Un factor clave fue el alto número de heridos con heridas gravísimas a causa de la metralla. El poeta Charles Sorley, que moriría a los 20 años en las trincheras de Loos en 1915, contaba los horrores de rescatar a un compañero en Tierra de Nadie y «cargar una pieza de carne viva» así como el «curioso grito inarticulado de un hombre próximo a la muerte». A pesar de su sensibilidad exquisita, Sorley confesaba que sentía una «gratitud horrible» cuando tenía que encargarse de un muerto en vez de un compañero herido pues así no «tengo que cargar con él bajo el fuego, gracias a Dios, bastará con arrastrarlo, tirando de él, de ese cuerpo sin resistencia, en la oscuridad, la cabeza reventada traqueteando, el alivio de que esa cosa ha dejado de gemir».
El aura honorable y glorioso de las guerras es una mentira. Los trenes de heridos eran detenidos con cualquier excusa y uno de ellos tuvo que esperar cinco días en una vía muerta en Inglaterra para que pasaran todos los trenes civiles cargados de turistas que iban de vacaciones a las ciudades de la costa. Los camilleros robaban a los heridos. Las iniciales del RAMC (Royal Army Medical Corps) (Cuerpo Médico del Ejército Real) debían traducirse —según el escritor Robert Graves— por Rob All My Comrades (robo a todos mis camaradas) pues según él los sanitarios le desvalijaron de todo lo que llevaba salvo unos papeles en un bolsillo y un anillo que no consiguieron arrancarle del dedo. En el otro bando las cosas no eran mejores. El hospital de prisioneros de guerra de Berlín estaba infestado de chinches y el bloqueo aliado hizo que no hubiera suministros y la carencia de vendas, por ejemplo, hizo que se usaran en su lugar visillos y papel que se disolvía en una masa infecta al mezclarse con el pus y la sangre.
En ese ambiente caótico, los médicos, especialmente aquellos con experiencia en investigación, pronto empezaron a hacer innovaciones. Vieron que intervenir rápidamente las heridas del vientre era la mejor opción para que el paciente sobreviviera, que había que limpiar y desbridar las heridas, y Alexis Carrel, un médico francés que luego recibiría el premio Nobel, puso en marcha nuevas técnicas como las anastomosis, coser venas y arterias, un sistema antiséptico usando lejía diluida y mejoró las transfusiones de sangre.
Harvey Cushing, uno de los grandes, dejó su cátedra de cirugía en la facultad de Medicina de Harvard para unirse al Ejército Expedicionario Americano. Contaba que en julio de 1918 en el Marne operaba sin parar, que no sabía en qué día vivía y que no tenía el mínimo equipamiento básico como un aparato de rayos X, plasma y ni siquiera vendajes. Se vio obligado a «usar paquetes de gasa vieja y vendas de entablillar dedos para cubrir las ruinas apestosas de esos pobres chicos».
Cushing fue uno de los pioneros de la neurocirugía moderna. En él se dieron dos características significativas: el paso de Norteamérica a la vanguardia de la cirugía y la especialización quirúrgica profesional. Provenía de una familia acomodada con tres generaciones anteriores de médicos pero fue un mal estudiante que prefería el deporte y el arte a los libros, aunque luego se volvió loco por ellos, al menos por coleccionarlos. Se decidió tarde por la medicina, que empezó a interesarle en la universidad de Yale, trasladándose después a Harvard donde se licenció cum laude en 1895. Comenzó su formación quirúrgica en el Hospital General de Boston, pero aprendió la cirugía moderna con William S. Halsted, la figura sobresaliente del momento, de quien fue asistente desde 1896 en el Johns Hopkins, un hospital fundado según el modelo de las clínicas alemanas de vanguardia de la época. Halsted era muy lento en el quirófano —decían con sorna que sus pacientes cicatrizaban antes de que él terminara la operación— y tampoco iba mucho por el hospital, por lo que Cushing pronto trabajaba de forma independiente.
Como neurocirujano y en solo uno de los hospitales donde trabajó, el Peter Bent Brigham, Cushing operó más de 2.000 tumores cerebrales y redujo la mortandad ligada a la cirugía del 50 % al 8 %. Era muy exigente y sus ayudantes le veían como frío, dictatorial, hipercrítico, borde y obsesivo: llegaba a detallar y escribir los menús de los pacientes.
Cushing no surgía de la nada. En el último tercio del siglo XIX comenzaron a publicarse monografías de patología quirúrgica encefálica. La primera maniobra neuroquirúrgica propiamente dicha fue una trepanación craneal para drenar un absceso cerebral previamente localizado por diagnóstico clínico, una operación realizada por el mismísimo Paul Broca. Desde mediados de la década de 1880 se realizaron con éxito las primeras ablaciones corticales para tratar la epilepsia jacksoniana traumática (Horsley, 1883), los tumores cerebrales (Bennet y Godel, 1884) y los medulares (Horsley, 1888).
Harvey Cushing ideó operaciones descompresoras, como el drenaje lumbar de la hidrocefalia, pero sobresalió por su dedicación a la patología y el tratamiento de los tumores intracraneales. Con su exquisita formación médica y su extrema habilidad técnica inauguró la cirugía hipofisaria y contribuyó al desarrollo de la endocrinología. En 1912 publicaba The pituitary body and its disorders, fruto de sus investigaciones experimentales y clínicas sobre anatomía, fisiología y patología de la hipófisis. Entre sus más de 300 publicaciones destacan las monografías en colaboración con un discípulo de Cajal, Percival Bailey, que estuvo al frente del Laboratorio de Investigación Quirúrgica que Cushing creó en Harvard. La primera de ellas, Classification of the gliomas (1926), la dedicó «al profesor S. Ramón y Cajal y a los discípulos de su ilustre escuela de neurohistólogos españoles». Esa época donde España estaba en el mapa de la ciencia.
La neurocirugía, en particular la cirugía del cerebro, fue muy pronto valorada como una de las fronteras de la medicina.
Puesto que era un experto en operar tumores cerebrales a Cushing le encargaron en la guerra ocuparse de los soldados heridos en la cabeza. Asombraba a los colegas usando instrumental quirúrgico magnetizado e imanes para extraer trozos de metralla después de localizarlos con los rayos X. Bier hacía algo similar en el bando alemán pero en su caso, con esa pasión germana por la maquinaria pesada, usaba un gigantesco electroimán de más de 250 kg, que bajaba sobre la mesa de operaciones utilizando unas poleas y con el que arrancaba también las esquirlas de metralla de las cabezas de los soldados del Káiser.
El problema de Cushing es que la meticulosidad y el ritmo lento con el que estaba acostumbrado a operar no encajaba con la presión del campo de batalla pero aprovechó un descubrimiento afortunado: el cerebro no tiene receptores de dolor.
Para leer más:
- Aguirre CP (1999) Harvey Williams Cushing (1869-1939) http://www.historiadelamedicina.org/cushing.html
- Black PM (1999) Harvey Cushing at the Peter Bent Brigham Hospital. Neurosurgery 45(5): 990-1001.
- Bliss M (2005) Harvey Cushing: A Life in Surgery. University of Toronto Press, Toronto.
- Brown K (2008) Fighting Fit: Health, Medicine and War in the Twentieth Century. The History Press, Stroud (Gloucestershire).
- Hansson N, Schlich T (2015) «Highly qualified loser»? Harvey Cushing and the Nobel Prize. J Neurosurg 122(4): 976-979.
7 respuestas a “Cirujanos de guerra”
Me duele echar la vista atras y recordar que en los libros del colegio me hablaron de reyes, politicos y figuras de la iglesia y jamas de este señor que si deberia ser un ejemplo para quien realiza su etapa educativa.
Gracias por su blog.
Creo que la historia está cambiando pero es cierto que tenemos que difundir la vida y obra de personas, que permanecen desconocidas y que pueden ser como bien dice, un modelo para las nuevas generaciones y, al mismo tiempo, explican cosas de nuestra realidad actual.
Muchas gracias por dejar el comentario. Un fuerte abrazo
Como siempre los artículos que prsentas son muy interesantes. Es penoso pensar que con frecuencia las guerras, las epidemias, las catástrofes… sean quienes más hagan que la ciencia avance, al menos se apremie. Gracias por el artículo.
José Carlos García Moreno
Muchas gracias por tu comentario. ¡Eres un lector fiel! Un abrazo fuerte
Resulta aterrador que muchos de los grandes avances de la ciencia se lleven a cabo en épocas de conflicto. De todas formas esto también demuestra que en momentos críticos es cuando el ingenio humano despliega sus mayores capacidades.
Implican grandes concentraciones de recursos humanos y materiales, una dirección fuerte y exigente, una presión en todos los investigadores por lo mucho que hay en juego, el verse enfrentados a situaciones anómalas. En el campo de la Neurociencia ha sido tristemente importante el contar con muchos jóvenes, sanos por lo demás, con heridas en la cabeza. Un abrazo fuerte
Magnífica entrada José Ramón. Me ha encantado y me recuerda el papel de otros grandes de la ciencia en la Gran Guerra, como Marie Curie y sus equipos móviles de rayos X.
Impresionante labor de divulgación la de tu blog.
Un saludo.