323 años después

Me gusta no saltar de la Ciencia a las Humanidades sino pensar que existe un territorio común en el que todos confluimos, donde nos enriquecemos con los pensamientos y las ideas de la otra parte, generando una realidad más diversa y más rica y donde aprendemos mucho más.

William Molyneux era un irlandés de buena familia, político, escritor sobre política e interesado en la Filosofía Natural. Su mujer se había quedado ciega un año después de su matrimonio y murió joven. En su correspondencia con John Locke, William le planteó, el 7 de julio de 1688, lo que se conoce en la actualidad como el Problema de Molyneux. Este tema ha intrigado a filósofos y científicos por igual desde el siglo XVII hasta nuestros días, incluyendo a Voltaire, Condillac, Diderot y Berkeley. El enunciado más o menos sería así: “Si una persona ciega de repente consigue ver ¿reconocerá mediante la visión un objeto que antes solo había conocido por el tacto?”

El enunciado original del problema de Molyneux, “propuesto al autor del Essai Philosophique concernant L’Entendement”, era como sigue:

Un hombre que ha nacido ciego, y teniendo un globo y un cubo, ambos del mismo tamaño. Entregados a sus manos, y siendo enseñado o explicado, a cuál se llama globo y  a cuál cubo, de manera que los pueda distinguir por el tacto. Entonces se le retiran ambos y se colocan sobre una mesa. Vamos a suponer que recupera su vista. Podría, por la vista, y antes de que los toque saber cuál es el globo y cuál es el cubo?

El propio Molyneux adelantaba una respuesta negativa: “el agudo y juicioso contesta ‘No. Por que ha obtenido la experiencia de cómo una esfera y cómo un cubo afectan a su tacto, y sin embargo todavía no ha logrado la experiencia de que lo que afecta a su tacto de una manera, debe afectar a su vista del mismo modo’.”

Locke había diferenciado en sus escritos entre ideas que conseguimos a través de un sentido e ideas que conseguimos a través de varios sentidos, Entre las primeras estaba la idea de color. Entre las segundas otros temas como movimiento, espacio o figuras. Esta última es la que interesó a Molyneux. Locke en la segunda edición del “Ensayo sobre el entendimiento humano” dice

Estoy de acuerdo con este caballero inteligente, al que me siento orgulloso en considerar mi amigo, en su respuesta a este problema y soy de la opinión de que el ciego no podría, a primeras, decir con certeza cuál es el globo y cuál el cubo, mientras sólo los viera, aunque por el tacto pudiera nombrarlos sin equivocarse y con toda seguridad supiera distinguirlos al tocar sus formas características.

El problema de Molyneux iba más allá de una simple curiosidad. Se considera el origen de todas nuestras teorías sobre la Percepción. Si la persona que había recuperado la visión conseguía distinguir los objetos aprendidos por el tacto significaba que la identificación y la percepción de las formas espaciales era un conocimiento a priori o innato. Si no lo lograba, por el contrario, significaba que la identificación de las formas espaciales requiere experiencias de asociación entre ambos sentidos y sería, por tanto, un conocimiento empírico.

Al principio se pensó que el problema de Molyneux era un puro ejercicio teórico porque era imposible recuperar la vista pero en 1728 se obtuvo la primera evidencia experimental. Un cirujano inglés, William Cheselden, operó a un joven de catorce años y le extirpó las cataratas. El muchacho fue incapaz de reconocer visualmente objetos con forma geométrica, lo que parecía una confirmación de las hipótesis de Molyneux y Locke, pero siguió existiendo un importante debate. En los siglos XVIII y XIX se siguieron realizando experimentos y estudios, algunos incluso como Franz y Nunneley utilizando la esfera y el cubo originalmente propuestos por Molyneux, pero los resultados siguieron siendo contradictorios, en gran parte por las diferentes circunstancias de visión y recuperación de las personas que participaban en el estudio, por las diferentes teorías sobre la visión mantenidas en el momento como, por ejemplo, entre quienes consideraban que la noción de espacio en la visión era instantánea y quienes pensaban que era un paradigma que el bebé iba aprendiendo poco a poco y, finalmente, por la rareza de recuperar la vista tras una ceguera congénita, algo que solo han experimentado unas 20 personas en los últimos 1.000 años.

En 1979, Meltzoff y Borton intentaron encontrar una respuesta trabajando con bebés entre 6 y 12 meses. Vieron que los bebés eran capaces de elegir, entre dos opciones, aquel objeto que previamente habían conocido por el tacto. Para ello, les metían en la boca dos chupetes sin que los vieran. Uno tenía forma esférica y el otro como una esfera con bultos. Cuando les enseñaban los chupetes, los niños miraban más tiempo -una señal de reconocimiento visual- al que habían explorado con el tacto de la lengua. Fue evidente, no obstante, que era preferible que los participantes en el estudio tuvieran una edad que les permitiera dar respuestas conscientes y razonadas para dar solidez y reproducibilidad al estudio y eliminar tantas variables dudosas que se producen al trabajar con niños tan pequeños. Hubo otras aproximaciones experimentales como trabajar con animales criados en la oscuridad o con personas que utilizan sistemas de transferencia sensorial; es decir, aparatos que convierten información que normalmente es visual en información táctil para ayudar a una mejor normalización de las personas ciegas.

323 años después de la pregunta original de Molyneux, se ha dispuesto de unas condiciones únicas y hemos conseguido la respuesta: no lo va a conseguir. Richard Held del Instituto Tecnológico de Massachusetts, junto con un equipo de científicos estadounidenses e indios, cirujanos, oftalmólogos y psicólogos, ha realizado un estudio con cinco niños indios, de entre 8 y 16 años, que iban a ser operados, no para recuperar la visión, que nunca tuvieron, sino para poder ver por primera vez. Tiene que ser un momento arrebatador: cuando te quiten la venda y veas cómo son los colores, las sombras, el brillo de unos ojos, los rostros de tus personas queridas, el médico con el que has hablado estas últimas semanas. ¿Cómo será ver por primera vez la luz? ¿y el cielo? ¿y el agua? ¿y a ti mismo?

Held les dio a los muchachos unos bloques tridimensionales, parecido a los que usamos en las construcciones de niños (en mi infancia Exin Castillos, ahora Lego) y les pidió que los tocaran. Con la vista recuperada, les enseñó dos bloques distintos y les pidió que identificaran el que habían reconocido antes por el tacto. Acertaron el 58% de las veces, demasiado cercano al 50% que cabría esperar si no tienen ni idea y deciden por puro azar.

El proceso evolucionó. A los pocos días, el reconocimiento visual de los objetos manipulados por los muchachos operados mostró una clara mejoría. Ello indica que las rutas de conexiones cerebrales entre la información visual y táctil se van creando, refinando, perfeccionando; y que esa mezcla de entradas sensoriales y su interpretación coordinada es algo, como toda las cosas importantes de la vida, que se aprende. El cerebro que antes guardaba la información táctil es capaz de almacenar un tipo totalmente distinto de información, la visual, e integrarlas entre sí. Es por lo tanto un cerebro plástico, flexible, capaz de reinventarse en función de la nueva información recibida. 323 años después podemos decir, las hipótesis de Molyneux y Locke eran certeras y la Ciencia ha avanzado un paso más.

Para leer más:

José Ramón Alonso

CATEDRÁTICO EN LA Universidad de Salamanca

Neurocientífico: Producción científica

ORCIDLensScopusWebofScienceScholar

BNEDialNetGredosLibrary of Congress


2 respuestas a «323 años después»

  1. Avatar de Noelia
    Noelia

    Otra entrada muy interesante la verdad. Sinceramente nunca me había parado a pensarlo…

    Quería hacerle una pregunta; Me gustaría leer algo sobre neurociencia, algo básico, para ir formando una pequeña base. ¿ Me podría recomendar algunos? Le estaría muy agradecida.

    1. Avatar de José R. Alonso

      Estimada Noelia
      Como imaginarás, el número de obras es enorme. Si buscas algo en tono de divulgación «Entra en tu cerebro» de Sandra Aamodt (¡siempre sería la primera en las listas de su clase!) y Sam Wang está muy bien. «El ladrón de cerebros» de Pere Estupinyá también me pareció ameno y actual. Más serio y le han pasado unos pocos años es «El nuevo mapa del cerebro » de Rita Carver. Si quieres ya un libro más académico «Principios de Neurociencia» de Kandel y «Neurociencia» de Bears, Connor y Paradiso están muy bien.
      No sé desde donde escribes. En muchas ciudades tendrás una buena biblioteca científica donde puedas echarle un ojo a éstos y muchos más y elegir qué es lo que más te gusta.
      Un saludo muy cordial

Muchas gracias por comentar


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