Afortunadamente en la gran mayoría de las universidades, al menos en las públicas, hay oficinas de servicios sociales o de apoyo a la discapacidad que pueden gestionar cosas como una mejor comprensión del trastorno por parte de los profesores o la necesidad de disponer de más tiempo para la realización de un examen. El problema es que muchas cosas de la vida diaria que para un estudiante normotípico no son un problema, para ellos requieren un esfuerzo extra de tiempo y energía. Un ejemplo pueden ser las relaciones de pareja que son mucho más difíciles de entender e iniciar si no eres capaz de entender algunas expresiones faciales, algunos gestos o algunas acciones. La sensación es que a pesar de su bondad y de la fuerza con la que afrontan los retos, siempre con el apoyo de sus familias, pero a veces con menos servicios accesibles de los que tenían en la primaria o en la secundaria, no es una etapa fácil.
Quizá por todas estas circunstancias, que lógicamente no afectan solamente a los que tienen un alto funcionamiento que les permite asistir a la universidad, cada vez hay más jóvenes con un TEA a los que les diagnostican, además, un trastorno psiquiátrico, tales como depresión, trastorno de ansiedad, hiperactividad con déficit de atención, trastorno bipolar, esquizofrenia u otros. Es un problema real que afecta gravemente a la calidad de vida y a esa etapa clave de la transición a la vida adulta.
Pero a esa sensación general es necesario ponerle cifras. Una publicación reciente por Weiss y su grupo muestra que los jóvenes con TEA de 18 a 24 años tienen más problemas de salud mental que otros jóvenes normotípicos o que tienen otros tipos de discapacidad del desarrollo. El estudio se realizó en Ontario (Canadá) usando los datos administrativos de 5.095 jóvenes diagnosticados de TEA, de otras 10.487 personas de las mismas edades con un diagnóstico de otro trastorno del desarrollo (síndrome de Down, síndrome de la X frágil, etc.) y de una selección aleatoria de jóvenes de Ontario sin un diagnóstico de trastorno de desarrollo, que sirvieron de control.
El objetivo del estudio no era analizar específicamente la salud mental sino ver qué aparecía de la comparación en las historias clínicas de los tres grupos. Las necesidades insatisfechas generan un coste social así que es importante reconocer las demandas en la salud física y mental y las carencias en los tratamientos, para que en un sistema de salud universal como el nuestro todo el mundo reciba los cuidados adecuados.
Es posible que algunos factores biológicos contribuyan a esa mayor morbilidad de trastornos psiquiátricos pero lo que está claro es que los factores ambientales tienen una gran influencia.
Un problema de la atención sanitaria especializada es que, en general, las subespecialidades dentro de pediatría, como los trastornos del neurodesarrollo, no tienen un paralelo en las especialidades de los adultos. Otro problema es que algunos profesionales consideren que ese trastorno psiquiátrico es parte de su autismo, pero no es así: hay personas que tienen un TEA y no presentan comorbilidad de ningún trastorno psiquiátrico.
La mejor solución parece formar a psicólogos y psiquiatras y a los demás profesionales sanitarios como enfermeros, fisioterapeutas, farmacéuticos, etc. en las particularidades del autismo. A su vez ser conscientes de que los mayores índices de ansiedad y depresión producen un resultado aun peor en las personas con un TEA, en particular en los casos menos graves: el incremento en el número de suicidios.
Por tanto la salud mental debe ser una prioridad en la transición a la vida adulta de las personas con un TEA. Es necesario tener una mirada preventiva, tomar medidas antes de llegar a un diagnóstico y hacerlo de una manera individualizada para cada joven en el espectro. Hemos hablado en otras ocasiones de que nos hemos centrado mucho en los niños con autismo, lo que era razonable y necesario, pero ahora esos niños han crecido y debemos ampliar la mirada a temas como la transición a la vida adulta, que es, en estos momentos, un verdadero reto. Preparar esos cambios y prevenir las dificultades asociadas es el camino y cuanto antes empecemos, y cuanto antes familias, profesionales y los propios implicados se pongan a ello, mejor.
¿Y por dónde empezar? Las evidencias disponibles nos señalan que es bueno empezar enseñando al adolescente tareas básicas como hacer la colada, cocinar, bañarse solo y tareas similares.
La forma de hacerlo es como con otras habilidades, preparar un modelo, repetir y hacer que ellos vayan sintiendo esta experiencia e incorporando esa habilidad en su arsenal personal. Un error común es, por cariño a ese adolescente, seguir haciéndole cosas que debería hacer ya él mismo. De nuevo va a depender de cada caso, pero la mejor forma de ayudarle es llevarle al límite de lo que puede dar de sí, con paciencia y cariño y sin tirar nunca la toalla. En todo este proceso es fundamental contar con los propios muchachos, como uno decía en una entrevista «nada sobre ellos, sin ellos» y pensar también en los que no son verbales.
Para leer más:
- Haelle T (2017) Many Young Adults With Autism Also Have Mental Health Issues. Wbur 1 de octubre. http://www.wbur.org/npr/554461501/many-young-adults-with-autism-also-have-mental-health-issues
- Weiss JA, Isaacs B, Diepstra H, Wilton AS, Brown HK, McGarry C, Lunsky Y (2017) Health Concerns and Health Service Utilization in a Population Cohort of Young Adults with Autism Spectrum Disorder. J Autism Dev Disord. doi: 10.1007/s10803-017-3292-0. [Epub ahead of print]
2 respuestas a “Autismo y trastornos psiquiátricos”
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