Dos Culturas

En las novelas de Charles Percy Snow, ambientadas en la Universidad de Cambridge, los historiadores y filólogos disfrutan de la buena vida, comparten una conversación de altura y manjares exquisitos y se ríen de sus compañeros de ciencias que llegan tarde a la mesa, se tragan lo que les ponen delante sin darse cuenta de si es carne o pescado y se marchan de vuelta al laboratorio antes de que se sirva el oporto.

Hace cincuenta y un años, C.P. Snow, científico de formación, discípulo de Rutherford, escritor por vocación, con varias novelas de gran éxito, y servidor público dio una conferencia titulada “Las dos culturas y la revolución científica” donde habló de la brecha creciente entre dos formas de actividad intelectual: las Humanidades y las Ciencias. Snow indicaba, con desazón, que ambos sectores raramente interactuaban y cada grupo tenía muy poca idea de la disciplina del otro existiendo, incluso, un componente de desconfianza, de sentimiento de superioridad frente al otro. En palabras de Snow “entre ambos polos, un abismo de incomprensión mutua; algunas veces (especialmente entre los jóvenes) hostilidad y desagrado, pero más que nada desconocimiento”. Snow comparaba su Inglaterra del 59 con la decadencia de Venecia, un estado de ricos, por azar, que veían que su mundo se derrumbaba pero no sabían poner soluciones ni diseñar una actuación coordinada. La propuesta de Snow era que la sociedad se beneficiaría en gran manera si esa brecha artificial se rompía y todos los jóvenes conjugaban en mayor medida ambas culturas, y que esa sería la única posibilidad de afrontar los problemas del momento.

Snow no tuvo mucho éxito. No se generó el amplio debate que él deseaba, aunque el libro que escribió después sobre este tema ha salido en varias listas como uno de los más influyentes del siglo XX. Su argumento de que la ciencia era clave para el progreso le generó un brutal ataque personal por el crítico literario F.R. Leavis, que le llamó un “relaciones públicas para el establishment científico”, “no solo no es un genio, sino que es tan intelectualmente poco distinguido como sea posible serlo”, “su libro tienen una falta completa de distinción intelectual y una embarazosa vulgaridad de estilo”. Leavis, tras el ataque ad hominem, indicaba que la gran literatura era la que ayudaba a interpretar las complejidades de la vida y la ciencia ofrecía poco en ese sentido.

La controversia entre Ciencia y Humanidades venía de atrás. T.H. Huxley, conocido como el “bulldog de Darwin” por su fiera defensa de la evolución fue el primero que en el siglo XIX arguyó que la ciencia era tan válida para la formación del intelecto como el estudio de los clásicos, la formación electiva para un inglés de buena familia. En aquellos tiempos era un anatema, pues un buen estudiante no debía “rebajarse” a ir a un laboratorio. Andrew Huxley, nieto de Theodor Henry y ganador del Premio Nobel de Medicina por sus estudios sobre los potenciales nerviosos, recordaba que el director de la Westminster School donde había estudiado, cuando le comunicó su deseo de dejar los clásicos y pasarse a las ciencias, le acusó de “traicionar la virtud por el placer”.

Según un punto de vista, las Dos Culturas gozan de buena salud, llegándose a reproducir aún más. En el ámbito científico nos vamos subdividiendo en diferentes subculturas: físicos, biólogos e ingenieros, por poner algunos ejemplos, nos vamos encerrando en ámbitos cada vez más pequeños, con jerga más especializada e intereses más restringidos. No tendríamos dos culturas sino muchas, cada vez más, más especializadas y más empobrecidas. Si nuestra tendencia es a saber cada vez más sobre algo cada vez más pequeño,  terminaremos sabiéndolo todo sobre nada. Según otra forma de verlo, la controversia sobre las dos culturas. la propuesta de Snow, ya está muerta. Ya no discutimos si los estudiantes de secundaria, todos o parte de ellos, deben saber traducir a Horacio o manejarse con el álgebra, tan solo nos planteamos si merece la pena enseñarles algo, lo que sea. Hay una pregunta que casi me da vergüenza formular ¿leen los estudiantes de ciencias? ¿cuántos de ellos? ¿y qué leen? Snow preguntaba a los profesores de Humanidades cuál es el Segundo Principio de la Termodinámica. Según él, que lo consideraba una cuestión similar a preguntar a un científico inglés si había leído alguna obra de Shakespeare, la respuesta solía ser una mirada gélida.

La sociedad actual se enfrenta a muchos retos. Para mí el más urgente y angustioso es el cambio climático. Es algo potencialmente devastador que va a suceder ante nuestros ojos. No vale para nada si los únicos que hablan de ello son físicos y bioclimatólogos. Los políticos de nuestros gobiernos muestran una insultante falta de liderazgo, una cobardía estructural. La discusión en la sociedad será estéril si desde la ciencia no se dan pautas sobre las causas, su gravedad, y las posibles opciones disponibles.

No hay muchos motivos para ser optimista. Nuestro sistema educativo en secundaria genera una especialización cada vez más temprana. Los créditos de libre elección en las carreras universitarias, pensados para que los estudiantes de Ciencias tuvieran que cursar asignaturas de Letras y viceversa, fracasaron estrepitosamente. La calidad de las páginas de ciencia en los medios de comunicación van de inexistentes a mediocres. Los debates conjuntos entre especialistas de Ciencias y Humanidades sobre grandes temas, puramente inexistentes. Menos mal que nos queda Belén Esteban.

José Ramón Alonso

CATEDRÁTICO EN LA Universidad de Salamanca

Neurocientífico: Producción científica

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