Yo pienso, como Milosz, que la historia
de mi imbecilidad llenaría volúmenes y addenda.
Algunos cuyo protagonismo sería, definitivamente,
la lealtad a los hombres, apreciando
que el compromiso alienta hacia el orgullo
de clases dominantes sobre los dominados.
Porque mi lealtad no era sólo valor y compromiso,
sino más bien conciencia de civilizaciones,
trabajo conquistado por la lengua común
de aquellos que creía, como yo, necesarios.
Pero la lealtad fue tan solo palabra sin sentido real
que acabé pronunciando tristemente.
Otros, donde el protagonismo fuera de la obediencia,
acercando mi lucha a la lucha de otros,
mis dudas a aquello que llamaban soluciones,
mi verdad a una verdad mayor, más compartida.
Pero fue una obediencia sin remedio
desde la cual viví, sin saber de quién era exactamente,
sin recibirla a cambio.
Y quizá como tema principal el respeto,
un respeto que era más la costumbre
ante los manifiestos y las revoluciones
que el tiempo va amarrando a los gestos de otros.
Un respeto con condición de ley,
aliado, definitivamente, con la mentira, el mal, la caridad,
la rabia, pero que resistía en acto de servicio.
Por fortuna, no son los anaqueles los que encierran
mi mundo, mi razón ni mi literatura.
Así que salgo afuera a ver pasar el tiempo
que no ha sabido hacerme de los inteligentes.
Javier Lorenzo Candel
De: Territorio frontera
Visor, XXII Premio de poesía Jaime Gil de Biedma
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