Descartes y el jet-lag

La epífisis es una pequeña glándula, del tamaño de un grano de arroz a una lenteja, situada en la parte superior del cerebro. En vertebrados de sangre fría, peces, anfibios y reptiles, esta glándula contiene fotorreceptores. Es asimilable, por tanto, a un tercer ojo y se considera parte de las rutas que llevan la información visual, siendo capaz de convertir la información luminosa en secreción hormonal. La epífisis o glándula pineal también interviene en el control del inicio de la pubertad. Produce melatonina y la cantidad secretada es proporcional a las horas de oscuridad, iniciándose al anochecer y cesando la producción poco antes del amanecer. Mediante esta secreción, distintos órganos del cuerpo se enteran de las condiciones ambientales del exterior, en particular de la duración y la intensidad de las horas de luz. De este modo, se regulan los ritmos biológicos, afectando también a las funciones reproductoras. Por eso, cuando nos movemos con rapidez de zonas con unas horas de luz a otras distintas, nuestro organismo se desajusta y decimos que tenemos jet-lag y por esta estructura también, cuando llega la primavera, decimos que “la sangre altera” y tomamos un nuevo interés en la reproducción, o al menos —según mis estudiantes— en las prácticas sexuales.

El jet-lag es uno de esos trastornos creados en el siglo XX. Hasta entonces viajábamos en barco, a caballo o a pie y nos íbamos acostumbrando gradualmente al cambio horario. En 1931, dos pioneros de la aviación, Wiley Post y Harold Gatty dieron una vuelta al mundo en poco más de nueve días, con el objetivo de romper el récord de velocidad que tenía el Graf Zeppelin, mencionando que tenían dificultad para conciliar el sueño, somnolencia, dificultad en la atención, irritabilidad y problemas digestivos como estreñimiento o diarrea. Una nueva enfermedad ligada al mundo moderno acababa de ser descubierta.

El jet-lag también se llama disritmia circadiana, descomposición horaria o síndrome de los husos horarios. Se basa en que nuestro reloj circadiano interno, el que nos marca los ritmos de vigilia y sueño, prevalece sobre las señales exteriores. Así, si viajamos hacia el este, no nos conseguimos dormir al llegar la noche y si viajamos hacia el oeste, nos dormimos aunque sea todavía de día. Se dice que, en condiciones normales, el jet-lag dura un día por cada huso horario que hayamos cruzado. También parece que para la mayoría de la gente es más fácil viajar hacia el este. Se piensa que es debido a que nuestros relojes cerebrales tienen más de 24 horas por día y por eso es más fácil trasnochar que madrugar, para la mayoría de nosotros.

El circuito neuronal es complejo: la luz llega a la retina, desde donde se mandan señales al núcleo supraquiasmático del hipotálamo, una zona que coordina los relojes biológicos. Axones del hipotálamo descienden hacia la médula espinal y proyectan sobre los ganglios cervicales superiores desde los cuales neuronas postganglionares mandan sus axones a la epífisis, que es la que decide cuánta melatonina hay que producir.

Para minimizar el jet-lag, lo mejor es dormir bien antes de viajar, intentar dormir en el avión en los horarios lógicos, evitar las bebidas con alcohol o cafeína, beber mucho agua, comer poco y en pequeñas cantidades, vestir ropa cómoda y usar gafas de sol para proteger los ojos. Para superar el jet-lag una vez afectado por él, lo mejor es el ejercicio y la luz natural y, mucho menos útil y más caro, los suplementos de melatonina. Si vuelas hacia el este, tienes que salir a andar en el lugar de destino, dos o tres horas antes de cuando tu reloj biológico te diría que es la hora de despertar. Como allí es final de la mañana o por la tarde, hay luz de sobra y conseguirás ir deteniendo la síntesis de melatonina. Cuando vueles hacia el oeste, disfruta de una luz intensa cuando te empiece a venir el sueño en tu punto de destino, varias horas antes de la hora en la que te irías a dormir en tu lugar de origen. Es decir, yendo hacia el este tienes que despertar tu cuerpo antes, yendo hacia el oeste alarga la tarde saliendo a la calle, y no permanezcas en tu habitación o te quedarás dormido. También se ha visto, en hámsters, que la Viagra ayuda a superar el desajuste horario pero no se ha comprobado todavía en humanos. El periódico The Independent convirtió estos datos en el año 2000 en una inocentada indicando que los científicos estaban preocupados por la vida sexual de nuestros hámsters, perros, gatos, etc. El periódico enfatizaba que “hay pocas cosas tan tristes como una mascota teniendo sentimientos de problemas sexuales.” Según la noticia “se conocen casos de cobayas sentados en su jaula pensando “no he tenido sexo en meses. ¿Es que nadie me encuentra atractivo?”

La glándula pineal es un punto de encuentro entre la Filosofía y la Neurociencia. René Descartes consideraba que era el punto donde se conectaban el cuerpo y el intelecto o el lugar donde residía el alma (siège de l’âme). Las razones para ello fue pensar que era una estructura única en el cerebro en vez de estar duplicada (“y los hombres no podemos tener más de un pensamiento al mismo tiempo”), por su situación (en el centro del cerebro y cercana a las arterias carótidas) y que estaba rodeada de líquido cefalorraquídeo, que se pensaba que actuaba como un reservorio de los espíritus animales. También parece, aunque no está tan claro en sus escritos, que valoraba la sencillez de su estructura y que consideraba que destilaba los espíritus animales de la sangre. Por último, al estar suspendida pensó que el alma podría mover la epífisis sin necesitar una gran fuerza. Era importante, porque al ser inmaterial el alma, no era fácil que pudiera mover objetos o estructuras cerebrales que pudieran hacer de compuerta para los distintos humores.

Hay que recordar que el cerebro siempre se ha comparado a la tecnología más moderna e impactante de cada época, como los ordenadores en nuestros días. En la época de Descartes eran los autómatas de los jardines de Versalles, muñecos de tamaño natural que parecían tener vida propia y que se basaban en un complejo sistema de tuberías y válvulas para hacer esos movimientos con los que fumaban, se quitaban el sombrero o hacían una reverencia. La glándula pineal también controlaría, liberaría o bloquearía los espíritus animales responsables, según el conocimiento de la época, de los movimientos humanos.

No es cierto, como se dice en algunas obras, que Descartes considerase a la glándula pineal exclusiva de los seres humanos. Galeno había discutido la glándula pineal en una lección de la anatomía en el año 177, donde describía el cerebro de un buey e incluso en el libro octavo de De usu partium, mencionó la idea de que los movimientos de la glándula pineal regularan el flujo de los espíritus. Vesalio había dicho que la pineal se veía con más claridad en el cerebro de la oveja que en el de los propios seres humanos. El propio Descartes había escrito comentando en una carta al Padre Mersenne el 1 de abril de 1640

“Hace tres años en Leiden, cuando quise verla [la epífisis] en una mujer que estaba siendo sometida a una autopsia, encontré imposible reconocerla, aunque miré muy cuidadosamente y sabía bien donde debería estar, estando acostumbrado a encontrarla sin dificultad en animales recién sacrificados.”

La presencia de pineal en los animales abrió un debate poco conocido sobre la presencia de alma en otras especies. En una carta de Descartes al marqués de Newcastle le dice “Si ellos [los animales] piensan como nosotros, deberían tener un alma como nosotros.” Pero seguía en su razonamiento, si unos lo tienen, lo deberían tener todos y “hay algunos, como las ostras o las esponjas que son demasiado imperfectos para que esto sea creíble.”

Una duda normal es pensar que porqué no eligió Descartes la hipófisis: es también única, está enormemente protegida en la base del cerebro y actualmente se considera la glándula clave de todo el control del organismo. Una razón es que en la época de Descartes el cerebro ya se consideraba el órgano clave para los pensamientos y los sentimientos, las sensaciones y los movimientos pero la hipófisis no se consideraba parte del cerebro. Una segunda razón es que había un acuerdo general en que la hipófisis se encargaba de algo de importancia secundaria, se consideraba una bomba que drenaba los residuos, la “flema” del cerebro. Por así decirlo, la hipófisis se consideraba el desagüe de esos líquidos que gobernaban el cuerpo desde el cerebro. Frente a ello, la epífisis se consideraba parte del cerebro y no tenía una función asignada, estaba localizada en el centro del cerebro, y estaba cerca de los ventrículos donde podría controlar el sistema de tuberías y válvulas que manejaba el movimiento del ser humano. Nunca más volvió a tener la epífisis un momento de gloria como ése. Eso sí, esotéricos de distinto tipo la intentan conectar con los campos magnéticos, la reflexología, las tribus amazónicas, la energía psíquica, la acupuntura, la videncia  y demás bla-bla-bla. Pobre pineal, qué malas compañías.

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