El síndrome del túnel carpiano, la rizartrosis, la tendinitis de De Quervain, el dedo en resorte, o la lesión del nervio cubital son dolencias con una causa común: el tiempo dedicado a los aparatos electrónicos. Podemos sumar a lo anterior el dolor en las cervicales, contracturas en trapecios y alguna otra molestia similar. Además, si le añadimos los supuestos perjuicios que los dispositivos digitales ocasionan a nuestra salud mental, el uso de pantallas hace saltar todas las alarmas.
Escuchamos dudas sobre el uso de móviles y tablets en las salas de profesores, a la puerta del colegio, en foros pedagógicos, en charlas especializadas y en las que no lo son tanto, en el mercado y hasta en las sobremesas con los abuelos. Sin embargo, veremos que para los problemas reales hay soluciones sencillas y para los infundados, no hay de qué preocuparse.
Si pensamos en las dolencias físicas, los dolores en cervicales al bajar la mirada hacia una pantalla sostenida con las manos se deben a la tensión en la parte superior de la espalda. El cirujano Kenneth Hansraj, de New York Spine & Rehab Medicine, afirma que dejar caer la barbilla 60 grados es equivalente a hacer que la columna soporte 12 kilogramos adicionales. Además, largos períodos de tiempo clicando y deslizando el pulgar por la pantalla o sosteniendo ésta con un agarre incómodo pueden provocar las lesiones que enumeramos más arriba. Para evitarlas, debemos ser cuidadosos con nuestra higiene postural, relajar las tensiones de la mano en la medida de lo posible, mantener la cabeza formando un triángulo con los hombros, con la coronilla dirigida al techo, alejar los hombros de las orejas para no cargar la espalda y, aunque parezca difícil al principio, ser conscientes de nuestra postura corporal.
Otra cuestión a tener en cuenta es que jugar a videojuegos de manera compulsiva puede reducir la sensibilidad al dolor y esto significa que podríamos hacernos daño sin darnos cuenta. La acción del juego es tan trepidante o la ansiedad por superar un nivel nos tiene tan absortos que seguimos jugando sin atender a las molestias que podamos estar sintiendo. Por esto es conveniente hacer descansos regulares, en particular si nos encontramos doloridos o cansados.
Aparece en escena otro problema más sutil y es que nuestras pantallas, móviles, tabletas, ordenadores portátiles y de sobremesa, etc., emiten mucha luz azul. Los LEDs, que son las fuentes de luz de todas las pantallas, emiten en las longitudes de onda correspondientes a la luz visible, por eso vemos todos los colores, pero tienen un pico entre los 400 y los 490 nm que se corresponde con la luz azul. Ésta interfiere en la producción de la melatonina, que es la hormona reguladora del sueño. Cuando los ojos reciben la luz del Sol, que evidentemente tiene luz azul entre todas las del espectro visible, se inhibe la producción de melatonina en la glándula pineal y nos mantenemos activos. Cuando no llega luz a los ojos se produce melatonina y ésta nos indica que es la hora de ir a dormir. La luz azul emitida por los LEDs, al igual que la luz solar, reduce la producción de melatonina y esto puede dar lugar a cambios en nuestros ritmos circadianos o causar insomnio. Además puede disminuir nuestro estado de alerta a la mañana siguiente y repercutir en el rendimiento, la salud y la seguridad. La solución más sencilla es apagar nuestras pantallas al menos una hora antes de acostarnos. Si esto no es posible, una alternativa es bajar el brillo de nuestros móviles o utilizar una aplicación diseñada precisamente para disminuir la emisión de luz azul. Aún más, si somos capaces de abandonar por un rato nuestras pantallas también podemos leer en papel, oler las páginas, tocarlas, o incluso, escuchar nuestro audiolibro más apetecible.
Otra consecuencia evidente del uso de pantallas es que fomentan hábitos sedentarios. En un estudio longitudinal Emmanuel Stamatakis y sus colegas (2011), concluyeron que pasar horas sentado mientras se ve una pantalla está relacionado con una mayor mortalidad y mayor riesgo cardiovascular, independientemente de la actividad física realizada. El mecanismo puede estar relacionado con factores de riesgo inflamatorios y metabólicos. Las personas que pasaban más de dos horas al día frente a las pantallas tenían más del doble de probabilidad de sufrir enfermedades cardiovasculares, aún sin tener en cuenta otros factores de riesgo comunes como el tabaquismo, el sobrepeso o un bajo nivel socioeconómico. Por lo tanto, es conveniente hacer ejercicio y evitar el sedentarismo que conlleva el uso de pantallas.
Nos podemos preguntar también sobre el efecto en nuestros ojos al mirar de forma continuada una pantalla. Es cierto que en los últimos años más niños han tenido que utilizar gafas en Reino Unido, según un estudio de Max Davie, del Royal College of Paediatrics and Child Health. Esto ha llevado a buscar relaciones entre los móviles y las gafas, pero no hay nada concluyente aunque sí puede hablarse de condiciones de lectura inadecuadas como mirar la pantalla en oscuridad total con el ajuste de brillo alto, forzar constantemente la acomodación de nuestros ojos por falta de contraste, no atender al lagrimeo u otro tipo de molestia ocular y continuar mirando la pantalla, etc. Con todo, es conveniente descansar la mirada en un punto lejano cuando notemos cansancio y utilizar las gafas «de cerca» o la graduación que necesitemos.
Vamos con la pregunta del millón, ¿y el impacto del tiempo de pantalla en nuestros cerebros? Kathryn Mills del University College de Londres ha revisado los estudios hasta la fecha y no ha encontrado evidencia de que el uso de dispositivos electrónicos tenga un impacto en el desarrollo cognitivo. Nuestro cerebro siempre está cambiando, es tan plástico que se reestructura y modifica sus redes neuronales cuando tiene que asumir nuevos aprendizajes. Se adapta y aprende cuando navegamos por internet, con un juego nuevo, con la búsqueda de coordenadas para nuestro próximo lugar de vacaciones, cuando leemos entradas nuevas en nuestro blog favorito o mientras whatsappeamos. Funciona así, aprende y se adapta. Nada de eso es perjudicial para nuestro cerebro. Hay que ser conscientes de que un órgano tan complejo y flexible, tan fascinante y dispuesto a aprender, es capaz de integrar entre sus funciones las que cotidianamente llevamos a cabo con nuestros dispositivos electrónicos. Y al revés, si tuviéramos que volver a vivir sin conexión a Internet, nuestras redes neuronales serían capaces de reestructurarse y buscar recursos en la nueva situación.
Es curioso que cada época genere sus miedos ya que una nueva tecnología con un impacto generalizado ha dado lugar siempre a nuevos temores. La aparición del ferrocarril hizo temer a algunos médicos que los pasajeros morirían asfixiados si viajaban a velocidades superiores a 32 kilómetros por hora. En 1941 se publicaron en prensa varios artículos que lamentaban que los adolescentes en los Estados Unidos empezaban a ser adictos a los programas de radio. Si sustituyéramos la palabra radio por redes sociales, probablemente podríamos publicar los mismos artículos hoy.
Entonces, si nos satisface el uso que hacemos del tiempo de pantalla, si nos resulta beneficioso porque aprendemos o nos entretiene o nos pone en contacto con otras personas, o cualquier otra actividad que nos guste, no hay motivo para dejar de utilizar estos dispositivos. Hay que ser muy prudentes al valorar opiniones sobre el daño que esta tecnología digital causa a nuestro organismo ya que la mayor parte de ellas no están fundamentadas. Además, los titulares más dramáticos y alarmantes son a menudo los menos fiables. Muchas veces esperamos que la información corrobore nuestras creencias y nuestros prejuicios. Nos parece que nuestros hijos adolescentes o incluso nietos, nuestros alumnos o, quizá, nosotros mismos, debemos moderar el tiempo de uso de las pantallas pero no tenemos argumentos sólidos para apoyar esa exigencia.
Con todo, nos preguntamos cómo evaluar el cambio que ha supuesto en nuestra sociedad el acceso a dispositivos electrónicos. Podemos preguntarnos por la manipulación que suponen los algoritmos de recomendación que saben lo que queremos mejor que nosotros mismos. Más del 70 % del tiempo de visualización en YouTube consiste en vídeos sugeridos por la plataforma, no por búsquedas deliberadas. Las grandes compañías tecnológicas también son expertas en aprovechar nuestra necesidad de reconocimiento social, enganchándonos en los típicos «Me gusta», retweets y números de seguidores. Todas estas «esclavitudes» que arrastramos como internautas han creado una cultura de narcisismo masivo que puede ocasionar problemas si esas redes no cumplen nuestras expectativas. Tenemos también que prestar atención al estrés emocional de los adolescentes en un mundo hipersocial. Sin embargo, las redes sociales pueden ser una más entre un cúmulo de variables a tener en cuenta en el entorno de estos jóvenes. Sin investigaciones controladas y fiables, es difícil obtener conclusiones significativas.
Tenemos que valorar positivamente que las pantallas, además de entretenimiento, nos proporcionan amplias redes sociales, escaparates, bancos y álbumes de fotos, los servicios más sofisticados y las ventanas más indiscretas. Usamos estos dispositivos para jugar y para trabajar, para registrar la actividad física y controlar el sueño. Podemos consultar los artículos de las mejores revistas científicas o participar acaloradamente en foros terraplanistas, podemos hacer una consulta fiscal o seguir la boda de nuestra mejor amiga, en streaming. Todo es «tiempo de pantalla».
Como educadores, tenemos una herramienta muy atractiva para dedicarle tiempo en el aula y sacarle partido. El móvil puede utilizarse como hicimos en su día con las calculadoras, podemos usarlo como buscador muy eficaz de información, como refuerzo de lo aprendido en clase con apps como Kahoot o Socrative, incluso podemos sugerir ampliar temas con fantásticos youtubers que hablan de ciencia, de matemáticas, de filosofía…, excelentes booktubers que animarán a nuestros alumnos a leer, y muchas aplicaciones potentes, llamativas y rigurosas en cuanto a contenidos. Asumir el uso del móvil como un aliado podría limar tensiones entre docentes y alumnado, siempre desde un respeto mutuo y una guía por parte del profesor.
Necesitaríamos un artículo aparte para detallar los beneficios que los dispositivos electrónicos tienen como recursos para atender la neurodiversidad; las personas sordas, las personas con alguna discapacidad intelectual, alumnos con dislexia, personas mayores, personas con TEA, niños o adultos que no conocen bien nuestro idioma, personas con un pequeño resto visual que usan magnificadores de pantalla, personas ciegas que no pueden ver la pantalla pero a las que les resulta imprescindible el dispositivo en sí, personas con movilidad reducida que utilizan pantallas sensibles, etc, el acceso a información, al ocio digital, a la interacción con otros o a lo que podamos imaginar, es sorprendente y valioso.
Muchos no somos capaces de alejarnos demasiado de nuestro móvil y cada vez que suena una notificación mientras estamos haciendo otra cosa, los pensamientos se focalizan en ese reclamo. El riesgo de distracción es real, pero en ocasiones oímos hablar de adicción con demasiada ligereza y debemos ser cuidadosos porque ese tiempo dedicado a las pantallas da lugar a debates encendidos y realmente no hay respuesta para estimar el impacto en la salud asociado al número de horas diarias en línea.
Por lo tanto, la mejor opción para utilizar con sensatez las pantallas es preguntarse si nos impiden llevar a cabo otras alternativas que nos animen a aprender, a relacionarnos, a tener información fiable, a admitir otros puntos de vista, en definitiva, a mejorar el mundo en que vivimos. Tenemos que pensar que esta tecnología va a acompañar de manera cotidiana la vida de nuestros jóvenes y la nuestra propia. Por lo tanto, quizá la mejor estrategia sea hacer de la pantalla nuestro aliado y no nuestro enemigo.
Referencias:
- Chang A-M, Aeschbach D, Duffy JF, Czeisler CA (2015) Evening use of light-emitting eReaders negatively affects sleep, circadian timing, and next-morning alertness. Proceedings of the National Academy of Sciences 112(4): 1232–1237. DOI: https://doi.org/10.1073/pnas.1418490112
- Heaven D (2015) Guilty pleasures: When is it wise to switch off your screen? New Scientist
- Stamatakis E, Hamer M, Dunstan DW (2011) Screen-Based Entertainment Time, All-Cause Mortality, and Cardiovascular Events. Journal of the American College of Cardiology 57: 3. DOI: https://doi.org/10.1016/j.jacc.2010.05.065
- Tosini G, Ferguson I, Tsubota K (2016) Effects of blue light on the circadian system and eye physiology. Molecular Vision 22: 61–72.
Muchas gracias por comentar