John Lewis y el racismo

John Lewis murió el 17 de julio de 2020. Tenía 80 años. Era un valiente. Fue uno de los Freedom Riders, los jinetes de la libertad. Siempre se metió en problemas, pero decía que había «problemas buenos, problemas necesarios».

Retrocedamos unas décadas. 1944. Irene Morgan es detenida por negarse a ceder su asiento en un autobús a una pareja de blancos. Trabajaba en el esfuerzo bélico, en la cadena de montaje de una fábrica que producía bombarderos, los B26 Marauder. 1946. El Tribunal Supremo de los Estados Unidos dictamina que los autobuses públicos segregados son inconstitucionales, pero nadie hace nada y los autobuses continúan siendo segregados por la simple razón de que los racistas quieren que la nueva legislación quede en papel mojado y tienen una estrategia contundente: el transporte seguiría segregado si ningún negro subía a un autobús en el que viajasen blancos. Lo que hacían era amedrentar a cualquier pasajero negro, golpearlo o matarlo. Sí, por subirte a un autobús.

1961. El primer Viaje de la Libertad salió de Washington D.C. el 4 de mayo y debía llegar a Nueva Orleáns 13 días después. La idea era sencilla, un grupo de blancos y negros se subiría a un autobús que pasase por distintas ciudades de los estados sureños. Lo que les pasase a estos pasajeros podría llamar la atención de la ciudadanía sobre el desprecio a las leyes federales, sobre el uso de la violencia para mantener la segregación, sobre lo que afrontaban personas anónimas cuyo único «crimen» era subirse a un autobús. Lewis y otros valientes, seis negros y siete blancos se juntaron en un restaurante chino de Washington y desde allí emprendieron viaje en dos grupos. Llamaron a aquella comida «La última cena». Partieron a Georgia, a Alabama, al Sur profundo, un viaje que duraría dos semanas. Algunos hicieron testamento antes de subirse al autobús.

Los riders sufrieron amenazas de muerte y acoso, pero no fue hasta que llegaron a Alabama el 14 de mayo cuando fueron víctimas de un asalto organizado. Mientras el comisionado de policía de Birmingham se mantenía al margen, decenas de hombres armados dirigidos por miembros del Ku Klux Klan se echaron encima de los chicos y les dieron una paliza. Parte de ellos tuvieron que ser hospitalizados. Una bomba, colocada por miembros del Klan, estalló en uno de los autobuses a las afueras de la ciudad. No se rindieron. Hubo nuevos Viajes por la Libertad a lo largo de 1961, a menudo detenidos por la violencia, hasta que en noviembre de 1961 los tribunales promulgaron nuevas políticas que prohibían los asientos segregados en los autobuses interestatales, en los mostradores de comidas y en las salas de espera de las terminales de autobuses.

Algunos hombres mayores y respetados, como el abogado Thurgood Marshall, que luego sería el primer juez negro del Tribunal Supremo despotricaban de aquellos jóvenes alocados y decían que solo iban a conseguir que los matasen, pero Lewis y los otros decían «no hemos elegido esta época, ella nos eligió a nosotros». Habían estudiado las campañas de Gandhi. No era solo No Violencia también había que plantar cara, denunciar, visibilizar la intimidación, la injusticia, la segregación. John Lewis sufriría más de cuarenta arrestos, decenas de ataques físicos y lesiones graves. No se arredraba. Uno de sus compañeros contó: «Algunos líderes, incluso los más duros, ocasionalmente se escaqueaban en una situación en la que sabían que iban a ser golpeados o encarcelados. John nunca hizo eso. Siempre se metió de lleno en la lucha». Daba la cara y se la partían, pero a pesar de ello siguió siendo un ferviente defensor de la filosofía de la no violencia toda su vida.

Lewis también participó en la Marcha de Selma a Montgomery. Los manifestantes mostraban su repudio por el asesinato de Malcolm X y pedían al gobernador George Wallace que protegiera a los negros que quisieran votar. Lewis decía que «el voto es la herramienta no violenta más poderosa que tenemos», pero en aquellos momentos solo el 1% de la población negra votaba y los racistas blancos intentaban conseguir que eso no cambiase. Aún lo intentan. Aquella marcha pacífica, que luego sería conocida como el Domingo Sangriento, fue convocada para el 7 de marzo de 1965. El gobernador dijo que aquellos manifestantes desarmados eran un peligro público y envió a la policía estatal y la policía montada para disolverlos. Les esperaron en el puente que cruza el río Alabama. Con los extremos del puente bloqueados por la policía los manifestantes no podían huir y allí les atacaron. Les masacraron. Fueron gaseados y golpeados brutalmente, 17 tuvieron que ser hospitalizados. A John Lewis le rompieron el cráneo con una porra de madera. Sin embargo, los manifestantes tuvieron un aliado poderoso, la televisión. Fue una de las primeras marchas televisadas y aquella represión brutal fue vista por todo el país. La situación del Sur empezó a verse como un problema nacional y los políticos no pudieron seguir mirando para otro lado.

John Lewis fue elegido y reelegido 17 veces para el congreso de los Estados Unidos, solo una vez quedó por debajo del 70% de los votos. Su compromiso activista se basaba en la igualdad de blancos y negros, en que tenían los mismos derechos, en que eran iguales. Era la misma idea que Martin Luther King había expresado en su famoso discurso Tengo un sueño: «… un futuro en el cual la gente de tez negra y blanca pudiesen coexistir armoniosamente y como iguales». Pero en contra de ese «iguales» había un importante obstáculo: la ciencia racista.

Un primer problema era el mismo concepto de raza. La UNESCO declaró en 1950, con el apoyo de científicos de primer nivel, que «hay que distinguir entre el hecho biológico de la raza y el mito de la raza. A todos los efectos sociales prácticos, la raza no es tanto un fenómeno biológico como un mito social. El mito de la raza ha creado una enorme cantidad de daños humanos y sociales. En los últimos años, se ha cobrado un gran número de vidas humanas y ha causado un sufrimiento incalculable». Desde entonces, los avances en la genética evolutiva humana y la antropología física han puesto en duda la idea de que la raza sea una categoría biológica significativa. El consenso actual entre la mayor parte de la comunidad científica es que la raza es un fenómeno socioeducativo, un constructo político más que un hecho biológico.

Por otro lado, la menor valoración de los cerebros de los negros pervivía en gran parte del mundo, desde la Sudáfrica del apartheid a los partidos neonazis europeos y americanos. La revista Playboy, que aunque no es famosa precisamente por ello tenía unas excelentes entrevistas, preguntó a George Lincoln Rockwell, el presidente del American Nazi Party. Rockwell justificó su opinión de que los negros eran inferiores a los blancos citando un estudio de 1916 de G. O. Ferguson que afirmaba que el rendimiento intelectual de los estudiantes negros estaba correlacionado con su porcentaje de ascendencia blanca, afirmando que «los negros puros, los negros tres cuartos puros, los mulatos y los cuarterones [un cuarto de ascendencia negra] tienen, aproximadamente, el 60, 70, 80 y 90 por ciento, respectivamente, de la eficiencia intelectual de los blancos». Es decir, para este militar estadounidense, expulsado de la Marina en 1958, negacionista del Holocausto y racista, la inteligencia disminuía con el porcentaje de sangre negra de tus ancestros. Playboy publicó la entrevista con un comentario editorial en el que afirmaba que el estudio era un «desacreditado… razonamiento pseudocientífico favorable al racismo». Distintos racistas intentan una justificación científica de sus prejuicios, pero esos estudios o están mal hechos o son tergiversados para que parezcan afirmar lo que nunca dijeron. La ciencia no apoya el racismo, pese a quien pese.

En la misma década en que John Lewis estaba luchando por los derechos civiles y la igualdad entre blancos y negros, algunos investigadores usaban la ciencia como coartada para sus prejuicios. Arthur Jensen, un psicólogo de la Universidad de California Berkeley publicó un artículo en The Harvard Educational Review donde afirmaba que había una diferencia de quince puntos en el cociente de inteligencia (CI) entre blancos y negros y que esa diferencia se debía principalmente a diferencias genéticas, que nunca podrían ser superadas.

Arthur Jensen

Ese estudio se ha usado repetidas veces, aunque la evidencia sugiere que las diferencias en el CI no son genéticas sino ambientales, y lo que sucede realmente es que hay menos inversión y menos apoyo en la educación de las minorías. Por otro lado, parte de los estudios están sesgados. Por ejemplo, muchos se hacen con personas de clase media. Entre los pobres, la heredabilidad del CI es mucho menor, en torno al 10-20%, con lo que la mejora en el ambiente que rodea a esos niños puede generar un rápido aumento del CI medio de la población negra, pero eso no se dice.  Otros estudios hacen también agua. Muchos racistas comentan que hay una correlación entre el tamaño del cerebro y la inteligencia y que los negros tienen cerebros más pequeños que los blancos. Estos seudocientíficos suelen olvidar mencionar que los asiáticos tienen cerebros más grandes que los blancos o que la diferencia es mayor entre hombres y mujeres que entre blancos y negros, pero resulta que entre hombres y mujeres la diferencia de volumen no se refleja en la diferencia de CI que es muy similar entre ambos sexos.

Otras evidencias vienen del análisis genealógico. Los negros norteamericanos tienen, de media, un 25% de genes europeos, lo que indica que el perfil genético de uno de ellos puede ir de un 100% africano a que más de la mitad de sus genes sean europeos. Si la ascendencia europea fuera genéticamente superior, entonces los afroamericanos con más genes europeos deberían tener mayor CI, pero no es así. Tanto el tono de la piel como otras características corporales de negritud (nariz, labios, cabello…) están muy débilmente asociadas con el CI; es decir, no hay correlación entre esos rasgos y el CI.

Un ejemplo más reciente que los siglos de esclavitud en Estados Unidos nos lo da la posguerra europea tras la segunda guerra mundial. Los soldados norteamericanos destinados en la Alemania ocupada, tanto blancos como negros, tuvieron hijos con mujeres germanas. Por tanto, el porcentaje de ancestros europeos en los niños alemanes de la posguerra iba del 100% (padre y madre blancos) a números menores (padre afroamericano y madre blanca). Cuando se les testó al final de la infancia, los niños alemanes de padres blancos tenían un CI medio de 97, mientras que los de padre negro tenían una media de 96,5, una diferencia inapreciable. Finalmente, si los genes europeos fueran una ventaja, los niños negros más listos deberían ser los que tuvieran una mayor herencia europea, pero cuando se estudió a los niños más brillantes del sistema educativo de Chicago y se les preguntó sobre el perfil racial de sus padres y abuelos, no había diferencias entre los que tenían más ancestros europeos y los que tenían menos.

La influencia del ambiente sobre el CI se hizo famosa con el llamado efecto Flynn. Este investigador neozelandés afirmó que en Occidente el CI había aumentado notablemente entre 1947 y 2002. La evolución biológica es muy lenta, necesita miles de años y los genes no pueden ser responsables de esta mejoría, sino que tienen que ser factores sociales. De hecho, las últimas décadas, en las que ha habido más progreso para los negros, han mostrado este incremento. Los avances en lectura y en matemáticas han sido modestos para los blancos, pero notables para los negros, simplemente porque tenían más margen de mejora si recibían el apoyo de una política educativa inclusiva y justa. Un mensaje importante de que todos los niños deben recibir la oportunidad de desarrollar su mente y lograr todo su potencial. Nos interesa a todos, por justicia o por egoísmo, pero prefiero que sea por justicia.

Hay una historia de John Lewis que me gusta mucho, y habla también de un niño. John fue el tercer hijo de los diez que tuvieron Willie Mae (nacida Carter) y Eddie Lewis. Desde muy pequeño John decidió que quería ser pastor, pero no de ovejas sino de hombres, quería ser un predicador y, de hecho, años después sería ordenado ministro baptista. Dentro de la pobre granja familiar, el pequeño John era el encargado del gallinero, pero no renunciaba a sus planes, él también quería desarrollar su vocación, sacar adelante su enorme potencial. Así que mientras daba de comer a los pollos les hablaba de las virtudes del trabajo duro y la paciencia. Con fe y esperanza, explicaba a las gallinas, vendrá una rica cosecha y todo tipo de bienes. También practicaba bautizos de pollitos, funerales de aves y matrimonios de gallos y gallinas… Pienso en el pequeño John dando un sermón a su «rebaño»  y no puedo impedir una sonrisa.

No nos damos cuenta de lo dañina que era la segregación. No solo era tratar a parte de la humanidad como inferiores, negarles derechos y posibilidades de mejorar, era invisibilizarles, apartarles, excluirles. Años más tarde Lewis recordaba que a los seis años solo había visto dos hombres blancos en su vida. Siempre, incluso en los momentos más duros, conservó el humor, mantuvo la fe en los seres humanos, en que vendrían tiempos mejores. Así lo decía: «Ten confianza. Sé optimista. Nunca pierdas ese sentido de esperanza». No lo pierdas tú tampoco.

Para leer más:

  • Gould SJ (1981) The mismeasure of man. Penguin, Londres.
  • Jensen AR  (1969) How Much Can We Boost IQ and Achievement? Harvard Educational Review 39(1): 1–123.
  • Nisbett RE (2007) All brains are the same color. Thew New York Times 9 de diciembre. https://www.nytimes.com/2007/12/09/opinion/09nisbett.html

José Ramón Alonso

CATEDRÁTICO EN LA Universidad de Salamanca

Neurocientífico: Producción científica

ORCIDLensScopusWebofScienceScholar

BNEDialNetGredosLibrary of Congress


Una respuesta a «John Lewis y el racismo»

  1. Avatar de libreoyente

    Precioso. Muchas gracias.

Muchas gracias por comentar


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