Catherine Genovese, a la que casi todos llamaban Kitty, regresaba a casa de su trabajo como gerente de un bar. Estacionó su Fiat rojo en un descampado adyacente a la estación de tren de Long Island, apagó las luces, cerró la puerta y comenzó a caminar los treinta metros que quedaban hasta la entrada de su edificio.
La Srta. Genovese vio a un hombre al final del solar, cerca de un edificio de siete pisos. Se detuvo y luego, nerviosa, se dirigió por la calle Austin hacia una cabina telefónica de la comisaría. Llegó hasta una farola frente a una librería antes de que el hombre la agarrara. Ella gritó. Las luces se encendieron en una casa de apartamentos cercana. Las ventanas se abrieron y las voces perforaron la quietud de la mañana. Kitty Genovese gritó: «¡Dios mío, me ha apuñalado! Por favor, ayúdeme. Por favor, ayúdeme!»
Desde una de las ventanas superiores de la casa de apartamentos, un hombre voceó: «¡Deje a esa chica en paz!». El asaltante lo miró y caminó por la calle Austin hacia un coche blanco estacionado a corta distancia. La señorita Genovese luchó por ponerse de pie. Las luces se apagaron. El asesino volvió a Genovese, que intentaba rodear el edificio por el aparcamiento para llegar a su apartamento. El asaltante la apuñaló de nuevo. Ella gritó «¡Me estoy muriendo!» repetidas veces. Las ventanas se abrieron de nuevo y las luces se encendieron en muchos apartamentos. El asaltante se metió en su coche y se fue. La señorita Genovese se puso de pie tambaleándose. Pasó un autobús urbano de la línea Q-10. Eran las 3:35 de la mañana.
Seis días después, el agresor, Winston Moseley, fue detenido durante un robo. Un maquinista de profesión que estaba casado, tenía tres hijos y casa propia. Presionado por las autoridades, no solo confesó el crimen de Kitty, sino que también declaró otros dos asesinatos.
Un estudio publicado en American Psychologist en 2007 señalaba que la historia del asesinato de Genovese fue exagerada y distorsionada por los medios. En concreto, no había treinta y ocho testigos observando, sí que entraron en contacto con la policía por lo menos una vez durante el ataque y muchas de las personas que oyeron por casualidad el asalto no podían saber realmente lo que sucedía. Los autores del artículo sugieren que la historia continúa siendo mal descrita en libros de texto de psicología social porque funciona como una parábola y sirve como ejemplo dramático para los estudiantes. De esta manera, a lo largo de las décadas que han transcurrido desde su asesinato en 1964, Kitty Genovese se convirtió en un símbolo de la desconexión social y la apatía urbana, ser víctima no sólo de un asesino que empuña un cuchillo sino de la falta de voluntad de los habitantes de una gran ciudad en involucrarse, ayudar y resistir al mal.
John Darley y Bibb Latané pidieron a un grupo de estudiantes universitarios que participaran en una discusión sobre problemas personales. Cada uno formaría parte de un grupo de discusión, de diversos tamaños.
La primera grabación era de una persona que confesaba al grupo que estaba teniendo problemas en ajustarse a la vida en la ciudad y que era propenso a tener graves ataques epilépticos. Según el tamaño del grupo se oían otros comentarios y el voluntario también hablaba. Entonces, la primera persona volvía a hablar y les decía que estaba teniendo un ataque y su voz aumentaba de volumen y se volvía incoherente. Después se oía un ruido como si se ahogara y luego quedaba en un completo silencio.
Darley y Latané encontraron que no solo las personas en grupo eran menos propensas a responder a una emergencia que los individuos, sino que la respuesta era inversamente proporcional al número de testigos, tardaba más en producirse cuanta más gente había implicada. Si hay mucha gente observando una escena, es menos probable que alguien decida ayudar. El grupo hace que se difumine la responsabilidad y se ha llamado el efecto espectador.
El equipo de investigación concluyó que cuando una sola persona observa una emergencia, él es el único que puede ayudar y la presión es para hacer algo, lo que sea. Cuando hay más testigos de ese suceso, la presión se vuelve difusa y muchos individuos asumen que alguien hará algo o les preocupa que su intervención pueda estorbar los esfuerzos de aquellos más hábiles o mejor preparados, como médicos, policías o cualquier persona que tenga un nivel mayor de responsabilidad. Otra explicación puede ser que los espectadores observan las reacciones de otras personas en una situación de emergencia para determinar si piensan que es necesario intervenir. Dado que los demás están haciendo exactamente lo mismo, la gente concluye de las reacciones de los demás que la ayuda es innecesaria, en lo que puede ser un ejemplo de ignorancia colectiva. El contexto también es importante, porque al igual que en el experimento de Milgram, a algunos voluntarios también les preocupaba estar interrumpiendo o alterando la tarea en la que estaban participando.
Latané y Darley establecieron lo que se ha denominado el modelo de decisión, cinco pasos que llevan a un testigo a intervenir o no intervenir:
- Tiene que reconocer que sucede algo anómalo. Muchas veces no somos conscientes de lo que pasa a nuestro alrededor o un nivel de estrés o sobrecarga de estímulos hace que desechemos información que posteriormente se revela como importante.
- Tiene que identificar esa situación como una emergencia. Ahí interviene la claridad de lo que está pasando y la actuación de otras personas. En situaciones ambiguas recurrimos a indicios sociales.
- Debe sentirse responsable de prestar ayuda. La existencia de más testigos diluye la responsabilidad.
- Debe sentirse capaz de ayudar. Aquí va a influir la imagen que tenga de sí mismo, la experiencia con situaciones similares y todo aquello que influya en decidir si va a saber cómo ayudar.
- Evalúa los costes de intervenir o no hacerlo. Aquí intervienen cosas como las posibles consecuencias negativas, la posible evaluación por otras personas y los riesgos a los que se expone si su actuación en vez de ayudar genera un daño mayor.
Quizá todo se resume en ese viejo dicho de que «en el juego de la vida hay dos tipos de personas, participantes y espectadores, y cada uno debemos elegir».
Para leer más:
- Gansberg M (1964) 37 Who Saw Murder Didn’t Call the Police. The New York Times 27 de marzo. https://timesmachine.nytimes.com/timesmachine/1964/03/27/97175042.html
- Haberman C (2016) Remembering Kitty Genovese. The New York Times 10 de abril. https://www.nytimes.com/2016/04/11/us/remembering-kitty-genovese.html
- Latané B, Darley JM (1969) Bystanders «apathy». Am Sci 57(2): 244-268.
- Manning R, Levine M, Collins A (2007) The Kitty Genovese murder and the social psychology of helping: The parable of the 38 witnesses. American Psychologist 62: 555-562.
- Pitart Fernández MJ (2019) Efecto espectador o «difusión de responsabilidad». NeuroClass https://neuro-class.com/efecto-espectador-o-difusion-de-responsabilidad/