La idea tradicional es que, con los años, el cerebro solo puede perder neuronas, perder volumen, atrofiarse y perder funcionalidad. ¡Vamos, quedarse hecho una pasa! Las últimas investigaciones han demostrado que no es así, la plasticidad neuronal se mantiene toda la vida y la evolución personal depende de qué hagamos con el cerebro, qué le pidamos, con qué le alimentemos en todos los sentidos. Dentro de la población existe una alta variabilidad en la pérdida de volumen cerebral y eso ha llevado al planteamiento del «envejecimiento exitoso», un término para distinguir a las personas que muestran menor pérdida cognitiva o menos marcadores de patología cerebral o disfunción (por ejemplo, pérdida de volumen) que otras personas de la misma edad. En un mundo donde la educación se extiende a toda la vida, también a edades avanzadas, es fundamental entender la plasticidad neuronal, base del aprendizaje. La esperanza es identificar aquellos factores genéticos, comportamentales, de estilo de vida, etc. que distinguen el «envejecimiento exitoso» de aquellos que muestran pérdidas mucho más rápido, en un «envejecimiento acelerado». La identificación de estos factores permitiría poner en marcha tratamientos y medidas preventivas para reducir la atrofia cerebral ligada a la edad y disminuir las alteraciones cognitivas.
Un aspecto sencillo que genera un resultado positivo es el ejercicio físico. Los efectos del ejercicio sobre el cerebro son generales en el sentido de que muchos ámbitos cognitivos mejoran después de varios meses de ejercicio aeróbico pero específicos en el sentido de que las funciones ejecutivas mejoran más que otros campos cognitivos. Esta relación encaja con evidencias de que el cerebro no muestra una atrofia uniforme en la vejez sino que hay regiones (por ejemplo, la corteza prefrontal, el núcleo caudado o la corteza temporal medial, donde está el hipocampo) que son más sensibles al efecto del envejecimiento que otras zonas cerebrales. Como algo llamativo, las regiones cerebrales que muestran las pérdidas de volumen relacionadas con la edad con mayor rapidez parecen ser las más sensibles, las que mejor responden a un estilo de vida más activo. Unas investigaciones de la Universidad de Pittsburgh demuestran que pequeñas caminatas, rápidas y regulares, detienen la pérdida de volumen cerebral y mantienen a raya el deterioro de las habilidades mentales asociadas a la edad.
Kirk Erickson y su grupo reclutaron más de 100 adultos, hombres y mujeres, de entre 60 y 80 años, que confesaron que hacían nada o poco ejercicio en su vida cotidiana. A la mitad se les asignó andar de 30 a 45 minutos, tres veces a la semana. El resto dedicaba un tiempo similar a la semana a hacer ejercicios de estiramiento. El principal resultado fue que, al cabo de un año, en aquellos que daban una caminata tres veces a la semana aumenta el volumen de las regiones cerebrales implicadas en la planificación y la memoria espacial. Los efectos cerebrales positivos del ejercicio físico se pueden deber a muchos factores entre los que están una disminución del estrés, una mejora de los patrones de sueño, mayor autoestima, reducir la ansiedad y la depresión, mejorar el estado de ánimo, mayor confianza social y ser un elemento de ocio en una etapa de la vida que ha perdido muchos alicientes.
La corteza prefrontal y el hipocampo incrementaron su volumen entre un 2 y un 3%, una cantidad modesta pero un resultado llamativo pues todos esperaban ver la atrofia paulatina que se produce en ese período. Según Erickson, «suena como un cantidad muy modesta pero es como revertir el reloj de la edad entre uno y dos años». «Mientras el cerebro se estaba reduciendo no vimos una estabilización sino un incremento del tamaño de esas regiones. Estaban mejor que antes de empezar el estudio». Las personas que participaron en el estudio puntuaban más en pruebas de memoria espacial y algunos manifestaron notarse más alerta mentalmente, sentirse mejor, cómo «si la niebla se hubiera disipado».
Los escáneres cerebrales mostraron pequeños aumentos en ambas regiones encefálicas en ambos grupos pero la diferencia era mayor en los que caminaron. Un punto importante es que la diferencia se conseguía con una cantidad moderada de ejercicio y en un tiempo relativamente corto. Solemos pensar que hace falta un ejercicio vigoroso y durante mucho tiempo para conseguir algún efecto en el sistema nervioso pero no es cierto.
Con respecto a las dos zonas donde se ven modificaciones, la corteza prefrontal participa en numerosas funciones cognitivas de alto nivel, tale como el juicio crítico, los valores sociales o el control de los impulsos. El hipocampo es una zona clave en las memorias espaciales, aquellas que un caminante debe desarrollar para saber volver a su casa. La afectación del hipocampo, la pérdida de volumen o disminución del número de neuronas, es una de las primeras señales de la enfermedad de Alzheimer y de otras demencias.
Los investigadores no saben cuáles son los cambios en los elementos neurales que subyacen en esos incrementos de volumen o cuánto dura esa mejoría. La idea básica es que el ejercicio puede retrasar o ralentizar el declive inevitable asociado al envejecimiento y probablemente pueda detener el inicio de una demencia. Esto es importante porque estamos entrando en lo que algunos consideran una epidemia rampante de demencia. Se calcula que en estos momentos hay 44,4 millones de personas con demencia en el mundo y ese número subirá a 75,6 millones para el 2030.
Para leer más:
- Erickson KI, Leckie RL, Weinstein AM (2014) Physical activity, fitness, and gray matter volume. Neurobiol Aging 35 Suppl 2: S20-28.
- Sample I (2014) Taking your brain for a walk: the secret to delaying dementia. The Guardian 17 de febrero. https://www.theguardian.com/society/2014/feb/17/brain-walk-delaying-dementia-memory
- Stillman CM, Cohen J, Lehman ME, Erickson KI (2016) Mediators of Physical Activity on Neurocognitive Function: A Review at Multiple Levels of Analysis. Front Hum Neurosci 10: 626.
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