Historias de la Neurociencia: La melena plomiza de Beethoven

Ludwig van Beethoven falleció en 1827. Tenía 56 años. Su muerte fue causada, casi seguro, por su afición al buen vino. Sin embargo, el problema no fue el alcoholismo. Beethoven murió, según muchos investigadores, por un envenenamiento por plomo, lo que se llama saturnismo o plumbosis. El vino de su época era endulzado con un derivado del plomo, el acetato plúmbico, también llamado “azúcar de plomo”,  que se consideraba que mejoraba el sabor, el aroma y la conservación del vino. De hecho, es un potente inhibidor de la multiplicación de los microbios y de la actividad enzimática. Su copa favorita también estaba hecha de una aleación con una alta cantidad de plomo y se piensa que otra fuente de ese envenenamiento que duró sin duda años, era el consumo de pescado del Danubio, procedente de un tramo de la corriente gravemente contaminado con plomo.

El acetato de plomo es un producto usado durante siglos y según una teoría, su amplio uso como endulzante en la cocina fue la causa de que la población del Imperio Romano no aumentara, ya que afecta también al sistema reproductor. A pesar de que la higiene de los romanos era de muy buen nivel, el número de nacimientos era bajo y la población del Imperio se estancó en torno a 50 millones de personas durante siglos. Al acetato de plomo también se le atribuye que muchos emperadores romanos tuvieran serios problemas mentales o comportamientos desequilibrados. Durante el período imperial, el nivel del plomo en la atmosfera se cuadriplicó, pasando de 0.5 p.p.b. a 2 p.p.b. Los romanos fundían unas 80.000 toneladas de plomo al año, ya que era un subproducto de la minería de la plata, que se extraía en grandes cantidades en Hispania y en Britania. Para conseguir entre uno y diez kilogramos de plata, se producía una tonelada de plomo. Esa enorme cantidad se empezó a usar para fabricar cosméticos (con plomo y vapores de vinagre se producía una pasta blanca), como moneda, como pesos para la pesca, como lastre en los barcos, para hacer tuberías y como material de construcción. También se analizaron sus riesgos y su posible uso como medicamento. El griego Nicandor (siglo II a.C.) hace una descripción de un envenenamiento agudo con plomo. Hipócrates, Séneca, Galeno, Aureliano y otros notaron la asociación entre las comidas copiosas, el vino con plomo y el desarrollo de gota. Aunque hay relatos médicos de síntomas en los mineros de plomo, el plomo se usó ampliamente como medicamento  incluyendo los emplastes de diacilón, una pasta hecha de óxido de plomo y aceite de oliva que era prescrita para problemas de la piel pero que también era ingerida por mujeres buscando un aborto.

El vino con plomo siguió siendo un problema durante siglos. Algunos reinos medievales de España y Francia lo prohibieron en 1427. Sin embargo, se siguió usando en muchos países, especialmente en los vinos de más calidad. El tratado de Methuen de 1703 permitía la exportación de vinos portugueses “fortificados” (con plomo) a Gran Bretaña. La alta incidencia de gota en la clase alta británica en el siglo XVIII se considera que iba unida al consumo de una dieta rica en carne y al abuso del oporto con plomo. En la época de Beethoven el plomo estaba también en las vajillas, en polvos cosméticos, en juguetes, en las tuberías e incluso como protecciones del pezón para las madres lactantes.

Beethoven empezó a desarrollar problemas de salud, bastante joven, al poco de cumplir  veinte años. Sufrió de diarrea crónica y dolor abdominal, un problema que le acompañaría durante toda su vida, llegando a confesar que el 4º movimiento de su segunda sinfonía es una descripción musical del ruido de sus tripas. Sin embargo, lo más famoso sobre su salud es su sordera. Beethoven empezó a notar pérdida de oído a los 26 años y a los 32, asumió que se quedaría completamente sordo, lo que le llevó a una profunda depresión. Se mantuvo decidido a que su sordera no le arruinara la vida, aunque intentó por razones lógicas mantenerla en secreto mientras pudo. A pesar de sus graves problemas auditivos, el año 1812 había completado las sinfonías 2, 3 “Heroica”, 4, 5, 6 “Pastoral”, 7 y 8, los conciertos para piano 4 y 5 “Emperador”, el concierto para violín, las sonatas para piano, los tres cuartetos de cuerda  Rasumovsky, la ópera Fidelio, y muchas otras obras maestras. Muchos de los síntomas neurológicos que conocemos de esos años: comportamiento errático, irritabilidad y depresión es muy posible que estuvieran ligados al plomo. Su sobrino y heredero Karl, de quien Ludwig fue tutor, tuvo un intento de suicidio por las frustraciones que le causaba su “excéntrico” guardián.
Beethoven usó durante años trompetillas pero a partir de los cincuenta no volvió a oír un sonido. A pesar de eso escribió después su Novena Sinfonía, considerada por muchos la obra más maravillosa de la Historia de la Música, y la primera parte de la Décima que la muerte le impidió acabar. En la autopsia de Beethoven se encontró atrofia cerebral, así como problemas en el hígado (cirrosis macronodular) y necrosis renal.

El plomo es neurotóxico. Afecta de una manera irreversible y tremendamente dañina al sistema nervioso central. Tras una exposición prolongada a plomo, se produce ceguera, insomnio, sordera, convulsiones y parálisis. También se ha visto que produce estreñimiento, problemas renales e incrementa la frecuencia de algunos tipos de cáncer. Está con nosotros desde hace miles de años. Se han encontrado trozos de plomo en las ruinas más antiguas de Troya (3.000 a.C.) y hay registros escritos en la época del faraón Tutmosis III (1500 a.C.)y el Libro de Jeremías (800 a.C.) Estando en contacto con el plomo se produce un envenenamiento progresivo, lento y continuo. Pero si la ingestión es aguda, se producen alucinaciones súbitas y aterradoras. El efecto del plomo se produce al ser absorbido en el torrente sanguíneo. Genera la inactivación de las enzimas que producen la hemoglobina lo que hace que se acumule un precursor, el ácido aminolevulínico, que es el auténtico agente dañino.

En el siglo XX el plomo formaba parte consustancial de nuestra vida cotidiana: las tuberías del agua que bebíamos eran de plomo, los depósitos donde almacenábamos ese agua estaban recubiertos de plomo, la cerámica de nuestros platos, cazuelas y jarras llevaba frecuentemente cantidades significativas de plomo, muchas latas de conserva tenían una soldadura hecha con plomo, muchas pinturas estaban fabricadas con plomo, los tubos de dentífrico o leche condensada estaban hechos de plomo y, sobre todo, la gasolina llevaba una cantidad de plomo importante que era inhalada por todas las personas que respiraban el aire contaminado por los tubos de escape de los vehículos.

En 1921, Thomas Midgley encontró que añadiendo un derivado de plomo a la gasolina se eliminaba una trepidación en los motores. Las grandes petroleras crearon una empresa para producir ese aditivo, la Ethyl Corporation. En los años 1960 todos los coches del mundo usaban gasolina con plomo. Clair Patterson empezó a estudiar los isótopos de plomo como tema de su tesis doctoral para intentar conocer la edad de la Tierra. Se dio cuenta que la cantidad de plomo en la atmósfera era enorme, mucho mayor que en los registros preindustriales y que el 90% parecía provenir de los tubos de escape. En 1953 fue al Laboratorio Nacional del Ministerio de Energía en Argonne, Illinois, con sus muestras y pudo demostrar, basándose en las proporciones uranio:plomo que la edad de nuestro planeta era de unos 4.550 millones de años. Para saber la evolución de la cantidad de plomo en la atmósfera tuvo que recurrir a testigos de hielo de Groenlandia, viendo el incremento brutal tras la introducción de las gasolinas con plomo. Desde ese momento, se decidió a luchar contra la presencia de plomo en el medio ambiente. Ethyl Corporation, la empresa gigantesca que producía la práctica totalidad de los aditivos de plomo usó todo su poder contra él. Jamie Lincoln Kitman publicaba en el año 2000 en The Nation, que directivos de Ethyl ofrecieron financiación al instituto donde trabajaba Patterson “si se le mandaba a hacer las maletas”. En 1966 se hizo un estudio de escolares en Chicago y un 5.7% de los 68.800 niños analizados tenían niveles potencialmente tóxicos de plomo en sangre. En 1969 y 1971 se repitieron estos estudios encontrándose una incidencia del 7.2%. En 1970 se aprobó la Ley de Aire Limpio. En 1979 un estudio indicó que había diferencias significativas en la inteligencia y capacidad de concentración en los niños de ciudad frente a niños de zonas rurales, relacionándose esa diferencia con el plomo presente en el humo de los escapes y las pinturas con plomo. En 1986 se prohibió la gasolina con plomo en los Estados Unidos. También se prohibió el plomo en la pintura de interiores “cuarenta y cuatro años después que la mayoría de los países de Europa”. Estudios posteriores indicaron que no estaba tan clara la relación entre envenenamiento por plomo y cociente de inteligencia, pero tras la eliminación del plomo tetraetílico, el aditivo de las gasolinas, se redujo en un 80% la cantidad de plomo en sangre, mejorándose considerablemente la salud de las personas que vivían en zonas urbanas.

Beethoven visitó médico tras médico en búsqueda de una cura. Ninguno fue capaz de ayudarle. Por esas ironías del destino, en una carta a sus hermanos, les expresó el deseo de que tras su muerte “los científicos usaran sus restos para encontrar la causa de su enfermedad de manera que otros no sufrieran como él había sufrido”. En el año 2000, Bill Walsh analizó en el Laboratorio Nacional de Argonne, el mismo donde había trabajado Patterson con sus muestras geológicas, seis cabellos de 15 centímetros de longitud de su famosa melena, y un trozo de cráneo de Beethoven, indicando la presencia de niveles muy altos de plomo, unas cien veces más que en una persona de la misma edad sin exposición a plomo. Sin embargo, otro estudio del año 2010, utilizando otros  fragmentos mayores de cráneo encontró menos plomo (12 microgramos por gramo de hueso) que la cifra esperada en alguien de su edad (21 microgramos). Es, por tanto, un enigma que continúa sin resolverse aunque quizá el plomo nos privó de más música hermosa, una música que es, como decía Beethoven, el «mediador entre la vida intelectual y la sensual.»

Leer más:

  • Bryson, B. (2007) Una breve historia de casi todo. 6ª ed. Barcelona: RBA libros. pp. 193-197.
  • Emsley, J. (2001) Nature’s Building Blocks. An A-Z Guide to the Elements. Oxford: Oxford University Press. pp. 226-233.
  • Green, D.W. ( 1985) The saturnine curse: A history of lead poisoning. South. Med. J.  78: 48-51.

José Ramón Alonso

CATEDRÁTICO EN LA Universidad de Salamanca

Neurocientífico: Producción científica

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BNEDialNetGredosLibrary of Congress


4 respuestas a «Historias de la Neurociencia: La melena plomiza de Beethoven»

  1. Avatar de Noemí
    Noemí

    Para los que amamos su música es grato conocer un poco más sobre el compositor y de paso informarnos de un tema tan interesante.Gracias

  2. Avatar de angelita

    José Ramón es estupendo .Escribe unos articulos y versos preciosos.

  3. Avatar de Elvira
    Elvira

    Es interesante que se difunda el origen de ciertas dolencias en personas extraordinarias por sus dotes. Y que sirvan estos estudios para mejorar el bienestar de las personas del «futuro».
    En los avances tecnológicos como en tantas cosas siempre existe una contrapartida… es importante que la salud prime sobre el desarrollo económico (dinero). Porque aunque a veces no nos demos cuenta o lo olvidemos si no hay salud… el resto es secundario.

  4. […] trata de un estado de ánimo que ha llegado a interiorizarse en el cuerpo social como el saturnismo, una enfermedad causada por la ingestión o inhalación de cantidades tóxicas de plomo que puede […]

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