Vete de mí

Un poco de música.

Y esta noche, que cae una preciosa nevada, cubriendo las tierras y las encinas del Campo Charro recordar a Ignacio Villa, más conocido como Bola de Nieve.

Canta un tema de Homero y Virgilio Expósito.

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Según Jesús Risquet Bueno en la página trabajadores.cu

«El Bola, como cariñosamente se le decía, nació en Guanabacoa, cuna de otros grandes de la canción cubana, en La Habana un 11 de septiembre del año 1911.

Fue su compatriota, del país y de la barriada, Rita Montaner, más conocida por La Única, quien lo bautizó como Bola de Nieve, haciendo alusión paradójica e  irónicamente a su tez negra, a su obeso cuerpo redondo y su cabeza rapada.

Ignacio Jacinto Villa Fernández, que así se llamaba, estudió música inducido por su abuela  desde temprana edad en el Conservatorio Matheu allí mismo en su Guanabacoa y a la vez estos conocimientos fueron enriquecidos grandemente durante su crianza en un ambiente de folklore, religioso, de la tradición africana. Su madre, dicen las crónicas, era negra de budeque, es decir, mujer fértil y florida, que dio a luz trece hijos. Criada por congos y carabalíes, tenía en sí la gracia de la tradición oral, el ánimo de bailadora empedernida en jolgorios hasta el amanecer, lo mismo en fiestas de vecindad que en improvisados toques de rumba con palos y latas, talentosa lo mismo para la mejor rumba de cajón que para un toque de Yemayá, educada por el padre, ñáñigo y capataz de los muelles, entre congos, carabalíes, comparsas de diablitos bailarines y salidas de cabildos… En ese ambiente de danzas ancestrales, de babalaos y fiestas del bembé fue creciendo el futuro Bola de Nieve.

Todo ese ambiente fue desarrollando en este carismático artista una manera muy especial de interpretar sus canciones. Su estilo tan personal, su melodía a veces con un dejo ancestral, su pícara gestualidad, el tono grave de su voz y la forma de tocar el piano, constituían todo un don especial que lo caracterizó en su cubanía para todos los tiempos. Bola hay uno solo. Bien podríamos decirle como a su coetánea “El Único” porque nadie podía superar a Bola de Nieve sentado al piano de riguroso smoking.

Bola de Nieve comenzó tocando el piano acompañante de las películas en un cine silente de su villa natal. Luego ingresó a la orquesta de Gilberto Valdés. A partir de ese momento, comenzó a actuar en los locales más importantes, entre los que se destacan los cabarets Marianao y La Verbena como así también en el Hotel Sevilla Biltmore. Después su vida artística la continuó como pianista acompañante de La Única en el año 1933 en la ciudad de México.

Cuando Rita regresó a La Habana, Bola se mantuvo trabajando en la capital mexicana acompañando a diferentes artistas de revistas teatrales; hasta que, según  cuentan, de manera fortuita y pura casualidad realizó su primera actuación como solista, en el teatro Politeama de México.

Allí interpretó el tema Vito Manué, tú no sabe inglé, de los autores cubanos Eliseo Grenet, la música y Nicolás Guillén, la letra.

Bola de Nieve fue un artista de múltiples facetas. Maestro de un piano en el que encontró el medio para expresar sus propias armonizaciones y acompañar a su voz, dueña de un cálido timbre y gran virtuosismo anímico.

Como cantante comenzó a mostrar un estilo original de interpretación de la canción muy cercana a la de los chansoniers franceses. Más de uno lo comparó con Maurice Chevalier, pero su gracia criolla era muy singular a la hora de hacer esas interpretaciones.

«Me siento eminentemente latinoamericano, tan latinoamericano que no tengo nacionalidad cuando de este continente se trata». «Todo es bueno en la vida cuando uno cree, o se engaña creyendo que está haciendo arte», así dijo en una de sus últimas entrevistas.

«Yo no me creo compositor, no me respeto como tal. Yo creo que la palabra compositor es demasiado seria y respetable. Yo he hecho cancioncitas…». Así de grande era la modestia de este cubano.

Ignacio Villa fue el creador de destacadas canciones de siempre, conocidas internacionalmente, tales como: Si me pudieras querer, Ay amor, y Tú me has de querer, entre otras.

La energía del Bola. Un músico como Andrés Segovia escribió: «Cuando escuchamos a Bola parece como si asistiésemos al nacimiento conjunto de la palabra y de la música que él expresa».

Un escritor como Pablo Neruda asentó: «Bola de Nieve se casó con la música y vive con ella en esa intimidad llena de pianos y cascabeles, tirándose por la cabeza los teclados del cielo».

El Bola cantaba en varios idiomas según fuese su público: español, catalán, inglés, francés, italiano y portugués, de manera que lograba una interrelación muy íntima con quienes acudían a escucharlo cerca de su piano.

En 1948 tuvo un sonado debut en el Carnegie Hall de Nueva York, seguido de otro en el Chez Florence de París.

Bola de Nieve se presentó en los principales escenarios mundiales, sólo o en compañía de los más importantes artistas de su época: En Lima conoció a Chabuca Granda; en Maracaibo se abrazó con Libertad Lamarque; en Caracas, junto a Alfredo Sadel sacó al Benny Moré de una cárcel parroquial; en Nueva York fue llamado hasta 9 veces a un escenario (Carnegie Hall) para recibir ovaciones. París, Florencia, Roma, México, Moscú, Buenos Aires, Santiago de Chile, Pekín… En todas partes el mismo aplauso agradecido y cálido, y la misma sonrisa del Bola y el mismo piano intenso, y el ancestro lucumí saliéndosele por el alma en forma de voz, y aquellos temas, y aquella aureola lúdica que enmarcaba sus cantos… y aquel Bola de Nieve siempre regresando a Cuba, a su origen, a sus raíces y a su pueblo.

Colaboró con los más prestigiosos intérpretes de su época: Conchita Piquer y Ernesto Lecuona, entre otros. El músico también hizo incursiones en el cine. En 1939, participó en Adiós Buenos Aires, y cuatro años más tarde lo hizo en Embrujo y en el musical Melodías de América.

Sin dudas Bola de Nieve es uno de los más grandes artistas cubanos del último siglo, las opiniones siempre coinciden en lo singular, genial y única que fue su carrera musical.

El dulce y raro encanto de su voz convirtió en clásicos, temas como Drume Negrita, El Manisero, Ay, Mamá Inés, Babalú, entre otros.

El Bola forma parte de los mitos latinoamericanos del Siglo XX. Tal vez lo único que Dios no le concedió fue su petición de morir en su tierra porque murió cuando estaba de tránsito en México rumbo a Lima, donde participaría en un homenaje a Chabuca Granda.

Eran las 5 de la tarde del 2 de octubre de 1971. Fue trasladado a Cuba y sepultado en su Guanabacoa. Pero hay quienes dicen que todavía a veces se escucha su piano y su voz como un susurro venido de otra dimensión en el restaurante habanero Monseigneur, el que fuera chez Bola.

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José Ramón Alonso

CATEDRÁTICO EN LA Universidad de Salamanca

Neurocientífico: Producción científica

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