No sabemos mucho sobre el porqué de estas diferencias, pero hay evidencias de que los déficits sociales que se observan en la vida adulta tienen mucho que ver con cómo eran los síntomas durante la infancia y qué terapias se trabajaron en esos niños. La solución siempre es trabajar y trabajar, sin esperar milagros, sin caer en cantos de sirenas. Un niño que tenga dificultades para hablar hay que trabajar la comunicación. Hay que explorar qué tal se maneja con una tableta o con un teclado. Si el problema son las habilidades sociales, hay que trabajar las más básicas, como pedir por favor y dar las gracias, dar la mano y hacer turnos.
Además, sería importante entender el sustrato neurobiológico de estas diferencias individuales y el cerebro es el lugar natural para encontrar diferencias que expliquen la distinta gravedad de los síntomas en distintos niños y que los resultados en el medio y largo plazo sean mejores o peores. La gran ventaja es que en los últimos años disponemos de técnicas de neuroimagen, no invasivas y cada vez con mayor poder de resolución. De esta manera, estamos comenzando a entender más sobre la miríada de conexiones entre regiones cerebrales y de qué forma el cerebro coordina toda esa actividad neuronal para producir comportamientos simples y complejos.
Este trabajo muestra la potencia de las técnicas de neuroimagen para entender la relación entre las diferencias en la conectividad cerebral y las habilidades sociales en personas con TEA. Para ello se han centrado en personas con autismo de alto funcionamiento y han usado una nueva metodología especialmente enfocada a identificar los tractos de corta distancia, conexiones corticales locales en forma de U que como digo asocian zonas corticales cercanas.
Tenemos cada vez más evidencias de que las conexiones entre diferentes regiones cerebrales están alteradas en los TEA. Los estudios se han hecho con resonancia magnética funcional o con imagen de tensores de difusión (DTI). Los estudios de conectividad funcional se basan en la sincronización de los niveles de oxigenación sanguínea, dependientes de nivel, mientras al cerebro se le presenta una tarea social, emocional o cognitiva, frente a un nivel de activación basal, cuando no está sometido a una actividad particular. En palabras sencillas, varias zonas corticales están conectadas si se activan simultáneamente al realizar una tarea determinada.
La DTI usa un valor llamado anisotropía fraccional. Suena complicado pero es fácil de entender. Tenemos una molécula de agua, si está en un vaso con agua puede moverse con la misma probabilidad en todas direcciones, es un proceso isotrópico. Por tanto, el valor de su anisotropía, lo contrario, es cero. Si la molécula está dentro de un tubo de plástico diminuto, difunde sin problema en el eje del tubo, pero no lo puede hacer en ninguna otra dirección. El valor de su anisotropía es uno, el máximo.
D’Albis y su grupo han usado DTI para ver cambios en la conectividad a corta distancia (fascículos que tienen una longitud entre 20 y 80 milímetros) en hombres con TEA entre 18 y 55 años, con un cociente de inteligencia igual o superior a 70, por tanto sin discapacidad intelectual. La muestra final contaba con 27 hombres con TEA y 31 controles y en cada uno de ellos se estudiaron usando DTI 63 fascículos nerviosos de corta distancia. Los investigadores analizaron las diferencias en la anisotropía fraccional de esos fascículos entre el grupo con TEA y el grupo sin TEA y la relación con las características clínicas de las personas afectadas por esta condición.
Hace falta más investigación para determinar cómo se desarrollan estas anomalías en la conectividad axonal y las alteraciones en los procesos cognitivos sociales a lo largo del tiempo. De momento, tenemos evidencias de que se observan cambios prenatales en los niños que posteriormente serán diagnosticados con TEA.
Volvamos por un momento a las conexiones a larga distancia. Hay datos que muestran mayor anisotropía fraccional entre niños muy pequeños con TEA lo que pone de manifiesto que la hiperconectividad está presenta en las fases clínicas más tempranas del trastorno y que influye en la forma en que los niños aprenden y desarrollan sus habilidades sociales. El trabajo de d’Albis y su grupo se centra en las de corta distancia que eran mucho menos conocidas. Incorporar medidas sobre el cerebro y los comportamientos nos puede ayudar a entender la diversidad de trayectorias que tienen las personas con TEA en su desarrollo y a diseñar estrategias individuales para, trabajando con él, permitir a cada persona con TEA alcanzar su mayor potencial.
Referencias
- d’Albis MA, Guevara P, Guevara M, Laidi C, Boisgontier J, Sarrazin S, Duclap D, Delorme R, Bolognani F, Czech C, Bouquet C, Ly-Le Moal M, Holiga S, Amestoy A, Scheid I, Gaman A, Leboyer M, Poupon C, Mangin JF, Houenou J (2018) Local structural connectivity is associated with social cognition in autism spectrum disorder. Brain 141(12): 3472-3481.
- Eyler LT (2018) Brain connections and social connections in autism spectrum disorders. Brain 141(12): 3287-3289.