Y un cerebro que bosteza

Si yo le digo que bostezar tiene que ver con el cerebro, me dirá “por supuesto”. Todos lo consideramos unido al aburrimiento y esa sensación, la de poco interés, poca excitación, cierta somnolencia, solo puede venir de esta masa globosa que tenemos dentro de la cabeza. Pero la realidad es más compleja, y más interesante.

Piensa en uno de ellos, tu mandíbula se tensa, tus narinas, los agujeros de tu nariz se alargan, llenas totalmente tus pulmones de aire mientras tu boca se abre en toda su extensión. Si es un gran bostezo, te mantienes unos pocos segundos con la boca bien abierta hasta que los músculos del cuello se marcan bajo la piel, tus tímpanos se quedan un poco aturdidos y tus ojos se ponen lacrimosos. Puede que termines con un gañido de placer o un suspiro satisfecho.

La realidad es que no sabemos a ciencia cierta por qué bostezamos. Los datos que tenemos y las hipótesis que manejamos son muy variadas. Los fetos bostezan dentro del útero de su madre tan pronto como las 11 semanas de edad. Parece que muchos animales carnívoros lo hacen a menudo -esos leones mirando desde la colina como corren las leonas detrás de las gacelas poniendo cara de a ver si viene pronto del super que tengo hambre- mientras que en los herbívoros, es menos frecuente, aunque ciervos, alpacas, ovejas y caballos, al menos, bostezan de vez en cuando. Algunos consideran que es necesario para el normal desarrollo de los pulmones de los bebés y que queda como una costumbre adquirida en los adultos ya sin ninguna función. Hay quien piensa que es un mecanismo de defensa ante un nivel bajo de oxígeno en sangre y que actuaría como una gran inspiración, llevando un gran volumen de aire fresco a nuestros pulmones. Otros dicen que se generan por un exceso de CO2 en la sangre o en nuestro cerebro, y el bostezo ayuda a disminuir el nivel de este producto de desecho de la respiración celular. Para otros investigadores, abre conductos de los senos frontales de la cara y evita sufrir dolor o incluso una hemorragia en esta zona por una presión descompensada. Para algunos es una forma de mostrar los dientes y que nadie se meta contigo cuando estás adormilado, pero las hipótesis más modernas sugieren que tiene que ver con la termorregulación del cerebro, el control de la temperatura del propio encéfalo.

Según Andrew Gallup y Omar Eldakar, bostezamos para aumentar el flujo cerebral al cerebro, llenar la cavidad bucal de aire frío y reducir por ambos mecanismos  la temperatura del cerebro. Los datos de estos dos autores indican que bostezamos más en invierno que en verano y que en la misma estación bostezamos menos cuando la temperatura exterior es superior a la de nuestro cuerpo, es decir, está por encima de 37 ºC (el estudio se llevó a cabo en Tucson, Arizona donde los veranos pueden ser muy calurosos), que cuando es algo inferior. Es decir, según ellos, si la temperatura externa es alta no vamos a conseguir refrescar el cerebro desde fuera y no merece la pena bostezar. Estudios de este grupo en ratas han demostrado que la temperatura del cerebro en ratas, medida colocando una sonda de temperatura, baja cuando el animal bosteza. Sí, las ratas también bostezan.

Los estudios de Gallup y Eldakar mostraron también que la posibilidad de bostezar era mayor en personas que llevaban menos tiempo en la calle frente a los que acababan de salir de casa. Es decir, cuando estaban más aclimatados a las condiciones ambientales, la frecuencia de bostezo era menor. A los cinco minutos de salir de casa bostezaba el 40% de los paseantes a los que se mostraba un video de bostezos, posteriormente iba disminuyendo hasta que la frecuencia era menor del 10%.

Otro dato evidente es que el bostezo es contagioso para muchas personas. Es sorprendente esa capacidad de contagio: en cuanto lo vemos en alguien cerca, en el profesor que está dando una clase, incluso en una película, nos entran ganas de bostezar. Se piensa que sería una expresión primitiva de lo que llamamos cognición social o, por un nombre más común, empatía. Dos tercios de los humanos bosteza cuando ve bostezar a otro humano. También sucede en otras especies: se han hecho pruebas en chimpancés poniéndoles videos de otros chimpancés bostezando. Un tercio de los chimpancés adultos mostraban el contagio del bostezo. Sin embargo, ninguna de las crías que iban con las madres lo hacía. Ello parece sugerir que los chimpancés también muestran esa capacidad para la empatía pero que no es algo innato, sino algo que se va desarrollando con la vida en grupo, con el contacto entre individuos. En perros, en cambio, solo uno de quince analizados mostró un aumento de la frecuencia de bostezos tras ver videos de bostezos y, de hecho, respondía más a los videos de personas bostezando que a los de perros. Por algo es el mejor amigo del hombre. En tortugas, en cambio, no se ha visto un contagio del bostezo. Los niños de menos de cuatro años bostezan espontáneamente pero no se contagian del bostezo de otros. Tampoco lo hacen muchos niños con trastornos del espectro autista, donde la empatía suele estar afectada.  La susceptibilidad al bostezo contagioso se correlaciona con factores como la velocidad en reconocer la propia cara, el procesado de la teoría de la mente y también con la activación de regiones cerebrales asociadas con procesos mentales de la sociabilidad. Por todo ello se piensa que el bostezo contagioso puede ser un proceso antiguo en la evolución que ha ido desarrollándose unido a un mayor nivel de empatía en algunas especies, entre ellas la nuestra.

Entre las hipótesis que se han postulado sobre el contagio del bostezo se ha planteado que fuera un sistema para sincronizar los ciclos de sueño en un grupo, en relación con la teoría de que bostezo va unido a somnolencia. Para otros es una herramienta empática, un sistema para comunicar a las personas del grupo, la relación entre la temperatura del entorno y el propio ser. La teoría más peregrina que he leído es que sería un sistema para evitar que quien bosteza nos “robe el oxígeno” en un espacio cerrado pero no hay nada que refuerce esta hipótesis, no sentimos asfixia ni el estrés que iría unido a una sensación de peligro. Por último, también se pude usar el contagio del bostezo para ver si has generado interés al entrar en un bar. Finge un bostezo, si alguien te estaba mirando con interés no podrá impedir secundarte. Si es ese tipo grande y peludo al final de la barra, lo siento amigo, mala suerte.

Es muy poco lo que sabemos del bostezo patológico, pero algunos trastornos cerebrales como la esclerosis múltiple o la epilepsia tienen una alta frecuencia de bostezo y problemas en la regulación de la temperatura corporal. De hecho, se ha planteado que un exceso de bostezo pueda usarse como un criterio diagnóstico para una disfunción en la termorregulación.

Y finalmente un pequeño experimento ¿Ha bostezado desde que ha empezado a leer este texto? ¿Cuántas veces? ¿Qué pensaba cuando bostezaba? ¿Era agradable o le daba rabia? ¡Gracias!

Para leer más:

  • Anderson JR, Myowa-Yamakoshi M, Matsuzawa T. (2004) Contagious yawning in chimpanzees. Proc Biol Sci. 271 Suppl 6:S468-470.
  • Gallup AC, Eldakar OT. (2011) Contagious yawning and seasonal climate variation. Front Evol Neurosci. 2011;3:3. Epub 2011 Sep 22.
  • Harr AL, Gilbert VR, Phillips KA. (2009) Do dogs (Canis familiaris) show contagious yawning? Anim Cogn. 12(6):833-837.
  • Wilkinson A, Sebanz N, Mandl I,Huber L. No evidence of contagious yawning in the red-footed tortoise Geochelone carbonaria. Current Zool.  57: 477-484.

José Ramón Alonso

CATEDRÁTICO EN LA Universidad de Salamanca

Neurocientífico: Producción científica

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