En las próximas semanas, los solicitantes de una plaza en Harvard recibirán una carta indicando si han sido admitidos o no. El año pasado, el número de solicitantes fue de 30.489, la primera vez en los cuatro siglos de esta Universidad que fueron más de 30.000. De ellos fueron admitidos 2.110, un 6.9%. Un 76% de los aceptados para convertirse en la Promoción del 2014 aceptaron la oferta de admisión. En unas pocas semanas se conocerán los admitidos para la “Class of 2015” y los números serán parecidos. Ello no obstante, un número creciente de personas se empiezan a plantear si, a pesar de lo interesante que es formarse en un ambiente intelectual de primer nivel, a pesar de las ventajas obvias para ser más competitivo posteriormente en el mercado laboral, si una inversión que deja frecuentemente a los estudiantes y a sus familias con unas deudas enormes, es realmente imprescindible, si merece la pena una formación universitaria.
William D. Cohan escribía en el New York Times el pasado 16 de marzo sobre este tema, si realmente compensa la inversión de tiempo y dinero que supone estudiar una carrera universitaria. Él usaba el ejemplo de algunas de las mayores fortunas del país, fundadores de algunas de las empresas más admiradas, con niveles punta de tecnología y éxito mundial, y que no habían terminado sus estudios universitarios. Bill Gates, uno de los dos creadores de Microsoft y el segundo hombre más rico del mundo, abandonó Harvard tras dos años allí. Larry Ellison, el fundador de Oracle, otra compañía tecnológica especializada en software y quinto hombre más rico del mundo, primero abandonó la Universidad de Illinois y luego abandonó la Universidad de Chicago, antes de entrar en el mundo de la empresa. Quizá el ejecutivo más admirado en los Estados Unidos, Steve Jobs, fundador de Apple y Pixar, multimillonario también, dejó la universidad sin llegar a terminar nada. Jobs dejó Reed College tras solo seis meses, se quedó otro año y medio pululando por el campus y entonces, junto con Steve Wozniak, otro “fracasado”, de Berkeley en este caso, empezaron una empresa de ordenadores en un garaje a la que llamaron Apple. Wozniak terminó su carrera años más tarde. Mark Zuckerberg, creador de Facebook y en los listados de fortunas entre el 20 y el 30, dejó Harvard, donde desarrolló su idea como muestra la película “La Red Social” , tras solo un año de estudios. Otros nombres menos conocidos en España muestran una trayectoria parecida: Jack Dorsey, uno de los fundadores de Twitter, primero abandonó la Universidad de Missouri y luego la New York University, pero quien bate los récords puede ser David Karp, de 24 años, el fundador de Tumblr, la nueva historia de éxito en las redes sociales, que ni siquiera llegó a poder abandonar la universidad, porque antes abandonó el instituto de secundaria, el Bronx High School for Science, tras su primer año de bachillerato.
En España no tenemos historias parecidas. El clima para el emprendedurismo y la innovación, aunque está mejorando sensiblemente, no tiene nada que ver con el de Estados Unidos. Un emprendedor trabajador e inteligente español normalmente acabará en la universidad. Nuestro reto, el de los profesores, es crear un ambiente donde esa personalidad florezca y no se marchite, donde se le proporcionen conocimientos, herramientas, aptitudes e impulso para conseguir alcanzar el desarrollo de todo su potencial. Para que no pierda la ilusión ni su sueño se convierta en ser funcionario o empleado de un banco, para que siga dispuesto a intentar convertir sus sueños en realidad y al hacerlo, mejorar nuestro país.
Universitario o no, el héroe americano es el innovador, el que lucha contra cualquier adversidad para crear una empresa, convertir una idea en una realidad y comercializarla. La imagen del éxito, el referente social en Estados Unidos es Steve Jobs, presentando una maravilla tecnológica tras otra: el Macintosh, el ipod, el iphone, el ipad,… En España, ese referente social, esa imagen del éxito, es Belén Esteban.
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