Haití y el hambre

Estamos consternados por la enorme tragedia del terremoto de Haití, considerado el mayor desastre natural en la historia de América Latina.

Nuestro estilo de solidaridad, según la experiencia previa con el huracán Mitch de 1998 en Centroamérica o el tsunami de 2004 en el Índico, es un esfuerzo inmediato, con una gran sensibilización y respuesta social y, desgraciadamente, un olvido progresivo a continuación. En estos momentos se está procediendo a la limpieza de carreteras, buscar víctimas entre los edificios afectados, atender a los heridos y recuperar las infraestructuras básicas: electricidad, agua, teléfono. Enviamos aviones cargados de material de emergencias y nuestros bomberos buscarán supervivientes entre las ruinas. Tendremos la alegría de ver recuperar niños entre los escombros y pensar que las cosas van volviendo poco a poco a la normalidad. Pero Haití estaba mal y va a estar peor. Esa es su normalidad.

Haití es el país más pobre del hemisferio occidental y retrocede año a año. Según la FAO, el 80% de su población vive con menos de dos dólares al día y al menos un 60% tiene serios problemas de desnutrición. Más de la mitad de la población (entre 5 y 6 millones de personas) vive en áreas rurales y el 85% de ellos se dedica a una agricultura y/o ganadería de subsistencia. La mayoría de las personas con hambre y desnutrición viven en las zonas rurales y es lógico esperar que la situación empeore cuando la gran destrucción de casas en la capital, Puerto Príncipe, desplace a decenas de miles de damnificados a sus pueblos de origen, a refugiarse con sus familiares.

La estación agrícola empieza en marzo y es clave que se pueda afrontar en las mejores condiciones posibles, pues sino, la situación en unos meses será terrible. Pensando en una mejora a largo plazo, real, eficaz, y no exclusiva de Haití, se pueden plantear los siguientes campos de actuación:

  • Cuidar el agua. Haití tiene una falta terrible de agua potable y los sistemas de saneamiento y riego en la zona han sido afectados por el terremoto. Los acuíferos antiguos en los que se basa gran parte de la producción mundial de alimentos del mundo están agotándose. El agua que se aprovecha en los cultivos de regadío está entre el 5 y el 15% del agua utilizado. Hay métodos sencillos y económicos: para mejorar el sistema se pueden usar sistemas de acolchado de superficies con compost u otros productos orgánicos, uso de terrazas y tanques subterráneos llenados con las precipitaciones de las tormentas tropicales. En zonas de Kenia y China estos depósitos enterrados están permitiendo rendimientos agrícolas en la época seca.
  • Reforestación. Haití tiene problemas de suelos degradados y una grave deforestación. Solo un 2% de su territorio está cubierto de árboles. Eso hace que tenga una enorme erosión del suelo y esté barrida por las tormentas. Solo el año 2008 hubo cuatro grandes huracanes que mataron a más de 500 personas, destruyeron la mitad de las cosechas (en un país con hambre endémico), diezmaron los rebaños y animales domésticos y destrozaron importantes infraestructuras.
  • Dejar de arar. Hasta hace nada, el arado romano era parte de nuestro paisaje. Ahora les veo adornando tapias y jardines de chalés, pero durante un par de miles de años hemos arado el suelo para enterrar las malas hierbas. Ahora se ha visto que esto es caro, daña la ecología del suelo y libera gases de invernadero. Las malas hierbas se pueden contener cubriendo el suelo con residuos orgánicos como paja y las plagas se pueden evitar rotando los cultivos. Granjas experimentales en Méjico utilizando estas técnicas “de conservación” muestran que el rendimiento es similar a la agricultura tradicional  en años buenos y mayor en época de sequía.
  • Creación y reconstrucción de infraestructuras de transporte. El terremoto habrá dañado las infraestructuras de comercialización: puertos, carreteras, puentes. Las playas de Senegal se llenan de pesca que una vez llenos los camiones que pueden transportarla se queda allí para pudrirse. La mitad de la cosecha de banana de Kenia se pierde cada año, está mal almacenada y se pudre. Para luchar contra el hambre, tendríamos que atender a toda la cadena de distribución de alimentos. La yuca (también llamada mandioca y cassava) es la tercera fuente de carbohidratos en el mundo, especialmente en América Latina y África. El Instituto Internacional de Investigaciones Agrarias desarrolló una variedad de yuca resistente a las enfermedades y con alto rendimiento. Se implantó en Nigeria y se financiaron también molinos y fábricas de harina pero no había forma de distribuirlo: la yuca crece en el sur de Nigeria y las empresas distribuidoras están en el norte. Cuando la publicidad hizo que llegasen los camiones, la producción creció de 35 millones de toneladas a 45 millones en tres años, de 2004 a 2007.
  • Mejores semillas. La capacidad de mejorar mediante investigación los rendimientos agrícolas utilizando mejores semillas son evidentes. Se están consiguiendo plantas más productivas, más resistentes a la sequía y a las enfermedades pero poco de eso llega a los agricultores de los países menos avanzados. El gobierno español financió en agosto de 2008 una distribución de 600 toneladas de semillas, así como herramientas básicas como machetes y azadas porque la hambruna de los huracanes hizo que la gente se comiera las semillas que tenía guardadas para la siguiente plantación y se produjeron graves disturbios en la capital con unos cuantos muertos.
  • Seguridad alimentaria. Un golpe que uno recibe es que alguien te diga que le gustan mucho los productos del cerdo pero que en su país casi no se produce, porque nadie se fía. Mejor seguridad alimentaria reduce el gasto sanitario, permite una mejor comercialización con una sensible mejora económica y evita pérdidas importantes en el rendimiento de granjas y explotaciones agrícolas.
  • Y por último, uno tiene sus obsesiones: mejorar la educación. Se cree que el 80% de las personas con estudios superiores han abandonado Haití. Los de mejor formación, fundamentalmente a Estados Unidos y los de ciertos conocimientos que les permita obtener un puesto de trabajo, a la vecina República Dominicana, donde se calcula que viven un millón de haitianos, muchos de ellos en situación irregular. Cuando la gente pasa hambre es difícil pensar en escuelas y universidades, pero la solución de ese país, de cualquier país, pasa por tener una población formada, que pueda tomar decisiones y construir su futuro.

El objetivo del milenio era que solo un 10% de la gente en países en desarrollo estuviera desnutrida en 2015. Aparentemente íbamos bien pues se había pasado de un 33% en 1970 a cerca de un 15% en 2005. Sin embargo, en los últimos cuatro años no para de subir. La conexión entre hambre, poco crecimiento económico, desigualdad, mala salud, pobre educación, inestabilidad política y manejo ineficaz de los recursos naturales es evidente. Es nuestro mundo y todos somos responsables de él. Que no se nos acabe la solidaridad en unos pocos días.

José Ramón Alonso

CATEDRÁTICO EN LA Universidad de Salamanca

Neurocientífico: Producción científica

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