Cinco herramientas, de utilidad demostrada, para aprender mejor.

Marta Bueno y José R. Alonso

¿Cómo podemos facilitar nuestro aprendizaje o el de nuestros alumnos? Somos capaces de aprender durante toda la vida porque la plasticidad de nuestro cerebro nos permite modificar estructuras neuronales cuando adquirimos conocimientos nuevos. Al entrenarnos en una nueva habilidad se van consolidando sinapsis preexistentes y formando otras nuevas hasta que conseguimos una destreza o un conocimiento, algo que aprendimos con éxito. Sin embargo, el camino puede ser más o menos costoso y para optimizarlo contamos con los resultados de investigaciones recientes sobre el proceso de aprendizaje. Estos hallazgos nos proporcionan herramientas para aprovechar al máximo el esfuerzo que supone cualquier aprendizaje partiendo siempre del deseo de querer hacerlo. El reto está ahí: aprender un idioma nuevo, tocar un instrumento, seguir una estrategia para hacer puzles o atreverse con el ganchillo. Conocer algo que antes no sabíamos.

Los diez hallazgos sobre la manera de aprender que detallaremos a lo largo de dos entradas son también válidos para nuestros alumnos. Ellos se enfrentan al desafío de superar un sistema reglado que les pone delante de pruebas de diversas materias. Nuestra tarea es conseguir que las aborden desde la pasión por conocer, desde el disfrute de superarse a sí mismos que les habremos transmitido. Cada uno de los diez puntos está referenciado en el artículo de la revista New Scientist que citamos al final del texto.

Vamos con ellos:

  1. Encontrar el horario óptimo.

Si somos mayores, es fundamental conocer este estudio reciente porque afirma que nuestro mejor momento para adquirir una nueva habilidad lo tenemos durante la mañana. Este resultado se debe a una investigación llevada a cabo en la Universidad de Toronto que reveló que los adultos entre 60 y 82 años se concentraban más e ignoraban mejor las distracciones a lo largo de la mañana. Las pruebas de memoria mostraban mejores resultados si se realizaban entre las 8,30 y las 10,30 de la mañana que entre las 13,00 y las 17,00 de la tarde. Los escáneres de sus cerebros ponían de manifiesto que por la tarde, las neuronas de estas personas mostraban un menor grado de actividad, habían cambiado al modo de descanso de nuestro cerebro, la llamada Red Neuronal por Defecto. En estas condiciones el cerebro sigue trabajando activamente pero le cuesta mantener la atención y dar entrada a nuevas señales, a nuevos datos. Por el contrario, en los adultos más jóvenes, las áreas relacionadas con el control de la atención seguían muy activas durante toda la tarde. No obstante, para aprovechar al máximo su esfuerzo, las personas más jóvenes también pueden cronometrar su franja óptima de aprendizaje. Otro estudio, orientado también a adolescentes, demostró que los aprendizajes que implicaban movimiento rápido se adquirían mejor a última hora de la tarde, casi al acostarse. Así, se puede practicar al piano antes de ir a dormir. ¿Por qué es así? Christoph Nissen de la Universidad de Friburgo en Alemania analiza algo que ya sabemos: dormir después de aprender un nuevo hecho o habilidad ayuda a consolidar los recuerdos. Nissen sospecha que la “ventana crítica” entre el aprendizaje y el sueño es más corta para el aprendizaje relacionado con el movimiento, tocar un instrumento, que para otros tipos de memoria. No está claro si los adultos pueden beneficiarse tanto como los adolescentes de estas ventanas. Aún así, sea cual sea nuestra edad, identifiquemos y utilicemos las horas más adecuadas para aprender.

  1. Autoevaluación

Un estudio sobre la importancia de la autoevaluación llevado a cabo por Jeffrey Karpickeen solicitó a los estudiantes que aprendieran el significado de 40 palabras en swahili. Aquellos que tuvieron que recordar repetidamente estas palabras a modo de autoevaluación obtuvieron un promedio de 80 por ciento en una prueba una semana después, mientras que aquellos que solo estudiaron las palabras sin autoevaluarse activamente obtuvieron un promedio de solo 36 por ciento. Este resultado respalda la idea de que hacerse preguntas sobre lo aprendido es más eficaz que otras estrategias de aprendizaje comunes. Se comparó el resultado con el que se alcanzaba utilizando otras técnicas para adquirir un conocimiento, como hacer dibujos aclaratorios en los apuntes, poner notas al margen o usar todos esos colores que hacen de la letra impresa un parque de atracciones. Concluyeron que lo más eficaz es autoevaluarse. Quizá esta idea parezca demasiado costosa y frustrante si aún no dominamos lo que pretendemos. No debemos preocuparnos de esto último. Es fundamental intentarlo porque no es imprescindible que al hacernos preguntas conozcamos las respuestas correctas. Nate Kornell y sus colegas han descubierto que lo que más importa son los intentos de tratar de recuperar de la memoria lo estudiado. Esta estrategia de autoevaluarse no consiste en obtener un refuerzo positivo al constatar cuánto sabemos sino en el ejercicio mismo de rescatar la información, algo que refuerza las conexiones cerebrales que llevan a esos datos. Así que continuemos en el empeño de preguntarnos y preguntarnos otra vez si en la primera prueba tuvimos que mirar la respuesta en nuestros apuntes.

  1. Inercia de estudio

Aprender no es necesariamente una tarea tan intensa que requiera una atención focalizada al cien por cien. Incluso podemos aprender cuando la mente está en otra cosa. Beverly Wright le pidió a un grupo de voluntarios que practicaran la distinción entre sonidos de una frecuencia muy similar, tenían que decir si eran más graves o más agudos. Un grupo escuchó los sonidos centrando la atención en éstos. Otro grupo utilizó la mitad del tiempo escuchando activamente los sonidos y la otra mitad del tiempo escribiendo sobre un tema cualquiera mientras los escuchaba de fondo. Ambos grupos obtuvieron el mismo resultado en un cuestionario final. Los sonidos que se escucharon como ruido de fondo también fueron aprendidos y evaluados con éxito por el segundo grupo, aunque escribían a la vez y no les prestaran atención activa. ¿Qué puede estar pasando? Wright cree que el entrenamiento activo predispone el circuito neuronal involucrado en una tarea particular en un estado propicio para el aprendizaje, y este estado continúa durante algún tiempo después de que finalice la fase activa del entrenamiento. Mientras se mantenga en este estado, el cerebro procesará estímulos similares a los aprendidos como si ocurrieran durante la fase de concentración sin distracciones. Es como si nuestras conexiones cerebrales fueran la resistencia de una bombilla de las de antes, que al apagarse, mantiene el calor durante un tiempo.

Por lo tanto, si eres un maestro o profesor no te enfades si se distraen un poco, es posible que estén aprendiendo más de lo que crees.

En la misma línea, Lynn Hasher, de la Universidad de Toronto, y sus colegas han demostrado que adultos mayores aprendían una lista de palabras sin ser conscientes de que ésta se repetía como sonido de fondo. Primero se obligó a sus neuronas a estar activas con un ejercicio consciente de memoria. En teoría esta práctica similar encendió la “resistencia de la bombilla”, y después, mientras moldeaban arcilla, coloreaban mandalas o hacían origami “bombilla apagada” , se reproducía la lista que debían aprender. Y la aprendían sin darse cuenta. Así, un período pasivo después de uno activo también puede ayudar en el aprendizaje.

Además, revelaron algo que podíamos intuir, que el aprendizaje pasivo es más efectivo mientras hacemos algo relativamente poco exigente. Por lo tanto, podemos aprovechar para escuchar vocabulario en otro idioma mientras preparamos la cena, o podemos poner información útil en los altavoces del autobús escolar, o aprovechar de mil maneras distintas esa capacidad cerebral.

  1. Atención dividida

¿Su hijo adolescente no se centra? ¿está a tres cosas a la vez? Pues parece que, en ciertas ocasiones, su adolescente, rebelde con causa, utiliza una estrategia adecuada para estudiar. La atención dividida en varias tareas puede ser eficaz. Según Joo-Hyun Song, si dejamos de estudiar con frecuencia para enviar un whatsapp o para atender a la letra de una melodía, lo más probable es que no aprendamos tan bien como en un silencio ininterrumpido. Pero podemos obtener ventaja de estas distracciones. Hay una fase posterior en el proceso de aprendizaje de la que nos olvidamos a menudo y es la de recuperar lo aprendido. No se había investigado el papel de la atención dividida cuando recuperamos de la memoria lo almacenado. Pueden aparecer distracciones en el momento de plasmar lo estudiado en un examen o cuando tengamos que poner en práctica una habilidad. Song descubrió que la distracción mientras se aprende puede ser beneficiosa si también aparece esta distracción al rescatar de la memoria lo aprendido, el distractor se convierte entonces en una pista, en un refuerzo. Como sabemos, el contexto puede ayudarnos a evocar datos de la memoria. Si estudiamos un tema de Botánica y aparece un olor a canela en la habitación mientras leemos las características de las cucurbitáceas, probablemente cuando tengamos que volver a recordar esas plantas lo haremos más eficazmente si en ese momento, en el examen, huele a canela. Evidentemente no puedes permitir que los alumnos invadan el aula del examen con decenas de botes de especias e incensarios, pero puede funcionar igual con un caramelo de limón, y eso sí lo pueden llevar al examen (sin azúcar, mejor). Song descubrió que la atención dividida en sí misma puede actuar como un contexto muy potente, más incluso que el caramelo o que un estímulo olfativo. En su investigación demostró que las personas que se distrajeron durante el aprendizaje recordaron igual de bien que las que no se distrajeron en ninguna ocasión, y mejor que las personas que se distrajeron en una sola situación, es decir sólo al aprender o sólo cuando intentaban recordar. No importaba si las distracciones eran las mismas en ambas ocasiones, pero el grado de distracción tenía que ser similar. Por ejemplo, si anticipamos que vamos a tener un entorno ruidoso, con sonidos inesperados o interrupciones de cualquier tipo al recordar, no nos irá mal estudiar con ruido. Si aprendemos nuestra coreografía de fin de curso sin ninguna distracción, nos costará ejecutarla con el pabellón atestado de público bullicioso coreando la canción.

  1. El trabajo en grupo

Compartir conocimientos con otras personas puede ser muy beneficioso. Saundra McGuire y Roald Hoffman recomiendan alternar el tiempo de estudio solitario con el trabajo en equipo. En concreto, una vez que se ha intentado estudiar solo, podemos beneficiarnos de la sabiduría de un grupo de entre tres y seis personas. McGuire y Hoffman dicen que los grupos de estudio necesitan dos elementos clave para promover el aprendizaje significativo: actividades de discusión y resolución de problemas. Después de estas jornadas de debate en grupo se debería volver a trabajar en los problemas que se discutieron y volver a reflexionar en soledad.

Lo hemos comprobado muchas veces; cuando compartimos lo que sabemos y escuchamos de forma activa otros argumentos obtenemos otros puntos de vista. Las nuevas perspectivas sobre nuestros aprendizajes los enriquecen y nos llevan a nuevas preguntas. No hace falta preparar un debate o programar un grupo de trabajo. Simplemente con un café entre amigos o en una animada sobremesa, el intercambio de información sobre un tema académico nos ayuda en el aprendizaje de nuevos conocimientos.

Las cinco claves planteadas aquí nos proporcionan argumentos para insistir como educadores en lo complejo y maravilloso que supone la reestructuración constante de nuestro cerebro. Si somos quienes somos gracias a él, es conveniente mantenerlo en forma aprendiendo del modo más ventajoso con estrategias apoyadas en evidencias. La neurociencia nos puede ayudar con técnicas basadas en investigaciones, sencillas y útiles. Y un mensaje final, gracias al circuito cerebral de recompensa que se activa durante el proceso, aprender es un placer.

 

Referencias

 

 

 

Una respuesta a “Cinco herramientas, de utilidad demostrada, para aprender mejor.”

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