Frente a mí un hombre de aspecto lúgubre, con una gabardina que parecía un uniforme de la Segunda Guerra Mundial.
—Buenos días, ¿qué desea?
—Me llamo José Jareño y soy el dueño de este edificio.
—¿Cómo? Perdone, pero esto es la Biblioteca Nacional.
—Sí. Soy el tataranieto del arquitecto —dijo en tono gozoso— y como no le pagaron lo establecido en el contrato, la obra es mía hasta que me abonen su salario más los intereses. ¿Ve esa arquivolta? Dibujada por mi tatarabuelo.
—¿Y cuánto dice que le debemos?
—Catorce millones de euros.
—Pues no sé si vamos a disponer de tanto dinero en efectivo.
—No se preocupe, los del Arqueológico me han dicho que me lleve la Dama de Elche. ¿Ustedes de Cervantes tienen algo?