región frontal estaba completamente intacto aunque había un hinchamiento edematoso de la frente. … El globo ocular derecho todavía tenía un gran número de astillas, como estacas… Las membranas del cerebro y el propio cerebro en la frente y tras el globo ocular derecho, que uno pensaría que solo se podrían salvar por una suerte extraordinaria aparecían bastante intactos y la membrana dural aparecía por todas partes sin daño. Pero la membrana pegada a ella algo más posteriormente tenía un color amarillento por la longitud de un dedo, la anchura de dos y la profundidad de un pulgar. Toda la parte izquierda se veía llena de un fluido seroso que se desplazaba como si hubiese sido afectado recientemente por putrefacción o algún tipo de gangrena. … Así, la condición pútrida probaba que el cerebro había chocado con el cráneo sufriendo una concusión y un choque y no que la condición hubiera sido causada por un daño al cráneo.

La idea general es que el primer combate le causó una concusión, un golpe del cerebro contra el cráneo que le dejó algo mareado y probablemente con la habilidad y la agilidad mental afectadas. En el segundo combate, no solo no estaba en condiciones de luchar sino que un mal desempeño pudo tener que ver en el desastroso resultado. En esa época sin antisepsia ni antibióticos, tras la herida se produjo una infección que se extendió desde la zona de lesión en el ojo a través de las venas oftálmicas en el seno cavernoso, formando un gran absceso cerebral.

Durante la agonía, Catalina tomó el control, se mantuvo al lado de la cama de su marido y prohibió que Diana de Poitiers entrara en la habitación a pesar de que Enrique reclamaba constantemente su presencia. El 9 de Julio se le administró la extremaunción y el día 10, expiró de septicemia. Tenía cuarenta años.

Diana de Poitiers fue expulsada de la corte y se le ordenó que devolviera todas las joyas que Enrique le había regalado, aunque luego se la dejó vivir en paz una vida acomodada. Montgomery se retiró prudentemente a sus fincas en Normandía y se convirtió al protestantismo. Con eso selló su destino porque cuando Catalina de Médici, que le odiaba, tuvo una oportunidad, le detuvo y le mandó decapitar.

El nuevo heredero era Francisco II, el esposo de María de Escocia pero murió 12 meses después, en 1560. Le sucedió su hermano Carlos IX que tenía 10 años con su madre Catalina como regente. María, que había perdido interés para la dinastía de los Valois no era bien recibida y volvió a Escocia en 1561. De Carlos, Catalina dijo “Después de a Dios, al único que reconoce es a mí”. Vivió hasta 1574 en que fue sucedido por otro hermano, Enrique III. Con sus tres hijos sucesivamente en el trono y su conocimiento de la corte y sus luchas de poder, Catalina se convirtió en la fuerza dominante de la política francesa casi hasta su muerte en 1589. Fue una época convulsa para Francia, con terribles guerra de religión y que perdida Italia tuvo que asistir sin un verdadero protagonismo al enfrentamiento entre España e Inglaterra por el dominio de Europa.

La muerte de Enrique II ha sido usada por los crédulos en las profecías y el esoterismo por su relación con Nostradamus. En su cuarteta 1-35 dice así el supuesto vidente francés:

“El león joven vencerá al viejo

En el campo de batalla, en duelo singular

En su jaula de oro le vaciará los ojos

Dos combates en uno, después él morirá, una muerte cruel”.

Resulta sorprendentemente parecido al fatal episodio de Enrique II pero como muchas veces sucede, es fácil acertar con el futuro, cuando ya ha sucedido. La profecía de Nostradamus se publicó por primera vez en 1614, cincuenta y cinco años después de la muerte de Enrique. ¡Así cualquiera acierta!

Para leer más:

José Ramón Alonso

CATEDRÁTICO EN LA Universidad de Salamanca

Neurocientífico: Producción científica

ORCIDLensScopusWebofScienceScholar

BNEDialNetGredosLibrary of Congress


Una respuesta a «La última justa caballeresca»

  1. […] Alonso JR (2012) La última justa caballeresca. http://jralonso.es/2012/09/20/la-ultima-justa-caballeresca/ […]

Muchas gracias por comentar


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