Dos grandes teorías se postulaban para explicar la transmisión neuronal, el modo en el que una neurona
De los procesos naturales conocidos que pudieran pasar la excitación, solo dos merecen, en mi opinión, hablar sobre ellos. O existe en el límite de la sustancia contráctil una secreción estimuladora en la forma de una delgada capa de amoníaco, ácido láctico u otra sustancia estimulante poderosa, o el fenómeno tiene naturaleza eléctrica.
La respuesta la daría años más tarde, otro alemán: Otto Loewi.
Otto Loewi dormía muy mal. Tenía tendencia al insomnio y a tener sueños agitados. Llevaba tiempo trabajando en intentar demostrar que la transmisión química, y no la eléctrica, era la responsable de la contracción de los músculos. Loewi estaba convencido de que estaba en lo cierto, que la transmisión neuromuscular era química y sin embargo, no conseguía demostrarlo. Los experimentos no eran limpios, o no eran finos, o eran demasiado complicados y nada concluyente podía extraerse de ellos. La noche del Sábado Santo de 1920, Loewi dormía en su casa y en medio de la noche se despertó sobresaltado: en su sueño había visto la respuesta, el experimento crucial que podría demostrar que tenía razón. Los pasos a seguir, los materiales necesarios, el diseño del experimento estaban claros en su pensamiento. Era EL experimento. Loewi se incorporó en la cama, cogió un trozo de papel y escribió lo que tenía que hacer, el esquema del ensayo que pondría en marcha a la mañana siguiente en el laboratorio, y que respondería de una vez por todas a esa pregunta y zanjaría el debate. Loewi, feliz, sonriente, se volvió a dormir. Cuando se despertó de nuevo, a las seis de la mañana, pensó que tenía por delante el día más importante de su vida. Se desperezó, se sentó en la cama y fue a buscar el papel que había dejado en la mesilla. Cuando revisó la hoja, vio con angustia que era incapaz de leer su letra, no entendía nada de aquella nota escrita en medio de la noche. ¡No tenía ni idea de lo que tenía que hacer! Intentó descifrar aquellos garabatos sin éxito y pasó todo el día, el más largo de su vida según contó años más tarde, dando vueltas a qué podía ser, qué es lo que había soñado o pensado en medio de sus sueños, intentado buscar una respuesta. Loewi terminó el día sin poder acordarse y, exhausto, se fue a la cama. Para su sorpresa, a las tres de la mañana volvió a despertarse teniendo nuevamente en su mente el experimento buscado, igual de claro que en el sueño de la noche anterior. Esta vez no corrió riesgos, saltó de la cama, cogió su ropa, se vistió y salió corriendo para el laboratorio, en medio de la oscuridad. A las cinco de la mañana, menos de dos horas después, el experimento crucial sobre la transmisión química estaba terminado, uno de los grandes debates sobre el funcionamiento del cerebro estaba zanjado, la respuesta era contundente y Otto Loewi ganaría el premio Nobel, dieciséis años más tarde por esos resultados.
Los antiguos egipcios pensaban que el médico más famoso de su historia, Imhotep, llegaba a través de los sueños y ayudaba al médico o al enfermo que buscaba una respuesta, una cura, una solución. Loewi recordaba en sus conferencias la importancia de ese sueño y comentaba como no había sido solo él sino otros también como el químico orgánico Friedrich August Kekulé, que se dio cuenta que la estructura del benceno debía ser un anillo, tras soñar con una serpiente que se mordía la cola. Anatole France decía que para conseguir grandes cosas, debemos soñar y actuar. Soñar y actuar. Como Otto Loewi.
Otto Loewi había nacido en Frankfurt Main y era hijo de una familia judía pudiente, su padre era un comerciante acomodado, tuvo una infancia feliz y asistió a un Instituto donde descolló en las Humanidades. Tras terminar su bachillerato, Loewi quería dedicarse a la Historia del arte. Su familia se enfadó por su poco sentido práctico y le animó y presionó para que estudiara Medicina. Loewi se matriculó en la Universidad de Estrasburgo, entonces bajo control alemán. También estudia un corto tiempo en Munich, y aunque tiene excelentes profesores en las asignaturas médicas, se escapa de las clases para asistir a conferencias sobre filosofía, arquitectura o cualquier expresión artística. Solo cuando llega el Physikum, el primer examen importante, se pone a estudiar, y aprueba por los pelos. Tras terminar sus estudios y por alguna razón que él no sabía explicar, decidió hacer su tesis en farmacología, un área en la que prácticamente no tenía experiencia ni conocimientos especializados. Su proyecto era medir los efectos de distintos fármacos en el corazón, utilizando ranas
El experimento definitivo de Loewi tenía un diseño muy sencillo. Cogió dos ranas, su animal de experimentación durante toda la vida y les extrajo el corazón. En un caso dejó unido el nervio vago y en el otro, sin él.
En palabras de Loewi
No me queda, en mi mente, otra posibilidad de imaginar como la estimulación de un nervio puede inhibir un órgano que no sea por medios humorales. En otras palabras, el mecanismo humoral es el único mecanismo concebible de inhibición periférica.
El premio Nobel fue concedido en 1936 a aquellos dos viejos amigos, Otto Loewi y Henry Dale “por sus descubrimientos sobre la transmisión química de los impulsos nerviosos”.
El 12 de marzo de 1938, el ejército nazi entra en Austria entre los vítores de la gente. Es el Anschluss o anexión.
Loewi sabe que no tiene opción, entrega todo y embarca camino de Inglaterra. Allí recibe una oferta de la Universidad de Nueva York y decide aceptarla. Sin embargo, su ordalía no ha terminado. El oficial del consulado le pide que demuestre que es profesor, para estar seguro que puede ser contratado por la universidad. Él muestra la carta donde le expulsan de la Universidad de Graz pero el burócrata le dice que eso no prueba que haya enseñado y que puede tener un trabajo y un salario. Él pide que llamen a Henry Dale, en ese momento presidente de la Royal Society y le contestan que no pueden molestar a Sir Henry
Para entrar en Estados Unidos, tiene que hacerse un examen médico y le entregan el resultado en un sobre cerrado con su visado. Cuando llega al puerto de Nueva York, un ordenanza recoge su documentación y la empieza a ordenar para el oficial de inmigración. Loewi aterrorizado ve que el certificado médico pone “Senil. Incapaz de ganarse la vida”. Loewi piensa que le van a mandar a Ellis Island y de ahí de vuelta a las manos de Herr Hitler. En palabras de Loewi “afortunadamente el oficial de aduanas no hizo ningún caso del certificado médico y me dio la bienvenida a su país. Era el 1 de junio de 1940.”
En su estancia en Viena, Loewi había conocido y visitado a Sigmund Freud. Freud, cuyo libro
Shakespeare dice en La Tempestad que los hombres “estamos hechos de la misma materia que los sueños”. La Ciencia, a veces, también.
7 respuestas a «Los sueños del Doctor Loewi»
Un extraordinario e interesantísimo artículo. Conocía historias como la del sueño de Kekulé, que soñó la estructura del benzeno, pero esta de Loewi es estupenda. Un saludo
Estimado Daniel
Tienes toda la razón. El sueño de Kekulé es mucho más conocido pero Otto Loewi es todo un personaje, magnífico científico y lleno de alegría de vivir. Gracias por tus comentarios.
Bibliografia pues brother!!, :D también quisiera buscar mas de ello :)
Tengo material para discutir varias cosas sobre los sueños :) , quiero compartirlas pero quisiera ver tus referencias bibliográficas , por si las dudas amigo!! https://www.facebook.com/dddiiieggodrraw (Y)
“La fuente secreta de la inspiracion”
Dijo Esquilo, “que la mente del durmiente, tiene los ojos penetrantes”
Puede darse el caso de que el psiquismo profundo del durmiente se aplique a resolver todos los problemas de alguna importancia a la que se ha dedicado inutilmente la conciencia diurna.
Leo Talamonti
[…] de aprendizajes del cerebro mientras duermes se suele explicar con el ejemplo del farmacólogo Otto Loewi, premio Nobel de Medicina por su teoría sobre la comunicación neuronal durante el […]
[…] de dos teorías que tenían defensores y críticos de ambas partes. Otto, una incertidumbre, soñó con el investigación que podría demostrar científicamente que la transmisión neuronal era […]