Hace unas semanas estuve en Guatemala. Es uno de los países más hermosos que conozco: los volcanes, los lagos, la mezcla de culturas, el mar y la selva, las pirámides precolombinas, es un conjunto que te deja sin habla. Por otro lado, vive inmerso en una situación difícil: una violencia imparable y una corrupción rampante y obscena, donde el anterior presidente, la anterior vicepresidenta, distintos ministros, líderes de la oposición, empresarios, etc. están en prisión, una cárcel especial para corruptos donde ya no cabe más gente. Por poner un ejemplo, la vicepresidenta le regaló al presidente, por su cumpleaños, un helicóptero de 3 millones de dólares, una mujer sin fortuna conocida. Al mismo tiempo, el país estaba tan depauperado que no pudo comprar vacunas para los niños. Durante al menos dos años no hubo vacunas para la infancia porque una serie de ladrones poderosos se llevaron el dinero del país.
En esos países siempre hay justos, siempre hay buenos, siempre hay personas que no se rinden, que hacen esas heroicidades de la vida cotidiana: hacer bien su trabajo, intentar mejorar las cosas, meterse en líos, sacar adelante a la familia, ganar el futuro cada día. Carlos Orellana es uno de esos. Médico pediatra y neurólogo, con una especialidad realizada en España, padre de tres niños, la pequeña con un trastorno del espectro autista. ¿A cuántos niños habrá ayudado? El día que llegué a Guatemala no estaba porque había ido a un pueblo a diagnosticar a un montón de niños con necesidades especiales para los que alguien, otro “justo”, ha creado una escuelita. Me vinieron a recoger al aeropuerto sus padres y sus hermanas y estuve con ellos hasta que él llegó y me alojó en su casa, con su familia. Fueron días de mucho trabajo y de irnos conociendo. El objetivo era formar personas que supieran atender a los niños con TEA. “No te preocupes si no es perfecto, ahora hay muchas zonas donde no hay nadie”. Llevar nuestra investigación en Neurociencia a los neurólogos, hablar con compañeros de universidad y con estudiantes para compartir ideas y proyectos, visitar una clínica universitaria que atiende a la población sin recursos y también, cómo no, subir a un volcán. Una noche visité su colegio. Y es que, cuando en ninguno atendían a los niños con TEA y TDAH, “Venga usted el año que viene a ver si ya podemos”, él, que según su colega José Manuel debía estar en la fase mánica de su trastorno bipolar (es broma ¿eh?), decidió crear un colegio en el que fuesen atendidos. Así que ahora por las mañanas dirige un colegio y por las tardes atiende la consulta. En esa familia se levantan a las 5 de la mañana y hacen que lo imposible parezca fácil.
Un amigo común me ha dicho que han propuesto a Carlos para una lista que se llama Guatemaltecos Ilustres. No le hace ninguna falta aparecer en ella porque ya lo es, pero si hace falta que con esa excusa en su país se hable de autismo, y de déficit de atención, y de niños que necesitan muchas cosas pero cariño antes que nada. Él se lo da, cada día. Y se preocupa porque los profesionales estén mejor formados porque es el mejor camino para que los niños mejoren todo lo que pueden mejorar.
Así que échanos una mano, por favor, para difundir esta votación y para que voten a Carlos en esta dirección:
http://guatemaltecosilustres.com/cientifica/carlos-orellana-ayala/
Porque si alguien se lo merece en este maldito mundo en el que vivimos es él.
¡Muchas gracias!
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