Historias de la Neurociencia: el placer de hacer el bien

Altruismo se considera el término opuesto a egoísmo. Es poner el bienestar de los demás por encima del nuestro personal, una motivación para ayudar sin recibir ni esperar una recompensa. En términos biológicos, el altruismo es cuando un animal beneficia a otro, causándose a sí mismo una pérdida o un perjuicio. Hay dos grandes teorías para explicar el altruismo. Una es que se basa en una mejora desde el individuo hacia el grupo, la familia, la tribu, al final, para los que comparten nuestros mismos genes. J.B.S. Haldane lo explicó humorísticamente cuando dijo, atendiendo al porcentaje de genes compartidos, que él “daría su vida por dos hermanos o por ocho primos”. Este tipo de altruismo se basa en la llamada selección por parentesco. Existen especies de aves donde el pollo mayor ayuda a criar a sus hermanos más pequeños, en vez de aprovechar él toda la comida. En la famosa teoría de Richard Dawkins, los individuos son altruistas y los genes egoístas. Él mismo dice, «intenta enseñar compasión y altruismo, porque nacemos egoístas». La otra gran teoría es el llamado altruismo recíproco en el que ayudamos a otros con la esperanza de ser ayudados en algún momento. En términos económicos, no haríamos una donación sino una inversión.

En nuestra visión humana, uno es consciente de que hace algo para ayudar a los demás, pero en el mundo biológico eso no es así. Existe un moho mucilaginoso llamado Dictyostelium en el cual las células viven normalmente  individuales como si fueran amebas microscópicas con reproducción asexual.  Pero cuando la situación ambiental empeora y falta, por ejemplo, alimento, estas células cambian su forma de actuación. Entre 10.000 y 100.000 células individuales se agrupan en una especie de pequeña babosa, capaz de desplazarse. En un momento determinado un 20% de las células forman un tallo reproductor que levanta al resto, muchas de las cuales se transforman en esporas viables. Así, ese 20% de células, que eran organismos independientes sacrifica su “futuro” porque las demás tengan una posibilidad. Es interesante porque cuando se mezclan clones de distintos grupos en la mitad de los casos todas las células colaboran de una manera limpia y en la otra mitad hay “tramposos y víctimas” donde un clon intenta que sean las células del otro clon las que formen el tallo (las víctimas) y ellas las que puedan convertirse en elementos reproductores (las tramposas).

Otro ejemplo sería en insectos, donde por ejemplo, las abejas, hormigas, avispas o termitas sacrifican su vida si hace falta proteger a la reina y han sacrificado su futro reproductor para alimentarla y cuidarla toda la vida. El altruismo es más frecuente en animales sociales. Los murciélagos vampiros regurgitan habitualmente parte de la sangre que han conseguido para alimentar a otros miembros de su colonia que no han conseguido comida esa noche, asegurando que no pasen hambre. En muchas especies de aves, una pareja que está criando recibe la ayuda de otros pájaros que protegen el nido de los predadores y ayudan a traer comida para los polluelos. En bastantes mamíferos, como los monos cercopitecos, cuando uno nota la presencia de un predador, se pone a gritar para avisar a sus compañeros, con lo que es rápidamente localizado y aumenta sus posibilidades de ser él el atacado.

Hay muchos ejemplos de que hay más en ello, algo mucho más profundo. El 16 de abril de 2007, Seung-Hui Cho, un estudiante de Virginia Tech empezó a disparar por el campus. Un profesor, Liviu Librescu bloqueó la puerta del aula para que sus estudiantes pudieran escapar. Cuando Cho se suicidó, había 32 estudiantes y profesores muertos, Librescu entre ellos. No buscaba un mejor futuro para sus genes ni recibir ningún favor a cambio. Dio la vida por sus alumnos.

Uno de los primeros estudiosos del altruismo fue el príncipe Pyotr Kropotkin que después de una vida de aventuras en las tundras de Siberia y en Manchuria, donde trabajó como zoólogo y geógrafo, se dedicó a predicar el anarquismo en las calles de Londres, un anarquismo tan distinto al de nuestros días. Pero sin duda, la persona que más ayudó a la definición científica del altruismo fue George Price. Price estudió Físicas en la Universidad de Chicago. Después del desarrollo de un cáncer de tiroides, una carrera llena de problemas en IBM y un matrimonio fracasado, se trasladó al Reino Unido en 1967, donde empezó a trabajar en el University College de Londres. Sus intereses pasaron de la Química, a la Informática y a una mezcla de Matemáticas y Biología. Ahí es donde empezó su interés, que terminó siendo obsesivo, sobre el altruismo. El altruismo es un problema biológico fundamental porque puede llevar luz sobre el equilibro entre cooperación y conflicto que caracteriza muchos apartados de la vida, desde la división celular al sexo, y en muchos grupos de organismos, desde las colonias de bacterias a los insectos sociales. Pero en nuestro caso, en lo que implica al cerebro humano es especialmente interesante. Alguien que se mete en un edificio en llamas para salvar a otras personas, es perfectamente consciente que está poniendo su propia vida en peligro. Su cerebro analiza la situación y, sin embargo, le ordena entrar. En términos biológicos no se entiende cómo casa eso con el concepto de la “supervivencia del mejor adaptado” ni con el compromiso primero y principal con la supervivencia personal.

Price aplicó la teoría de juegos a la comprensión de los comportamientos y pudo demostrar, mediante modelos matemáticos, cómo la selección natural podía actuar sobre individuos, pero también sobre genes o sobre grupos familiares. La ecuación de Price describe cómo tendencias o rasgos pasan de una generación a la siguiente, convirtiéndose en un referente en el estudio de la evolución.

En 2006, el estudio de la actividad cerebral por técnicas de resonancia magnética funcional dio nueva luz sobre el altruismo. El grupo de Jorge Moll demostró que un circuito primitivo del placer, la vía mesolímbica de recompensa, relacionada con temas tan básicos como la alimentación o el sexo, se activaba en el comportamiento altruista. Es decir, sentimos placer cuando ayudamos a un desconocido en un mecanismo cerebral similar al que experimentamos cuando tenemos relaciones sexuales o cuando después de estar hambrientos, comemos. La misma zona cerebral se activaba cuando los participantes en el estudio recibían dinero que cuando lo donaban. Pero además otra región, el sistema región septal/corteza bajo el genu, se activaba solamente cuando los intereses de los otros se ponían por delante de los propios. Por así decirlo, el altruismo no está basado en una cualidad moral que suprime los instintos egoístas sino es algo básico en nuestro funcionamiento cerebral, codificado en nuestras neuronas. Esta misma zona se activa también con las relaciones sociales y el establecimiento de vínculos entre distintos individuos. Y se encontraba también en otras especies, por lo que no es un mecanismo moral ni cultural, sino biológico.

Pero también se encontraron diferencias entre personas. Un estudio publicado en Nature Neuroscience, utilizando análisis de la vida cotidiana y simulaciones de juego por ordenador,  indicaba que una región del cerebro (la parte posterior de la corteza temporal superior) se activa de forma diferente en personas egoístas y en personas altruistas. Según los investigadores, el comportamiento altruista depende más de cómo se ve el mundo que de cómo se actúa en él. En otras palabras, no sería que la gente es altruista por el refuerzo que significa sentirse bien por ayudar a alguien sino porque percibimos a los otros como parecidos a nosotros mismos. Según uno de los autores, Dharol Tankersley “creemos que la habilidad para percibir las acciones de otras personas como cargadas de sentido, de significado, es fundamental para el altruismo”.

Price empezó a aplicar sus teorías matemáticas a su propia vida. Calculó que la posibilidad de que se le hubiera ocurrido la ecuación que lleva su nombre era de 1 en 1030, por lo que era demasiado improbable. La respuesta, decidió, tenía que ser Dios y se dedicó, de manera compulsiva a compartir este descubrimiento, una demostración matemática de la existencia divina, con todo el mundo. Empezó a encontrar mensajes ocultos entre los versículos de la Biblia y se carteaba con creacionistas aunque seguía trabajando en modelos genéticos y en la evolución del sexo. Según sus obsesiones iban creciendo, puso en práctica sus nociones sobre el altruismo recíproco y la ayuda mutua. Dejó de tomar sus medicinas para el tiroides y prácticamente de comer y regaló todas sus posesiones a los borrachos y mendigos del Soho de Londres. Poco después, se suicidaba cortándose el cuello en un solar abandonado. Un triste final para alguien con una personalidad desequilibrada y una mente excepcional como en ocasiones encontramos entre los genios. Aristóteles, en su Ética a Nicómaco dice que los hombres solo son buenos de una manera, malos de muchas. Y sin embargo, siento que hay muchas formas de ser bueno. Me parece hermoso que en lo más profundo de nuestros circuitos neuronales, la evolución nos grabó una orden y un premio, que deberíamos hacer el bien a los demás y que en nosotros mismos estaría la recompensa.

Leer más:

  • Moll, J. F. Krueger, R. Zahn, M. Pardini, R. de Oliveira-Souza y J. Grafman (2006) Human fronto-mesolimbic networks guide decisions about charitable donation. Proc. Natl. Acad. Sci. USA 103: 15623-15628.
  • Okasha, S. (2010) Altruism researchers must cooperate. Nature 467: 653–655

José Ramón Alonso

CATEDRÁTICO EN LA Universidad de Salamanca

Neurocientífico: Producción científica

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4 respuestas a «Historias de la Neurociencia: el placer de hacer el bien»

  1. Avatar de María jose
    María jose

    Me alegro de encontrarte. Soy María José de geológicas, no me recordarás, desde hace veinte años me dedico a las matematicas. Me ha apasionado la vida de Price. Su teorema me ha llevado a tu artículo. Espero que sigas con esa creatividad tan brillante. Un abrazo.

  2. Avatar de Juan pabol
    Juan pabol

    Interesante me gustaria conprenderlo ah fondo

  3. Avatar de LM Pousa
    LM Pousa

    Muy interesante el artículo.

    1. Avatar de José R. Alonso

      Muchas gracias.

Muchas gracias por comentar


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