Empecé con Cicerón. Siempre me he sentido un romano, el bisnieto de un legionario que acabó su servicio en Castilla convertido en agricultor. Disfrutaba la lectura, la traducción perfecta (con el tiempo te vuelves maniático y he soportado tantas traducciones mediocres que ver a Berta Bias ejercer su oficio es un soplo de felicidad). De repente empezaron a llegar las noticias de Barcelona. Mi plan, mi esperanza, se fue a la mierda. Antes recibías las noticias un par de veces al día, uno o dos telediarios y el periódico. Ahora son miles de veces, el periódico siempre está atrasado, y te llegan imágenes, videos, noticias, rumores, sentimientos, estupideces, carroña, basura. Ves el coro de los miserables, los que ponen fotos de gente atropellada y los que intentan usar a los inocentes para sus odios: anticatalanistas feroces, independentistas encanallados, fascistas de diverso pelaje, incluso madridistas majaderos, una serie de manzanas podridas en un océano de gente buena, con el corazón encogido por la tragedia y queriendo ayudar y enviar su cariño sin saber bien cómo hacerlo. Unos ponían gatos en twitter, otros ofrecían su casa, su coche o su trabajo; un traumatólogo de Zaragoza proponía agarrar el coche y plantarse allí en unas horas si podía ser útil; otros iban a donar sangre, otros revisaban las calles jugándose la vida por nosotros, otros gemían su rabia o su tristeza. Leí un trozo de una declaración de Salman Rushdie que me ayudó. Decía esto:
El fundamentalista cree que no creemos en nada. En su mirada del mundo, tiene las certezas absolutas, mientras nosotros estamos hundidos en indulgencias sibaritas. Para demostrarle que está equivocado, primero debemos saber que está equivocado. Debemos ponernos de acuerdo en lo que es importante: besarse en lugares públicos, los bocadillos de jamón, estar en desacuerdo, la moda vanguardista, la literatura, la generosidad, el agua, una distribución más equitativa de los recursos de la Tierra, las películas, la música, la libertad de pensamiento, la belleza, el amor.
Sí, creo que es así. Tenemos que recordar que somos todo eso, también la herencia de Roma, el estado de Derecho, el juicio justo, el derecho a un abogado que te defienda y a un juez. Quería que detuvieran a esos terroristas y les hicieran pagar sus crímenes, quería que si algún policía estaba en peligro, acabara con ellos antes que perder su vida inocente, en riesgo por servir a la sociedad, pero no quería linchamientos ni asesinatos, porque somos mejores que ellos. Esa es nuestra fuerza, nuestra enorme superioridad moral.
Por la noche, después de terminar el capítulo de Cicerón cuando ya había conseguido calmarme y justo antes de entregarme al sueño leí a Espriu. Era mi forma torpe y silenciosa de enviar mi cariño a Barcelona, de pensar en todas las personas que quiero en aquellas tierras, de llorar por muertos y heridos, de agradecer que haya tanta gente buena y me sentía como Espriu que me decía «Ara he de callar, que no tinc prou força contra tant de mal». «Ahora debo callar, ya que no me queda fuerza suficiente contra tanto mal». También pensaba que volveré a pasear por la Rambla, que besaré en público, con pudor pero con felicidad, a la persona que quiero, que iré a desayunar a la Boquería, que defenderé a los musulmanes inocentes porque son de los míos y gritaré en el corazón con todas mis fuerzas ¡Barcelona, t’estimo!
4 respuestas a «Barcelona»
Excelente escrito a esta hermosa ciudad histórica y punto de encuentro de varias culturas del viejo continente. Gracias
Es un tema muy complejo que requiere un analisis muy completo para hablar de soluciones ante las acciones de la segunda generación de inmigrantes no integrados, a quienes no les importa morir por esta o por otra causa.
Te agradezco y me emociona mucho tu escrito. Un abrazo.
Gracias, Mario. Tú estás entre la gente que aprecio, mucho, en esas tierras. Otro abrazo para ti