Al abordar una condición discapacitante, como el autismo, tenemos a menudo una mentalidad negativa, usamos palabras como déficit, carencias, anomalías y eso suele ser el eje de los diagnósticos. Pero ¿es posible que algunas de esas dificultades puedan ser una ventaja? ¿Es posible que tener menos de algo considerado como beneficioso pueda ser un valor a considerar?
Uno de los principales campos en que el autismo es considerado negativo es la interacción social, son personas que debido a sus dificultades para la memoria facial, para la descodificación del lenguaje corporal o para utilizar la teoría de la mente tienen menor comunicación e interacción social con otras personas pero ¿puede una menor interacción social tener un efecto positivo?
El llamado «efecto espectador» o «apatía del espectador» es una teoría de la psicología social que plantea que, si no estamos solos, inhibimos nuestro comportamiento en situaciones difíciles amparados en la masa. En otras palabras, somos menos propensos a ayudar a una víctima en una situación incómoda o mala si hay otras personas presentes, porque en cierta manera la responsabilidad se diluye entre todos los presentes.
El efecto espectador fue propuesto por primera vez en 1964 tras el asesinato de Kitty Genovese, una camarera de 28 años, que fue violada y apuñalada a la puerta del edificio de apartamentos donde vivía en Nueva York. Dos semanas después del asesinato, The New York Times publicó un artículo, que luego se ha visto lleno de errores e inconsistencias, en el que afirmaba erróneamente que 38 testigos vieron u oyeron el ataque, y que ninguno de ellos llamó a la policía ni acudió en ayuda de la joven. Por eso, al efecto espectador se le llamó también síndrome de Genovese. Muchas investigaciones, sobre todo en laboratorios de psicología, han estudiado este fenómeno y han valorado la influencia de diversos factores incluidos el número de personas presentes, la ambigüedad de la situación, el nivel de cohesión del grupo y la difusión de la responsabilidad que refuerza la negación mutua.
Una nueva investigación cuya primera autora es Lorna Hartman demuestra que las personas con autismo tienen menos probabilidades de verse afectadas por esa apatía social que las personas neurotípicas. Los autistas responden con unos parámetros más similares a como actuarían si estuvieran solos que lo que hacen las personas neurotípicas. Para las víctimas el que haya cerca una persona con autismo puede ser su principal esperanza de que alguien va a intervenir en su favor. Para las organizaciones, la presencia en su fuerza laboral de más personas neurodivergentes con TEA puede ser un refuerzo a los comportamientos acordes a las normas y valores de la empresa o institución, a contar con personas dispuestas a dar la voz de alarma y a defender al inocente, a ser más éticas y eficientes, especialmente en situaciones grupales.
El estudio se ha publicado en el número de octubre de Autism Research y sus autores son investigadores de la Universidad de York en Toronto. Pidieron a los voluntarios participantes en la investigación -empleados, 33 con autismo y 34 neurotípicos- que rellenaran una encuesta online para dar su opinión sobre situaciones hipotéticas, desde ineficiencias a desigualdades, pasando por problemas de calidad. La idea era determinar si los empleados autistas (1) son más propensos a manifestar su preocupación por las disfunciones organizativas, (2) son menos propensos a ser influidos por el número de testigos de la disfunción, (3) en caso de que manifiesten su preocupación, si son más propensos a reconocer la influencia de otras personas en la decisión, (4) si es menos probable que formulen argumentos elaborados para sus decisiones de intervenir o no, y (5) si las diferencias entre empleados autistas y no autistas con respecto a las dos primeras hipótesis, probabilidad de intervención y grado de influencia, están moduladas por diferencias individuales en los procesos de camuflaje que pueden llevar a cabo sobre su diagnóstico de TEA.
La principal conclusión es que los empleados autistas son menos susceptibles al efecto espectador que los empleados no autistas. En consecuencia, los empleados autistas pueden contribuir a mejorar el rendimiento de la organización porque es más probable que identifiquen y denuncien los procesos ineficaces y las prácticas disfuncionales cuando son testigos de ellas. Estas diferencias confirman los beneficios potenciales de la neurodiversidad en el lugar de trabajo.
Estos resultados tienen implicaciones prácticas, sobre todo si recordamos que las tasas de desempleo y subempleo de las personas con autismo capaces de trabajar pueden llegar al 90%, e incluso si tienen estudios superiores, esa estadística sólo desciende al 70%. Darnos cuenta de la valía intrínseca de las personas autistas puede ayudarles a encontrar un trabajo remunerado y a que se valore más su positiva aportación a la sociedad.
Para leer más:
- Hartman LM, Farahani M, Moore A, Manzoor A, Hartman BL (2023) Organizational benefits of neurodiversity: Preliminary findings on autism and the bystander effect. Autism Res 16(10): 1989-2001.
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