Cajal, antinacionalista

Santiago.Ramón.y.Caja-redEs posible que la filiación emocional y patriótica de Cajal estuviera marcada por su nacimiento en Petilla de Aragón. Esta pequeña localidad está enclavada en territorio de la provincia de Zaragoza, pero es un enclave dependiente administrativamente de Navarra como resultado de su cesión a este reino a comienzos del siglo XIII. Los navarros —¡bien por ellos!— reivindican a Cajal como propio pero creo que Santiago, hijo de aragoneses y que vivió la mayor parte de su infancia y juventud en tierras aragonesas, se inclinaría más hacia el lado maño.

No obstante, Cajal consideró que carecer de una patria chica bien precisada —por esa extraña localización de su pueblo natal y por haberlo abandonado con dos años de edad— había sido una ventaja para sus sentimientos patrióticos «que han podido correr más libremente por el ancho y generoso cauce de la España plena». mapaEs algo que también se palpa en su época de adolescente en Jaca cuando, sentado ante el río Aragón «río sagrado solar aragonés que da lugar al ancho cauce de la patria aragonesa, que a su vez desemboca también en la dilatada mar de la patria española», deja clara su idea de que el patriotismo regional solo tiene sentido para él si se integra en un patriotismo nacional español.

Hay que recordar que Cajal muere en 1934 -antes de la Guerra Civil y la posterior dictadura que tanto ha marcado nuestra visión de España y del concepto de «patria»- y que su vida personal y su visión política están muy marcadas por dos tipos de avatares: por un lado, las dos guerras que vive en primera persona: las carlistas, que conoce en su primer destino militar, y la guerra hispanoamericana, donde perdemos el resto del imperio colonial y Santiago está a punto de perder la vida como capitán médico. hun3Le afecta mucho también la I Guerra Mundial, de la que culpa a los nacionalismos: «la monstruosa guerra europea, que no fue, como se complacen en propagar espíritus candorosos tocados de abogadismo incurable, el conflicto por los mercados ni la pugna entre dos concepciones antitéticas del Estado, sino muy principalmente el fruto amargo del orgullo nacional».

Por otro lado, no hay que olvidar los conflictos políticos que cristalizan en la proclamación de las dos repúblicas españolas y las tensiones territoriales, uno de los factores clave en la política española de las primeras décadas del siglo XX. Cajal muestra en sus memorias su incomprensión con los deseos independentistas de catalanes y vascos. Contrapone estas tendencias separatistas a su experiencia personal junto a unos y otros en las empresas militares comunes:

Cataluña no solo compartió los laureles de 1860 [la campaña de África con batallas como la de los Castillejos y Tetuán], brindándonos un general bravo y genial, sino que reclutó y equipó una legión especial de bizarrísimos voluntarios, los cuales, no obstante ser bisoños, batiéronse como veteranos. Vasconia, menos presurosa, envió a la campaña africana lucida escuadra de voluntarios. Llegaron tarde; pero el ademán de Euskadi fue notablemente españolista … Más adelante, con ocasión de la guerra de Cuba, dieron los catalanes un nuevo testimonio de amor a la patria común, enviando a las Antillas brillante legión de voluntarios, que se batieron —y eso lo presencié yo— como leones, junto al ejército regular y al lado de la noble y españolísima hueste de voluntarios asturianos.

Por otro lado, Cajal tiene una visión política centralista y españolista y no entiende, al final de su vida, cómo se ha llegado a un ambiente de enfrentamiento y disgregación, algo que contrasta con sus experiencias directas con los catalanes. En su trabajo como médico militar en el Regimiento de Burgos, cuyo cuartel general estaba en Lérida, recorrió distintas partes de Cataluña. Recordaba con aprecio a un comerciante de paños de Tárrega que le albergó con generosidad en su casa, llegando incluso a adelantarle dinero por las soldadas que no llegaban, y la amabilidad de un médico de quien también fue huésped en Sallent. Al recordar esos encuentros don Santiago comenta el hecho de que «hasta en las familias más modestas, las señoritas tenían a gala hablar castellano [y] … consideraban el catalán cual dialecto casero, adecuado no más a la expresión de los afectos y emociones del hogar». Años después escribe «¡Entonces los laboriosos catalanes amaban a España y a sus soldados!… Después… no quiero saber por culpa de quiénes, las cosas parecen haber cambiado». También habla con afecto de sus compañeros y de los estudiantes catalanes en sus años de catedrático de la Universidad de Barcelona, comentando su inteligencia, su dedicación al trabajo y su respeto al tiempo ajeno. Cajal responde a las críticas nacionalistas catalanas:

también los catalanes necesitan para fundamentar sus juicios situarse a espaldas de la Historia. Castilla no expolió jamás al Principado. Ella fue víctima, como Cataluña, de los funestos déspotas austríacos y borbónicos. ¿Qué culpa tiene de que Felipe IV, el imbécil, cercenara los fueros del Principado y de que un rey francés intruso, Felipe V, arrebatara cuanto restaba de los antiguos privilegios?

El cambio de los sentimientos de pertenencia y patria se produce en torno al cambio de siglo, un período que ve el nacimiento de los nacionalismos vasco y catalán, que alteran la visión novecentista de España como nación única y único ámbito de soberanía. En Cataluña, el catalanismo cultural evoluciona al nacionalismo identitario, se establecen los símbolos nacionales, se adopta un discurso reivindicativo y victimista y se establecen las bases ideológicas y los recursos necesarios para la construcción de un proceso independentista. Cajal, cayendo quizá en los tópicos, relaciona la desastrosa política seguida con el fin de las colonias con la búsqueda del enriquecimiento de unos pocos. En El mundo visto a los ochenta años escribe: «La causa del separatismo catalán es puramente económica. Tuvo su origen en 1900, con la pérdida del espléndido mercado colonial.» Con respecto al nacionalismo del PNV sentencia despectivamente «En cuanto a los vascos, proceden por imitación gregaria». En esas mismas memorias póstumas, Cajal escribe un capítulo titulado «Las ventajas del arancel generosamente otorgado por España» donde explica cómo para acallar las reivindicaciones nacionalistas se ha admitido un impuesto que graba las importaciones, privilegiando la industria catalana y vasca con el resultado añadido de que todos los españoles tienen que pagar más por lo que sería más barato si se abriesen los mercados y se facilitase la competencia. Cajal dice así:

Por todo lo antedicho, me asombra que la mayoría de los catalanes deseen emanciparse y cortar las amarras, según frase favorita de la Rambla. ¿Tan mal les ha ido a las oligarquías barcelonesas explotando el atraso y dejadez industrial castellanos? Cierto es que en el Gobierno central hubo algún lamentable exceso de celo unitarista, sobre todo en tiempos de la dictadura. Pero París bien vale una misa, y los efectos beneficiosos de un arancel casi prohibitivo para las industrias textiles y fabriles extranjeras merecen indulgencia y olvido de algún abuso central, sobre todo teniendo en cuenta la inestabilidad y versatilidad de los gobiernos.

Sería injusto atribuir exclusivamente al arancel la prosperidad inaudita de Cataluña. En ella han intervenido también primordialmente las excelentes cualidades de los catalanes: laboriosidad infatigable, espíritu de ahorro, carácter emprendedor… Altamente significativo es que Barcelona, que en 1852 contaba con 159.000 habitantes en números redondos, haya llegado en menos de un siglo a 1.100.000, y que su riqueza urbana, industrial y agrícola se haya centuplicado.»

En el País Vasco, la fundación del PNV en 1895 recoge los sentimientos fueristas, las reacciones racistas contra la emigración que llega atraída por la industrialización de Vizcaya y el catolicismo más reaccionario. import_5739739_11Según José Luis de la Granja, Sabino Arana llegó a ser considerado  como «un nuevo Jesucristo, elegido por la Providencia para redimir y salvar» a la nación vasca. Cajal no tiene, desde luego, esa imagen hagiográfica del dirigente peneuvista y sus seguidores:

¡Cuánta ingratitud tendenciosa alberga el alma primitiva y sugestionable de los secuaces del vacuo y jactancioso Sabino Arana!

El nacionalismo vasco fue hasta bien entrada la República —según Beramendi— una fuerza radicalmente reaccionaria y frontalmente opuesta a la democracia representativa y a las libertades y valores propios de un Estado moderno. Su nombre en eusquera Euzko Alderdi Jeltzalea no es la traducción de Partido Nacionalista Vasco, sino que significa «Partido Vasco de los simpatizantes del JEL», siendo «JEL» un acrónimo de Jaungoikoa Eta Lagizarrak («Dios y Leyes Viejas»). De esa misma raíz viene el nombre que se da a los peneuvistas como jeltzales o jelkides. Cajal arremetía contra los vascos a los que llamaba los «niños mimados de Castilla». Con respecto al nacionalismo vasco achacaba también su responsabilidad a la Iglesia católica y escribía «Euzkadi y Navarra constituyen de hecho feudos vaticanistas y son perdurable amenaza de guerra civil». En esa relación entre nacionalismo vasco y catolicismo vasco hay que recordar que durante 80 años, desde su fundación en 1895 hasta 1977, el PNV fue un partido confesional, dirigido durante años por un exsacerdote como era Arzallus y con una fuerte concordancia entre el púlpito y el batzoki.

descargaCajal, en aquella época de crisis que va de un desastre (1898) a los prolegómenos de otro aún mayor (1936), manifiesta su sentimiento herido hacia unos privilegiados que encima se quejan de ser perseguidos y que solo quieren al resto de España como mercado para los productos de sus fábricas:

Fuimos expulsados de un mundo cuya conquista nos costó ríos de sangre.. y aquello derivó en la génesis del separatismo disfrazado de regionalismo ¡Y pobre Castilla, la eterna abandonada por reyes y gobiernos! ¿Qué sarcasmo! Despojada primeramente de sus libertades, bajo el odioso despotismo de Carlos V, ayudado por los vascos, sufre ahora la amargura de ver cómo las provincias más vivas, más mimadas y privilegiadas por el Estado, le echan en cara su centralismo avasallador! Vedla postergada y sumisa una vez más, a los pies de sus ambiciosos explotadores, para quienes representa simple colonia industrial.

A esa trágica situación, Cajal responde con un patriotismo cultural y científico. FOTO 2Cuando habla de sus ideas en contra de los separatismos catalán y vasco Cajal pide en algún momento perdón por haberse mostrado «excesivamente apasionado» y aduce como excusa «la viveza de mis convicciones españolistas, que no veo suficientemente compartidas ni por las sectas políticas más avanzadas, ni por los afiliados más vehementes a los partidos históricos». Cajal tiene más de ochenta años y se queja de un mundo que ya no comparte. Hace también un diagnóstico muy duro que nos hace pensar,  salvando todas las distancias, en la situación actual:

Convengamos… en que moramos en una nación decaída, desfalleciente, agobiada de deudas, empequeñecida territorial y moralmente, en espera angustiosa de mutilaciones irreparables … Yo desearía creer en el ingenuo optimismo compartido por algunos catalanes prestigiosos…, empero cada día aparecen síntomas menos tranquilizadores. Descuellan entre ellos la catalanización de la Universidad, los ultrajes reiterados a la sagrada bandera española, las manifestaciones francamente antifascistas, pero en realidad francamente separatistas, con los consabidos mueras a España por nadie reprimidos, el cántico retador, aún en manifestaciones ajenas a la política, de Els Segadors, el hecho incuestionable de que son o fueron separatistas los gobernantes de la Generalidad (como lo son en el fondo los peticionarios del Estatuto vasco), y sobre todo la pérdida o progresiva tibieza de esa cordialidad de sentimientos fraternos, causa generadora de suspicacias y excesos pasionales con el menor pretexto.

Cajal augura ya una posible fragmentación de la patria común y afirma que si le preguntaran que haría él ante esa deriva secesionista, henchido de patriotismo exasperado “contestaría sin vacilar: La reconquista manu militari, y cueste lo que cueste”.

Al día de hoy, la idea de España está aún muy lastrada por todo lo vivido entre 1936 y 1975.  Se asocia inevitablemente al lado franquista, a la dictadura que usó todo y a todos, incluido al propio Cajal y todos los que rechazamos ese régimen y su doctrina, sentimos el riesgo de defender la idea de patria, de nación común, de que parezca que nos acercamos peligrosamente a ellos. Por su parte, los nacionalistas atacan constantemente ese pasado, como si todos fuésemos aquellos, y ese temor a ser clasificado dentro de ese grupo paraliza a mucha gente, impide una argumentación basada en cualquier cosa que no sea lo puramente económico -¡os quedareis fuera del euro!- dado que apelar al orgullo de ser un país con una historia común, con una riqueza cultural compartida, con un proyecto rico y respetuoso, capaz de integrar su rica diversidad choca una y otra vez con todos los términos e ideas contaminados y manoseados por el franquismo.  Nos hemos quedado sin palabras que poder utilizar, español, patria, orgullo nacional, todo está contaminado. Estamos enredados aún en el pasado, me temo, y no termina de haber el sentimiento de ser un país nuevo, un proyecto común actualizado, una España nuestra, de todos.

Para leer más:

 

José Ramón Alonso

CATEDRÁTICO EN LA Universidad de Salamanca

Neurocientífico: Producción científica

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