Investigación en medicamentos

Las grandes empresas farmacéuticas se centran en los problemas de la población de los países occidentales, ya sea el cáncer o las enfermedades cardiovasculares, u otros con mayor carga ética como la obesidad o la disfunción sexual. Los países pobres sufren de enfermedades tropicales como la rabia, la ceguera del río o la helmintiasis. De los 1556 medicamentos aprobados en las tres décadas que van de 1975 a 2004, solo 21 eran para estas enfermedades “de los pobres”. Pero algo está cambiando: pequeñas empresas farmacéuticas en el hemisferio sur han puesto en marcha un total de 62 nuevos tratamientos para enfermedades tropicales, de los que 28 ya están a la venta, incluyendo una vacuna contra el cólera.

Las multinacionales en ocasiones regalan medicamentos a los países en desarrollo pero eso distorsiona también el mercado y las posibilidades de salir adelante de las pequeñas empresas de esos países. Cuando pueden hacer cosas, los resultados son interesantes y demuestran su capacidad científica y empresarial. Los menores costes de producción se trasladan a los pacientes, una vacuna desarrollada en la India contra la hepatitis B se vende por 28 centavos, aproximadamente un 1% de los 25 dólares que vale en los países occidentales.

Las nuevas tecnologías permiten desarrollos antes impensables. La mayoría de los medicamentos funcionan interactuando con una molécula del propio organismo o de un elemento extraño. Si el medicamento se une, además, a otros receptores, se pueden producir efectos secundarios. La química computacional permite “probar” millones de combinaciones entre la sustancia activa de un medicamento y sus posibles dianas. Un grupo de UCSF buscó similitudes usando la estructura molecular de 3665 medicamentos y encontró 4.000 posibles dianas, anteriormente desconocidas. Ello implica enormes posibilidades para las próximos años.

Algunas de las interacciones encontradas explicarán efectos secundarios. Por ejemplo, la domperidona que se usa para las nauseas, también se une a un receptor que interviene en el ritmo cardiaco, produciendo arritmia. Algunos otras interacciones señalan un nuevo uso, el antihistamínico mebhidrolina bloquea un receptor que se piensa interviene en la enfermedad de Alzheimer, para la que tenemos, desgraciadamente, pocas herramientas farmacológicas.

Esto abre una etapa de trabajo para comprobar que ese engarce molecular sucede también a nivel celular, dentro de un organismo y que realmente genera un efecto biológico. Sin embargo, posibilita una enorme aceleración en el desarrollo de nuevos medicamentos al permitir a los químicos farmacéuticos diseñar drogas que interactúen con varias dianas a la vez, o, al contrario, hacerlas mucho más específicas.

Por tanto, igual que en otros ámbitos de la investigación científica, nos encontramos a las puertas de lo mejor y lo peor: nuevas oportunidades de desarrollo de medicamentos y curas y un sistema empresarial, “the big pharma” con serios problemas éticos para un crecimiento sostenible y un modelo de negocio inclusivo y defendible en los países menos avanzados.

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