Hace treinta años se identificaron los primeros casos de una nueva enfermedad, que ha llegado a ser conocida por sus siglas: SIDA. Treinta años de sufrimiento, de muerte, de esfuerzos, de ganar muchas pequeñas batallas y todavía no la guerra. Y muchas bajas. Treinta años que han mostrado lo mejor y lo peor de la Humanidad. De personas como la madre Teresa, cuidando a los desahuciados y poniendo rostro al amor al prójimo, a la avaricia de los ejecutivos de algunas empresas farmacéuticas. Es llamativo lo mucho que se ha conseguido en un plazo que en el ámbito de la Ciencia es muy corto. El SIDA ha pasado de ser una enfermedad letal a convertirse en una enfermedad crónica, donde las personas afectadas pueden llevar una vida prácticamente normal. Hace poco, Timothy Ray Brown, el “paciente de Berlín”, ha sido la primera persona en ser curada del SIDA con una técnica costosa y peligrosa pero que trae una luz de esperanza. El ritmo acelerado de expansión de la enfermedad se ha ralentizado aunque España no es precisamente un buen ejemplo. Es asombroso y triste que en una sociedad desarrollada y culta como la nuestra, con una magnífica sanidad pública, se sigan produciendo tantos contagios. Investigaciones recientes han demostrado que el tratamiento temprano, incluso previo, reduce en un 96% el riesgo de contagiar la enfermedad. Eso sugiere el interés de tratar con antirretrovirales a la población en riesgo pero pone sobre la mesa que no estamos llegando a todos. Seis millones de personas en países en desarrollo reciben medicación pero hay otros diez millones de personas contagiadas que no tienen acceso a ella, por motivos económicos, y expanden la población infectada. Otro problema es que según datos del programa de Naciones Unidas (UNAIDS) solo la mitad de los 33,3 millones de personas infectadas saben que lo están. La principal causa de orfandad en el mundo es el SIDA. La principal causa de depresión o ansiedad en niños es tener padres con SIDA. La razón primera de que algunos países africanos no puedan salir de la pobreza es el SIDA. El coste en los países en desarrollo es de 13.000 millones de dólares al año y se triplicará en los próximos veinte años. El gasto de ayudar a esos millones de personas es muy alto, pero el coste de no hacerlo, económicamente, socialmente y, sobre todo, moralmente, es mucho mayor. Ojalá en unos años celebremos que una enfermedad a la que se puso nombre en 1981 fue vencida.

José Ramón Alonso
CATEDRÁTICO EN LA Universidad de Salamanca
Neurocientífico: Producción científica
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