No ligan y se dan a la bebida

El circuito de recompensa del cerebro es una de las cosas más maravillosas que tenemos en nuestro organismo. Es, en pocas palabras, la fuente del placer. Ni más ni menos. El circuito de recompensa nos premia con una sensación maravillosa cuando hacemos cosas buenas para la supervivencia del individuo: beber cuando tenemos sed (ese momento inenarrable de tomar un vaso de agua fría o una cerveza cuando la sed te asfixia) o comer cuando tenemos hambre (ese primer mordisco al bocadillo tras una caminata por el campo, el sabor de la primera cucharada de una sopa de cocido cuando estamos desfallecidos). También nos premia cuando hacemos cosas buenas para la supervivencia de la especie: tener relaciones sexuales (esto creo que no hace falta que lo explique), impulsar las interacciones sociales (ir de cañas con los amigos, un partido de baloncesto con los compañeros de clase) o hacemos el bien a un desconocido (algo que me encanta y que habla bien de esos primates con pelo fino que llamamos seres humanos).

El circuito del placer es secuestrado por algunas sustancias químicas a las que denominamos drogas. Las drogas interactúan con las neuronas de ese sistema de recompensa y generan una reacción potente y rápida. De ese manera causan que conseguir droga se convierta en la primera tarea del individuo y los placeres normales, sencillos, cuya recompensa es menor, pierden interés. Del mismo modo, si nuestra vida es feliz, si recibimos refuerzo del sistema de recompensa de tener alguien que nos quiere, una buena situación familiar, amigos entrañables, hay menos probabilidades de caer en la seducción de las drogas.

Un trabajo reciente publicado en la revista Science, se centra en la relación entre el circuito de recompensa y los estímulos naturales, como el sexo, y los artificiales, como las drogas. Uno de los aspectos novedosos es que el estudio se ha realizado en uno de los animales de experimentación más usados en Genética pero poco, todavía, en los estudios sobre comportamiento: la mosca de la fruta o mosca del vinagre Drosophila melanogaster. El trabajo se centra en ver cómo actúa este díptero, que también tiene circuito del placer, frente al éxito o el fracaso en la búsqueda de una recompensa natural (sexo) y el interés alternativo por una vía artificial de recompensa (alcohol). Es decir, probaron qué diferencias hay en el interés por el alcohol si la mosca macho está sexualmente satisfecha o sexualmente frustrada.

¿Y cómo hacer que la mosca macho sea rechazada? Es más fácil de lo que parece. Al igual que hacen muchos individuos de dos patas, en presencia de una hembra, las moscas macho, de seis, inician un cortejo para intentar seducirla. Para ello hacen vibrar un ala, inician una especie de canción, le acarician su parte trasera y frotan las partes más privadas de la hembra con su proboscis, esa parte chupadora de su boca. No es muy sutil pero deja claro su interés. Sin embargo, todo ese despliegue no tiene ningún efecto si ha topado con una hembra satisfecha. Si la hembra ha tenido ya relaciones sexuales, rechazará a ese macho con lo que el escenario del experimento está preparado con todos los personajes: un macho “salido”, una hembra “estrecha” y una fuente de alcohol cercana. Pero echemos un momento para atrás. Hay toda una serie de datos previos a este estudio que son de interés:

  • El alcohol es la droga de mayor consumo en el mundo.
  • La mosca de la fruta muestra comportamientos adictivos.
  • La mosca de la fruta es un modelo ideal para discriminar entre efectos genéticos y ambientales en un proceso.
  • La mosca de la fruta permite ver la influencia de las relaciones entre individuos en el comportamiento.
  • Las moscas tienen una sustancia en su cerebro llamada neuropéptido F relacionado con los procesos de recompensa.
  • El neuropéptido Y de los humanos es parecido al neuropéptido F de las moscas y está involucrado en la adicción al alcohol.

La primera parte del estudio es sobre comportamiento. Los investigadores pusieron moscas macho con tres tipos de moscas hembra:

a)   Vírgenes. Aceptaban a los machos. Sexo.

b)   Apareadas previamente. Rechazaban a los machos. No sexo.

c)    Decapitadas. Que no rechazaban a los machos pero tampoco eran muy colaboradoras. No sexo.

Se hacían sesiones de tres horas de duración durante cuatro días seguidos, en un caso con numerosas hembras vírgenes y en el otro con moscas hembras recién apareadas que rechazaban activamente –a patadas, hablando claro- los acercamientos del macho.

Tras la posibilidad de apareamiento (y en términos antropocéntricos tras la consiguiente satisfacción o frustración) a las moscas macho se les ofrecía en dos tubitos:

a)   comida

b)   comida con alcohol etílico.

Los investigadores controlaban qué tubo preferían y cuánto tiempo estaban ahí las moscas de cada grupo. Las moscas del grupo “rechazadas” iban mucho más a la comida con alcohol. De hecho llegaban a emborracharse. Si una de estas moscas del grupo de los “rechazados” se mezclaba con otros machos y moscas hembra receptivas, y conseguía sexo, su apetencia por el alcohol disminuía. Las moscas que habían estado con las moscas decapitadas y que por lo tanto, no habían experimentado un rechazo pero tampoco habían tenido sexo, iban también a la “zona de bar”. Es decir, el problema no era en sí el rechazo sino la ausencia de sexo y con él, la ausencia de placer.

La conclusión de esta primera parte del estudio del comportamiento es que las moscas que no habían tenido sexo, tanto las  que habían sido rechazadas por las hembras satisfechas como las que su pareja estaba “indispuesta” (realmente en este caso no se podría decir que “con dolor de cabeza”), bebían más que las moscas satisfechas en sus apetencias sexuales.

La segunda parte del estudio es de índole bioquímica. La base de estos resultados parece ser la presencia de una sustancia pequeña, un péptido (pequeña cadena de aminoácidos) conocido como neuropéptido F (NPF) en el cerebro de la mosca. En los machos, tener relaciones sexuales incrementa el nivel cerebral de NPF mientras que la abstinencia lo disminuye. En humanos hay un neuropéptido parecido, llamado neuropéptido Y, así que podía ser interesante ver los niveles de este péptido en algunos fatuos que presumen de sus conquistas, esos que hacen como los jugadores de parchís, que comen una y cuentan veinte. El segundo resultado interesante del estudio es que los niveles de NPF a su vez, disminuían o aumentaban el interés por el alcohol. Dicho de una manera coloquial, la mosca macho que era rechazada por la mosca hembra y que tenía bajos niveles de NPF tenía una mayor tendencia a darse a la bebida.

La tercera parte del estudio es fisiológica. El sistema fue comprobado por otra vía: manipulando las neuronas productoras de NPF. Tras la activación de las neuronas productoras de NPF se evitaba la atracción del etanol para actuar como recompensa. Los investigadores proponían que la actividad del eje NPF-receptor de NPF representa el nivel del sistema de recompensa de la mosca y modifica su comportamiento en esa dirección.

Del mismo modo, y también utilizando técnicas de manipulación genética, cuando los niveles de NPF se mantenían altos artificialmente, las moscas se mantenían sobrias. Es decir, los niveles de NPF controlan el deseo de las moscas de beber, si su circuito de placer ha estado estimulado, NPF alto, no busca más; si el circuito de placer no ha conseguido un impulso positivo, sexo en este caso, NPF bajo, el animal busca recompensa en el alcohol. Por tanto, el nivel de NPF modula el deseo de beber en la mosca como búsqueda de un placer que no ha conseguido a través del sexo.

Es decir, el sexo y el alcohol actúan sobre el mismo sistema de recompensa y por lo tanto compiten entre sí. Si hay sexo, el alcohol “pierde” pero si no lo hay, la mosca se da a la bebida. Si el nivel de NPF es alto, el organismo (el de la mosca, al menos) está satisfecho, tiene buen nivel de placer y no busca fuentes alternativas.

Lo siguiente fue ver la relación entre ambos aspectos: producción de NPF y actividades relacionadas con el placer.

La última prueba fue, mediante técnicas de manipulación genética, eliminar la producción de NPF en las moscas. Estos pobres insectos, aunque tuvieron sexo, bebían tanto como los machos que habían sido rechazados. Siempre estaban insatisfechos. Es decir, parece que los seres vivos, al menos los invertebrados como la mosca, y probablemente también los vertebrados como nosotros, somos activos buscadores de  placer, nuestro indicador del “depósito” de placer es un neuropéptido (F o Y) y si no lo obtenemos por una vía natural (sexo) lo buscamos por una vía artificial (alcohol). Es una generalización por supuesto y en un humano se mezclan otros condicionamientos culturales, morales, etc. Está claro que hay muchas personas que pueden tener una vida casta y abstemia al mismo tiempo (aunque en los mejores casos, pueden obtener placer ayudando a desconocidos).El equipo encontró que la frustración sexual causaba un descenso en la producción de NPF, medida mediante inmunocitoquímica, mientras que el sexo generaba un aumento de los niveles cerebrales de NPF.

Un aspecto sugerente de este estudio, como tantas investigaciones recientes en Neurociencia es sobre las posibilidades de manipulación positiva. Si asumimos, lo que es un salto muy importante y un tanto arriesgado, que el NPY actúa de forma similar al NPF y que el sistema de recompensa humano es comparable al sistema de recompensa de la mosca, se podría explorar la posibilidad de limitar el efecto de las tragedias personales y familiares, de la ansiedad, del sufrimiento mediante el nivel de neuropéptido Y. La idea sería minimizar el impacto de esas experiencias dolorosas de la vida que son las que llevan en ocasiones al consumo de drogas. También puede explorarse como vía para disminuir la adicción.

Si conseguimos evitar el efecto recompensa de las drogas, será más fácil abandonarlas y evitar recaer en su consumo. Los datos que tenemos son prometedoramente comparables: Los niveles de neuropéptido Y son menores en las personas que tienen depresión o un trastorno de estrés postraumático. Se encuentra por todo el cerebro y se piensa que está involucrado en comer, en dormir, en la ansiedad y en la adicción, lo que parece concordar con lo visto en las moscas con el neuropéptido F. El NPY y algunos medicamentos que regulan a sus receptores están en estos momentos sometidos a ensayos clínicos para la ansiedad, el trastorno de estrés postraumático, los trastornos del ánimo como la depresión y la obesidad. Es posible que abramos un camino para su empleo en todos los trastornos que estén basados en el uso normal o alterado de los circuitos de recompensa (por ejemplo, animar a comer a alguien que tiene anorexia, quitar el refuerzo a la comida para alguien que tiene obesidad, ayudar a dejar las drogas, desanimar el consumo de drogas en alguien que tiene una predisposición genética o ambiental. Y también hace pensar en el “soma” de “Un mundo feliz” pero como en otros aspectos, la Ciencia nos da herramientas y es tarea de los humanos decidir si se usan para buenas causas o para malas. A nosotros nos toca decidir.

Para leer más:

José Ramón Alonso

CATEDRÁTICO EN LA Universidad de Salamanca

Neurocientífico: Producción científica

ORCIDLensScopusWebofScienceScholar

BNEDialNetGredosLibrary of Congress


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