El más grande

Todos recordamos a Cassius Clay o Muhammad Alí gritando “¡Soy el más grande!”, pero Alí solo se refería a la época en la que él boxeó, porque cuando le preguntaron por el mejor boxeador de todos los tiempos Alí dijo que el más grande era, fue y probablemente será Sugar Ray Robinson, a quien llamaba “el Rey, el Maestro, mi ídolo”.

El verdadero nombre de Sugar Ray era Walker Smith Jr. El cambio de nombre tuvo su origen en su primer torneo de boxeo. Walker solo tenía por entonces catorce años y la edad mínima permitida era dieciséis, por lo que le pidió su carné a un amigo llamado Ray Robinson. Algo después un comentarista deportivo dijo que su estilo era “dulce como el azúcar (sugar)” y desde entonces se le conoció ya para siempre con ese nombre, como Sugar Ray Robinson.

Aunque según su partida de nacimiento nació en Aley, Georgia, en su autobiografía asegura que nació en Detroit, Michigan, a donde se había trasladado la familia. Sería por tanto, junto con su amigo Joe Louis,  uno de esos boxeadores de Detroit a los que cantaba Joaquín Sabina. Sin embargo, tras la separación de sus padres unos años más tarde, su madre se montó junto a sus dos hijos en un autobús y se fueron a Nueva York. Para evitar que se metieran en líos les llevaba a la Iglesia metodista episcopal de Salem, donde estaban montando un club de boxeo. Allí le enseñaron a Walker, entonces con ocho años, a usar las dos manos, a tener dinamita en los puños (se decía que era capaz de dejar k.o. a un contrincante al mismo tiempo que retrocedía), a pensar en la estrategia del combate, a luchar por la victoria y a “tener corazón”, esa cualidad que significa para un boxeador aguantar el sufrimiento y continuar la pelea.

A pesar de los buenos deseos de su madre, Ray se metió en numerosos problemas de bandas cuando era un adolescente, casándose a los 16 años mientras seguía disputando combate tras combate en el cuadrilátero. Terminó su carrera de boxeador amateur con un récord espectacular de 85-0 (85 victorias y 0 derrotas), con 69 knockouts, 40 de ellos en el primer asalto, y se hizo profesional a los 19 años. En el inicio de su carrera como boxeador profesional estableció otro record, 40-0 victorias antes de perder en una revancha con Jake LaMotta. LaMotta y Robinson se enfrentaron en numerosas ocasiones, llegando a asegurar el primero que “tenía tanta dosis de Sugar que casi contraigo diabetes”. La pelea más famosa probablemente sea la del 14 de febrero de 1951, su sexto enfrentamiento, conocida como “La masacre de San Valentín”. En ella Robinson, tras un intercambio de golpes brutal con un LaMotte que nunca retrocedía, logró el título de los pesos medios, ganando en el 13º asalto por k.o. técnico. Lo cuenta Toro Salvaje, la película dirigida por Martin Scorsese en 1980 y protagonizada por Robert de Niro. Jake LaMotta dijo de él “Fue el mejor. Libra a libra, el mejor boxeador de todos los tiempos. Sin ninguna duda.” Sugar Ray fue boxeador profesional durante 26 años y ganó 5 campeonatos del mundo.

Sugar Ray fue también un nuevo tipo de deportista negro. Rechazó plegarse a las órdenes de la Mafia con lo que perdió la oportunidad de pelear el campeonato de los pesos welter durante años. En la II Guerra Mundial fue llamado a filas, realizando combates de exhibición para las tropas norteamericanas, pero tuvo problemas disciplinarios porque se enfrentó a los superiores que intentaban discriminarle y se negó a participar en ninguna pelea si se prohibía la entrada, como sucedía a menudo, a los soldados de raza negra. Fue también un emprendedor, invirtió en su barrio de Harlem y montó un restaurante famoso “Sugar Ray’s”, donde preparaba cócteles detrás de la barra y recibía a famosos como Frank Sinatra, Nat King Cole o Elizabeth Taylor. Tampoco hacía gala de modestia, utilizando un Cadillac descapotable de color rosa (al que él llamaba el diamante Hope de Harlem) y en sus giras se movía siempre rodeado de una corte de secretaria, barbero, masajista, peluquero, manicura, instructor de golf, profesor de canto, chicas guapas y un par de tipos “porque le hacían reír”. Fundió de este modo los más de cuatro millones de dólares que ganó en el ring, siendo el hombre más admirado para miles de adolescentes negros de su país.

Terminó la primera fase de su carrera boxística con un récord de 133 victorias, 3 empates, 1 derrota y 1 no presentado. Después empezó una nueva etapa en el espectáculo como cantante y bailarín de claqué, algo que había hecho de niño en las calles de Harlem para ganar unas monedas. Él decía que, como en el baile, el ritmo lo era todo en el boxeo: “Cada movimiento que haces empieza con tu corazón y eso o es rítmico o tienes problemas.” Tras casi tres años sin mucho éxito en los escenarios volvió al ring y consiguió recuperar el título de campeón del mundo, aunque fue entrando en una decadencia en la que siguió peleando con boxeadores veinte años más jóvenes que él, saliendo derrotado de algunos combates que jamás hubiese perdido en sus buenos tiempos. Llegó a pelear cinco veces en 36 días por cantidades tan bajas como 1.100 dólares la velada. Aun así ostenta el récord de más combates ganados por k.o. de la historia del boxeo.

Sus problemas mentales empezaron relativamente pronto. Cuando estaba acuartelado para ser embarcado camino de Europa para continuar allí con las exhibiciones de boxeo para las tropas, desapareció.  Un extraño le encontró tirado en una calle y le llevó al hospital. Las autoridades militares, que habían hablado de deserción, le hicieron unos análisis médicos e indicaron que sufría de una deficiencia mental. Le licenciaron honorablemente. Fue la primera señal de que algo no andaba bien.

El 9 de julio de 1987, el Gainesville Sun informaba que Sugar Ray tenía un alzhéimer en estado avanzado, pero parece bastante claro que lo que tuvo fue un tipo de encefalopatía traumática crónica llamada demencia pugilística. Ese trastorno empieza tras un período de latencia y los primeros síntomas se suelen detectar entre 12 y 16 años después del inicio de la carrera como boxeador. Se considera que afecta al menos a un 15-20% de los boxeadores profesionales y es causada por golpes repetidos a la cabeza. Muchos médicos consideran, viendo estos terribles daños, una aberración que siga existiendo el boxeo y postulan su prohibición total.

Los boxeadores con demencia pugilística muestran episodios de enajenación, declive de la habilidad mental, problemas de memoria y parkinsonismo. También pueden aparecer problemas con el habla y ser proclives a comportamientos inapropiados o explosivos unidos a ataques patológicos de celos o paranoia. Es algo que vemos en las biografías de muchos boxeadores y que, junto a su habilidad para la pelea, lleva a algunos a la cárcel o al suicidio.

No se sabe muy bien qué es lo que pasa en el cerebro de las personas con demencia pugilística. Hay pérdidas de neuronas, aberraciones en el citoesqueleto de las neuronas, depósitos de proteína tau, formación de cicatrices en el tejido nervioso, acúmulo de placas seniles en personas jóvenes, adelgazamiento del cuerpo calloso, daño axonal difuso, lesiones en la vasculatura cerebral, ovillos neurofibrilares y daños en el cerebelo. Algunas de estas cosas como las placas seniles y los ovillos le relacionan con el alzhéimer, de ahí probablemente el diagnóstico de Sugar, pero la distribución de estas estructuras no es la misma en los boxeadores y en las personas mayores con alzhéimer.

El riesgo de una demencia pugilística va unido a las características de la carrera del boxeador (duración, número total de combates, número de derrotas por k.o., frecuencia de peleas, edad de colgar los guantes y estilo de boxear ) y quizá también una susceptibilidad genética, por la presencia de un alelo en el gen ApoE4 que aumenta la probabilidad de desarrollar la enfermedad de Alzheimer. Se ha visto que esta variante génica es más frecuente en los boxeadores que desarrollan demencia pugilística que en los que no la sufren.

La demencia de cualquier tipo es una enfermedad cruel y terrible que destruye la personalidad de quienes la sufren, arrebatándoles muchas de sus mejores cualidades.  La ausencia de jóvenes “hambrientos”, quizá a causa del cierto desprestigio del boxeo, y el deseo de seguir aprovechando la rentabilidad económica de los profesionales el mayor tiempo posible, hace que en muchas divisiones del boxeo se mantengan numerosos veteranos subidos al ring. Esto significa que están aumentando sus posibilidades de tener una demencia pugilística como la que sufrieron Jimmy Ellis, Floyd Patterson, Bobby Chacon, Jerry Quarry, Mike Quarry, Wilfred Benitez, Emile Griffith, Willie Pep, Freddie Roach, Billy Conn, Joe Frazier, Fritzie Zivic, Meldrick Taylor y, probablemente, Muhammad Ali, por citar solo algunos de los famosos. Una realidad que no debería obviarse pese al halo de romanticismo y admiración que con frecuencia envuelve a este deporte.

Sugar Ray Robinson era divertido y un buen tipo. Se gastó su primera bolsa de 6.000 dólares en alquilar un apartamento mejor para su madre. Tiempo después soñó que mataba a su amigo y contrincante Jimmy Doyle y se negó a pelear contra él.  Un sacerdote y un pastor le convencieron que debía hacerlo, pero Doyle perdió por k.o. en el octavo asalto, cayó como un fardo y esa noche murió de las lesiones de la pelea sin haber llegado a recuperar la consciencia. Robinson jamás dejó de arrepentirse de aquel combate. Muchos años más tarde, en 2010, un biógrafo que investigaba la vida de Sugar descubrió que por aquel  entonces Jimmy Doyle se forzaba a pelear para intentar reunir dinero con el que comprar una casa a su madre y contó también que tras saberlo Robinson, cedió las bolsas de sus siguientes cuatro combates a la madre de Doyle para ese fin. Él murió en la pobreza y cuando, tras su retirada del boxeo, le regalaron un gran trofeo, no tenía ningún mueble en su pequeño apartamento que lo pudiera sostener. Está claro que aquello que le enseñaron de “tener corazón” no era solo para pelear en el ring.

Para leer más:

José Ramón Alonso

CATEDRÁTICO EN LA Universidad de Salamanca

Neurocientífico: Producción científica

ORCIDLensScopusWebofScienceScholar

BNEDialNetGredosLibrary of Congress


4 respuestas a «El más grande»

  1. Avatar de aciguembre
    aciguembre

    Y todavía, el presidente de la Federación Española de Boxeo afirma que el boxeo no es dañino para el cerebro, porque TODOS los boxeadores profesionales deben hacerse un scanner cerebral antes de conseguir la licencia anual!!!
    Si no existe el daño… ¿para qué la prevención?

    1. Avatar de José R. Alonso

      Me resulta aún más sorprendente que siga siendo deporte olímpico.
      Y además es que afectados por encefalitis traumática crónica hay gente de lucha grecorromana, fútbol americano, hockey sobre hielo… Realmente parece que el deporte de contacto no es muy buena idea.
      Abrazote

  2. Avatar de aciguembre
    aciguembre

    Al menos, esos deportes no tienen como objetivo el producir tal daño cerebral que el contrario pierda el conocimiento (K.O.)

  3. Avatar de ichigopunk
    ichigopunk

    ps la verdad que mal estan si boxean es para comer la mayoria de los mejores boxeadores en la historia crecieron pobres y saben q es vivir en la calle o en cituaciones muy humildes y luchan para comer y darles asus familias al tener esa motivacion dan todo arriba del ring convirtiendose en leyendas ellos saben a ke se suben al ring otros lo asen por pasion por q aunq no lo crean muchos dan todo por el simple echo que pelear con alguien en este caso un ejem el campeon del mundo en su peso les dicen tienes una oportunidad por el titulo para ellos pelear con el hombre mas fuerte del mundo despierta esa pasion q solo un hobre con cojones tendria si no quieren ver box pues no lo vean pero mientrs aiga pobresa y hombres abra boxeo y no pueden aser nada para impedirlo y si no cren lo de los mejores q fueron muy pobres chequen cuantos mexicanos an sido campeones del mundo mas de 130 y no digan q mexico es la gran potencia o chequen cuantos de ellos no lo hisieron por nesesidad

Muchas gracias por comentar


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