¡Viva el pepino!

Amo Alemania. Ich liebe Deutschland! He vivido allí varios años y he tenido la suerte y el placer de conocer su geografía, su cultura, su historia, sus paisajes, sus universidades, su maravillosa gente. Amo hasta su lengua, que encierra una gran belleza, oculta a quien no tiene unas nociones mínimas y solo se queda en la fuerza y claridad de sus consonantes. Nuestra civilización sería otra sin Alemania y quiénes más mutiladas aparecerían serían algunas de nuestras creaciones más importantes y hermosas: la Música, la Filosofía y la Ciencia.

Por eso me causa tanto desasosiego lo que está pasando con la cepa patológica de Escherichia coli. E. coli, una modesta bacteria intestinal, ha sido uno de los organismos más importantes en desentrañar cómo funciona la vida. Los que atacan el uso de seres vivos en investigación deberían recordar que por número los más usados son bacterias y otros microorganismos, moscas y ratones y ratas, pero esa es otra historia. Una cepa virulenta de la bacteria ha causado, al día de hoy, 9 de junio de 2011, 26 muertos, 2.648 personas gravemente afectadas y un fuerte quebranto económico a los agricultores del sur de Europa, sobre todo España. El motivo de esto último han sido unas declaraciones irracionales e imprudentes de la titular de Sanidad de la ciudad-estado de Hamburgo, Cornelia Prüfer-Storcks. Esta señora, en una terquedad que también es un poco alemana, se reafirma en su metedura de pata cada vez que le preguntan, indicando que hizo bien y sugiriendo quizá que ha sido la bacteria la que se equivocó, por no estar en el pepino, y no ella. La ministra alemana de Agricultura y Defensa del Consumidor, Ilse Aigner, ha salido en defensa este miércoles de la actuación de las autoridades de Hamburgo al advertir sobre el peligro de los pepinos españoles, porque «se había encontrado un agente patógeno en ellos». Si ello fuese cierto, habría personas infectadas por todo el centro y el norte de Europa, que consume las verduras y hortalizas españolas, cosa que no ha sucedido. No hay cosa peor en una epidemia que un responsable político pretendiendo demostrar que hace algo y diciendo necedades.

Pero no todo son malas noticias para el humilde pepino. Satoshi Furukawa, astronauta japonés con dos doctorados en Medicina, va a cultivar esta planta en la Estación Espacial Internacional. Satoshi partió ayer del complejo de Baikonur, en Kazahkstan, junto con un americano Michael Fossum y un ruso, Sergei Volkov.

La investigación es importante. Si queremos explorar el espacio exterior más allá de la Luna tendremos que ser capaces de cultivar nuestra propia comida en una nave. Tendremos que saber cómo actúan las semillas en ausencia de gravedad (la señal que usan las plantas para hacer crecer una raíz hacia abajo y un tallo hacia arriba en nuestro planeta Tierra) y cómo afectan a estos seres vivos, las plantas, las radiaciones cósmicas que les van a atravesar durante períodos prolongados, seis meses en este caso. En las condiciones de microgravedad del espacio, las raíces crecen lateralmente, no hay tierra (Furukawa va a utilizar un sustrato artificial llamado Hydro Tropi) y la luz del sol es diferente a la que recibimos debajo de la atmósfera terrestre.

Para evitar cualquier tipo de contaminación o infección que pudiera poner en riesgo la misión, los astronautas pasan los últimos días antes del despegue en cuarentena. Por ello, como es habitual, han tenido que dar la conferencia de prensa previa a la partida en una sala cerrada comunicándose con los periodistas por medio de un circuito de micrófonos. En esta ocasión, Furukawa ha declarado: “Querríamos comernos los pepinos pero no nos han dejado”. En estos momentos de difamación y rechazo del pobre pepino, Furukawa no solo le concede la presunción de inocencia sino que apuesta fervientemente por su utilidad y su consumo. ¡Bien por él! Los japoneses parece que lideran la gastronomía espacial porque otro astronauta de la misma nacionalidad, Soichi Noguchi, que ahora se encuentra en Baikonur acompañando a la familia de Furukawa, preparó sushi el año pasado para sus compañeros de la estación orbital.  Los pepinos espaciales serán congelados y retornarán a la Tierra junto con los astronautas para estudiar su bioquímica y su estructura celular y tisular.

La Estación Espacial Internacional recibirá en julio la visita del transbordador Atlantis, el último que queda en servicio y que hará su misión postrera. Después de su vuelta a la Tierra, terminará sus días en el centro espacial Kennedy, en Florida. Habrá recorrido más de 200 millones de kilómetros por lo que se merece un descanso. Furukawa, Fossum y Volkov volverán a la Tierra a finales de noviembre, a bordo de una nave Soyuz, la única posibilidad que quedará viable para acceder a la Estación tras la retirada de los transbordadores. Según Plinio el Viejo, el emperador Tiberio mandó construir invernaderos en Roma para tener pepinos en su mesa todo el año. Una compañera y amiga, profesora de Filología de la Universidad de Salamanca, me dijo que la mejor Alemania, la más inteligente, la más divertida, es la que fue conquistada por los romanos. Que, como todos saben, no llegaron a Hamburgo.

José Ramón Alonso

CATEDRÁTICO EN LA Universidad de Salamanca

Neurocientífico: Producción científica

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