Una historia real de difteria

imageQuerido hijo

Siempre te han gustado los perros así que en esta historia los protagonistas son unos perros peludos y fuertes y a tu padre le gusta la ciencia así que hay también ciencia para que los dos compartamos esto. Tuvo lugar en una pequeña ciudad situada en un lugar hermoso y desolado, la costa noroeste de Alaska, cerca del estrecho de Bering. El pueblo se llama Nome y está situado solo cuatro grados por debajo del Círculo Polar Ártico, esa zona donde en invierno apenas hay luz, y el hielo y la nieve cubren caminos y montañas, ríos y desfiladeros, rasgados por alguno de los peores vientos del planeta.

Nome tuvo su esplendor cuando se encontró oro en el Yukón,  pero esos tiempos habían pasado en 1925. Tenía unos 455 habitantes Dene, los indígenas de Alaska, y 975 de origen europeo. Desde noviembre a julio, el puerto más cercano estaba bloqueado por el hielo, los días se hacían muy cortos y la única comunicación era el camino de Iditarod, una pista de 1.500 kilómetros. Una carta llegaba por barco a Alaska, se transportaba durante 680 km por tren hasta Nenana y desde allí hasta Nome en trineos tirados por perros, en un sistema de postas que duraba normalmente 25 días.22

En Nome había un pequeño hospital de 25 camas, con un médico, Curtis Welch, y cuatro enfermeras. Una de las enfermeras tenía una hija de 9 años que se llamaba Anna. Poco después de que el último barco del año, el Alameda, partiera, un niño esquimal de dos años llegó al hospital. Welch pensó que tenía anginas pues la garganta estaba irritada y tenía fiebre. Murió a la mañana siguiente. En los días siguientes aparecieron más casos y uno de ellos, otro niño, murió también. Aquello no era normal, pero la madre del segundo niño se negó a que hicieran una autopsia. Poco después fallecieron dos niños esquimales más, vivían en estrecho contacto con la naturaleza, con la alimentación que llevaban consumiendo durante siglos, sin ninguna contaminación pero no les valió de nada. El día 20 de enero  se dieron cuenta: ¡era difteria! Las típicas placas grises en la garganta se vieron con claridad en un niño de tres años llamado Bill Barnett, pero la antitoxina diftérica que tenían estaba caducada y Welch no se atrevió a dársela. Murió al día siguiente.

El 21 de enero una niña de siete años llamada Bessi Stanley fue diagnosticada también. Se le dio antitoxina pero murió esa tarde. Welch se fue a ver al alcalde, le dijo que se enfrentaban a una verdadera epidemia y que hacían falta al menos un millón de unidades de antitoxina diftérica, el único medicamento eficaz. serum-telegram-redDesde la alcaldía mandaron telegramas a las principales ciudades de Alaska pidiendo ayuda. Al mismo tiempo la situación empeoraba, 20 niños más fueron diagnosticados con difteria -entre ellos Anna- y 50 estaban en riesgo. Dos niños más murieron el día 24.

En aquel territorio desolado alrededor de Nome vivían 10.000 personas y sin la antitoxina que se conseguía extrayendo la sangre a un caballo inoculado, la mortandad era cercana al 100%. El clima en enero era terrible y ningún avión podía volar con esa meteorología. Decidieron que un trineo saldría de Nenana tras recoger el suero enviado en tren y otro de Nome y se encontrarían a mitad de camino en un pueblo llamado Nulato.2013_1112_images_43_icebound

El viaje en trineo de Nulato a Nome duraba normalmente 30 días pero el récord en condiciones óptimas estaba en 9. Welch calculaba que el suero solo duraría seis días bajo las brutales condiciones atmosféricas. Leonhard Seppala, un conductor de trineos famoso por haber ganado varias carreras, fue encargado de hacer la parte más difícil. Su perro guía, el que encabezaba el tiro , se llamaba Togo, tenía ya 12 años ¡doce años! y era famoso por su liderazgo, su inteligencia y su habilidad para detectar los peligros.2013_1112_images_41_icebound

El Servicio Público de Salud localizó 1,1 millones de unidades de suero en los hospitales de la costa oeste pero había que llevarlo a Seattle, de allí a Alaska y luego todo el camino hasta Nome. Afortunadamente, en el Hospital Ferroviario de Anchorage encontraron 300.000 unidades que podían permitir aguantar hasta que llegara el envío principal. El tiempo era terrible, la temperatura en la estación de Fairbanks era de -46 °C y un frente frío con vientos de 40 km/h levantaba paredes de nieve de tres metros de altura. El Servicio de Correos ordenó que los mejores conductores y los mejores perros organizaran un sistema de relevos viajando de día y de noche para llevar el paquete con el suero a Seppala, el conductor que iría de Nome a Nulato. La ruta suponía atravesar bosques, montañas, ríos, campos abiertos sin protección de galernas o ventiscas e incluso una parte helada del mar de Bering.

Los carteros eran queridos en Alaska, como deberían serlo en todas partes, y eran los mejores conductores de perros del territorio. El primero fue Bill el Salvaje Shannon que cogió el paquete de 9 kilos con el suero en la estación y se lanzó en medio de la oscuridad pues partió inmediatamente, a las 9 de la noche. Imagina lo que es correr en un trineo a oscuras por una zona accidentada y en medio de unas condiciones inhumanas. La temperatura no paraba de descender y Bill se encontró el camino obstruido así que se lanzó por el lecho helado de un río a pesar de que aún era más frío. Corría al lado del trineo para intentar entrar en calor pero cuando llegó a Minto, a las tres de la mañana, tenía partes de la cara negras por congelación. Calentó el suero en una hoguera, durmió cuatro horas, dejó tres perros que estaban agotados y se puso de nuevo en camino con los seis restantes. Esos tres perros murieron poco después, tal había sido el ritmo con el que habían corrido.diphtheria_b200px

Shannon llegó en muy mal estado a la siguiente posta a las 11 de la mañana, calentaron el suero y Kalland, el siguiente correo, se lanzó al bosque. La temperatura había caído a -49 ºC y según el dueño de la siguiente posta, cuando Kalland llegó tuvo que echarle agua caliente sobre las manos . ¿Por qué? Porque no conseguía separarlas de la barra de guía del trineo, ese trozo de hierro que te ayuda a manejar como si fuera un timón. ¿Lo imaginas?

Mientras tanto, todo el país seguía las noticias, una ola polar se extendió por Norteamérica, el río Hudson se congeló, la gente rezaba por los niños de Alaska que seguían muriendo. Amundsen, el legendario explorador del Ártico se ofreció para lo que fuera, había quien pedía que despegara algún avión pero sin tener un plan viable. Algunos de los perros de los trineos eran mestizos con pelo más corto y cayeron congelados y alguno de los carteros tuvo que ponerse a tirar del trineo con los restantes. Varios eran Dene, nativos de Alaska. Mientras tanto en Nome había aumentado el número de niños hospitalizados y los restos de la antitoxina caducada se habían acabado. Según un periodista de allí «la única esperanza que nos quedan son los perros y sus heroicos conductores… Nome parece una ciudad fantasma». Mientras, Seppala y su trineo, con Togo a la cabeza, seguían corriendo, 146 km en medio de la tormenta. La temperatura era relativamente templada, de «solo» -30 º. Togo corrió más de 500 kilómetros en aquella carrera contra la muerte. Nunca pudo volver a correr. Cuando llevaban ya esa distancia, Seppala creía que le faltaban más de 160 km e iba todo lo rápido que podía porque la tormenta se cerraba sobre su cabeza. Corría tanto que pasó de largo al primero de los carteros que venía en dirección contraria -no sabía que habían salido a su encuentro- quien le empezó a gritar «¡El suero! ¡El suero! ¡Lo tengo aquí!». Y el suero cambió de manos.

Con las noticias de que la epidemia estaba empeorando, Seppala decidió lanzarse por el camino más peligroso pero más directo. Cruzó el hielo abierto del estrecho de Norton con una galerna que hizo descender la temperatura a -65º. Llegó a la posta del otro lado del mar a la 8 de la tarde. Desde la orilla subió al paso de Little MacKinley a 1.500 metros de altitud. 1402_Discoveries_graphic_2Tras descender hasta la siguiente posta, Seppala, más cansado de lo que creía posible, pasó el suero a Charlie Olsen. Los niños graves eran ya 28 y llevaban suero para 30. El viento sacaba a Olsen del camino y le congeló las manos cuando intentó colocar unas mantas a sus perros. Llegó a Bluff, la siguiente escala, destrozado. El siguiente relevo, Gunnar Kaasen, esperó hasta las 10 de la noche por si la tormenta amainaba pero la nieve caía sin parar y bloquearía pronto el camino así que partió en medio de la oscuridad. El perro guía se llamaba Balto y la visibilidad era tan escasa que Kaasen no podía ni siquiera ver a los perros que tenía más cerca pero Balto avanzaba sin dudar tirando de sus compañeros. El viento, que llegó a superar los 130 km/h, volcaba el trineo y en una ocasión temió haber perdido el cilindro con el suero que cayó en la nieve. Sufrió congelaciones en los dedos cuando en medio de la noche se quitó los guantes para encontrar el cilindro de metal enterrado en la nieve. baltoEn la siguiente posta había ido tan rápido que su relevo estaba todavía durmiendo y tardaría en preparar los perros, así que como Balto y los demás parecían tener fuerzas todavía decidió seguir hasta el final, hasta Nome. Cuando llegaron ni una sola ampolla de suero se había roto y prepararon la antitoxina inmediatamente. Los niños, incluida Anna, se salvaron. Los perros y sus conductores recorrieron 1.085 kilómetros en 127 horas y media, se consideró un récord increíble, más aún cuando se había hecho a temperaturas extremadamente bajas, con vientos helados y gran parte de noche. En 1975 se hizo una reconstrucción de la carrera y los deportistas , en plena forma y con equipos modernos, tardaron más del doble que el grupo original, pero es que ellos no eran Seppala ni Billy el Salvaje, y no llevaban a Togo, ni a Prince ni a Scotty, ni al famoso Balto.

Aunque la antitoxina era eficaz y los niños empezaron a recuperarse, se hizo un segundo envío con los mismos conductores. Balto se hizo famoso y tiene una estatua en Central Park en Nueva York y una película con su historia. Aún así, Togo fue el que guió en la parte más difícil y peligrosa y recorrió casi el doble de distancia. Balto y los demás perros participaron en espectáculos hasta que alguien descubrió que los maltrataban y vivían en condiciones deplorables. Los niños de Cleveland, Ohio, hicieron una colecta y los malamutes y los huskis siberianos, los héroes de la Iditarod, vivieron felices hasta el final de sus días en el zoo de Cleveland.

 

Hay algunos mensajes sencillos:

  • La difteria se llamó en España garrotillo porque mataba por asfixia igual que el garrote-vil, el terrible aparato usado para ajusticiar criminales apretándoles el cuello.
  • La difteria mató millones de personas.
  • El suero antidiftérico, un medicamento bastante eficaz hasta que hubo antibióticos, se logró mediante experimentación con animales, al igual que los antibióticos.
  • La difteria mataba a pesar de llevar una vida sana, de tener una buena alimentación y de no consumir nada contaminante.
  • La vacuna se logró en 1949 y consiguió que en poco tiempo el número de casos anuales pasara de más de un millón a pocos miles a casos aislados.
  • En el siglo XXI, el número de casos de difteria aumentó 20 veces (en 1976, hubo unos 1.000 casos en los Estados Unidos; en 2004, fueron 26.000), aumentando también las muertes (140 personas entre 2000 y 2005 en Estados Unidos, la mayoría niños).
  • Los principales causantes de esas muertes fueron los padres que no vacunaron a sus hijos, los antivacunas que difundieron información falsa y los responsables que miraron hacia otro lado .

Para leer más:

 

José Ramón Alonso

CATEDRÁTICO EN LA Universidad de Salamanca

Neurocientífico: Producción científica

ORCIDLensScopusWebofScienceScholar

BNEDialNetGredosLibrary of Congress


31 respuestas a «Una historia real de difteria»

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