Laboratorios Bell

INNOVADORES_1_Si tuviera que elegir el mejor centro de innovación tecnológica del mundo y de la historia creo que votaría por los laboratorios Bell. De allí salieron, entre otros miles de patentes, el transistor, el radar, el láser, UNIX, el lenguaje de programación C++, la fibra óptica, los teléfonos móviles y los satélites de comunicaciones. Once de sus investigadores han recibido el premio Nobel pero durante años fue famoso por un ambiente de creatividad práctica, de mentes despiertas buscando soluciones a problemas reales.

Los cazatalentos buscaban para aquellos laboratorios “chicos inalámbricos” unos populares personajes de novelas juveniles de aventuras que “si naufragaban en una isla desierta, para mediodía habrían conseguido algo para comer, por la noche, una cama mullida para descansar y para el día siguiente habrían montado una estación de radio con la que enviar un SOS a los barcos que pasaban por el horizonte.” Les reclutaban entre las nuevas promociones de ingenieros, físicos y químicos y entre los profesores jóvenes de las universidades. Los nuevos fichajes eran obligados a subir a un poste de teléfonos, a manejar una centralita y a ceder a ATT por un dólar cualquier patente que desarrollaran durante su contrato, muy bien pagado por cierto.

Bell Labs era un sitio de descubrimientos, que raramente son rentables y de inventos, que normalmente lo son. Durante la II Guerra Mundial el gobierno norteamericano invirtió 2.000 millones de dólares en la bomba atómica y 3.000 millones en el radar. Los chicos de Bell Labs, que se encargaron mayoritariamente de esto último decían que ellos ganaron la guerra y los del Proyecto Manhattan, los de la bomba, simplemente la terminaron.

Al terminar la guerra la empresa reorganizó los laboratorios: organizaron un sistema de gestión más moderno y abierto, dieron mayores responsabilidades a los más jóvenes y obligaron a que todos los grupos de investigación fueran multidisciplinarios: químicos mezclados con especialistas en metales que comían con ingenieros que a su vez cotilleaban con los físicos. Se dio una orden terminante: ninguna puerta podía estar cerrada.

Parece que hay siempre un camino común a un nuevo invento: una idea que busca dar respuesta a un problema, a una pregunta; nuevas ideas y experiencias de distintas personas convergen sobre ese núcleo inicial; va aumentando el impulso según se van aclarando interrogantes y se va sumando más gente de otras disciplinas. Y de repente, una cucharadita de suerte y un saco de esfuerzo y se produce una auténtico avance. Solo de forma retrospectiva parece obvio ese camino y el salto conseguido.

Steve Jobs dijo una vez que “la creatividad es solamente conectar cosas.” Y ahora vivimos en una época donde nunca ha sido tan fácil conectar cosas, personas e ideas. 

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