Uno de los problemas sin resolver en la universidad española es el recambio generacional de las plantillas. La mayoría de las universidades, salvo las de creación reciente, tienen, en este momento, una plantilla envejecida. El “Atlas Digital de la España Universitaria”, editado por la Universidad de Cantabria y dirigido por el profesor Pedro Reques Velasco mostraba la situación “geriátrica” en alguna de las universidades de claro liderazgo en nuestro país como son las dos más grandes, Complutense y de Barcelona, la de más alumnos, la UNED y las dos autónomas, de Madrid y de Barcelona. La pirámide de edad del profesorado universitario cada vez tenía una base más estrecha (pocos jóvenes) y seguía adelgazando y una cima más ancha, que seguía ensanchando. Entre 2000 y 2007 los docentes menores de 35 años habían pasado de ser un 21% de las plantillas al 14%. Aunque la edad mental no tenga porque coincidir con la cronológica, es evidente que este envejecimiento repercute en un momento complejo de cambio y adaptación como es el proceso de Bolonia.
Juan Antonio Aunión publicaba un interesante artículo en el diario El País el 16 de agosto de 2008 basado en este estudio donde se planteaban datos preocupantes, como un grupo de áreas de conocimiento (Dermatología, Anatomía Patológica, Filosofía, Ingeniería Textil, Construcción Naval) donde la media de edad de todos los catedráticos era cercana a la edad de jubilación voluntaria, 65 años.
El mayor problema es, sin duda, en las facultades de Medicina. El sistema MIR, un claro éxito en nuestro país, sacó la formación de especialidad fuera del ámbito universitario y un resultado es que solo un reducido grupo de personas combina la carrera asistencial con la actividad investigadora y aún muchos menos lo hacen con la formación docente. En un plazo corto no habrá especialistas en algunas áreas que tengan el mínimo de experiencia docente requerido para que puedan ser acreditados como profesores universitarios.
El problema del recambio generacional se detecta también, de manera especial en algunas titulaciones donde una caída masiva en el número de alumnos matriculados en las dos últimas décadas ha hecho que la plantilla de profesorado, funcionarios en su mayoría, estuviera sobredimensionada y los equipos de gobierno se hayan resistido, con mayor o menor éxito, a la contratación de nuevos profesores. Un ejemplo evidente son las titulaciones de ciencias clásicas como Física, Química, Matemáticas o Geología, pero también sucede en carreras técnicas muy consolidadas como las Ingenierías de Caminos, Canales y Puertos o Industriales o en carreras de Humanidades como Filosofía o algunas filologías.
La particularidad de Medicina hace que las medidas tengan que ser específicas. Mi propuesta es que se elimine la “exclusividad” del trabajo hospitalario de los MIRes y no solo se les permita, sino que se les anime e impulse a hacer el doctorado y a participar en las actividades docentes en el hospital, en la docencia práctica en las consultas y laboratorios. Los estudiantes biosanitarios de últimos años saldrían rotundamente beneficiados de poder contar, con el seguimiento oportuno por parte de los senior, con este apoyo, con personas bien formadas, entusiastas y con cercanía generacional. Lógicamente, eso es imposible si el objetivo de una plaza MIR es cubrir guardias y otras necesidades asistenciales de una forma económica pero hay que confiar en que las autoridades sanitarias no olvidarán que será imposible tener buenos médicos si no tenemos profesores en las facultades de medicina. Para el resto de las titulaciones, yo propondría volver, por una vez y sin que sirva de precedente, al pasado. Creo que todos saldríamos beneficiados si se abrieran las puertas de las plantillas universitarias de una manera rotunda, eficaz, convencida, al acceso de los profesores de enseñanza secundaria. Muchos de los mejores catedráticos de la universidad española de los siglos XIX y XX, de Nicolás Salmerón Alonso a José Manuel Blecua Teijeiro, habían sido profesores de instituto. Ellos tienen formación y experiencia docente, lo que va a ser lo más difícil de conseguir cuando hagan falta profesores universitarios en los próximos años. Conocen a los jóvenes, saben sus problemas y sus capacidades y cómo formarlos. Muchos tienen vocación investigadora e incluso hacen un esfuerzo sobrehumano para hacer cosas en su tiempo libre. La primera medida sería un programa potente que permitiera la realización de tesis doctorales por los profesores y profesoras de instituto que lo desearan. Lo siguiente un programa puente que permitiera compatibilizar el trabajo en el instituto con el trabajo universitario, realizando tareas docentes en ambos niveles. Por último, pero claro desde el primer momento, un programa consensuado gobierno-comunidades autónomas para rejuvenecer las plantillas universitarias de dotación de nueva plantilla, creando una serie de plazas, en unas condiciones que hagan que el paso de la enseñanza secundaria a la universitaria sea atractivo, para aquellos que quieran y lo merezcan. Sería un estímulo, necesario y conveniente, para los profesores de enseñanza media y algo extremadamente positivo para la universidad. Los profesores universitarios podemos aprender mucho de ellos y un número importante nos dan lecciones cada día. Además, así serían unos pocos menos los profesores de universidad que se quejasen cada año de cómo llegan los muchachos y muchachas que comienzan la vida universitaria.
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