El cerebro del burro

Cada pensamiento, cada idea, cada memoria, cada deseo, cada sentimiento, cada decisión y todas las acciones que decidimos llevar a cabo parten de la actividad de las neuronas de nuestro cerebro. Los resultados de esas pequeñas corrientes eléctricas y esas diminutas cantidades de mensajeros químicos están a nuestro alrededor: la música de Cesaria Evora, el MacBook Air, la alegría de mi ahijada al abrir un paquete, la Venus del Espejo de Velázquez. Todo eso lo realizan las células del cerebro humano gracias a sus conexiones sinápticas.

De todas las estructuras encefálicas, la más moderna y la más “humana” es el neocórtex o neocorteza. Esta región cerebral ha tenido un desarrollo excepcional en una especie de mamíferos: la nuestra. La neocorteza envuelve y recubre el resto del cerebro como una enorme cúpula. Los otros primates deben pensar que somos unos animales horrorosamente feos: sin pelo (en realidad con un pelo muy fino, el vello, en la mayor parte del cuerpo) y con un cabezón gigantesco y globoso.

En el cerebro humano, el neocórtex, lo que vemos al abrir un cráneo, ocupa más del 80% del volumen y es ahí donde residen las llamadas funciones superiores: el pensamiento, la consciencia, la acción voluntaria, la percepción sensorial, el lenguaje. Es sorprendente porque la estructura básica del neocórtex en todos los mamíferos de un ratón a usted (¡o a mí!) es muy parecida y está determinada por la distribución en seis capas de unos pocos tipos de neuronas excitatorias e inhibitorias, organizadas siguiendo unos principios comunes de conectividad. El cómo jugando con un número básico de elementos se puede construir algo tan complejo como un sueño no es fácil de explicar, pero quizá si pensamos en estas letras que yo escribo y usted lee, lo podamos entender. Solo uso 28 letras y unos pocos símbolos (espacios, comas, puntos, números,..). Con esos elementos, combinados y conectados entre sí, se forman las palabras (un número limitado también, pero mucho mayor: el diccionario de la RAE de la 22ª edición (2001) tiene 88. 431 “lemas”. Para la siguiente edición (23ª), se han añadido 845 y se han eliminado 222, así que tendríamos unas 89.054 palabras diferentes en la lengua española. La combinatoria con sentido de esas palabras nos dará un número finito pero astronómico de posibilidades de libros, informes, cartas, conversaciones,… que completarían aquella asombrosa Biblioteca de Babel imaginada por Borges.

La gran cantidad de funciones desarrolladas por la neocorteza y su importancia para la supervivencia del individuo y de la especie han hecho que la evolución “pidiera” más neocorteza (En realidad, la evolución no pide nada ni sigue una dirección, tan solo selecciona a los mejor adaptados en cada momento). Para eso, han sucedido dos cambios enormemente llamativos: uno ha sido dotar a la neocorteza estructuralmente simétrica de una asimetría funcional. Es decir, los dos hemisferios cerebrales parecen iguales pero hacen cosas diferentes; por ejemplo, el área del habla solo está en el hemisferio izquierdo mientras que en el hemisferio derecho se localizan funciones como la comparación de números o la entonación del lenguaje. Al hacer eso, se consiguió un beneficio (el doble de capacidad de procesamiento cerebral) y un riesgo (si una zona se daña en un hemisferio no hay la otra mitad que actúe como reserva, como mecanismo de seguridad, con lo que la función probablemente se pierde). El segundo ha sido formar las circunvoluciones cerebrales. En palabras más sencillas: plegar la corteza. Los surcos o fisuras (sulci) y las circunvoluciones (gyri) de la neocorteza dan a la superficie cerebral su característico aspecto plegado, parecido a una nuez. Con eso, con el mismo volumen de cabeza, ha conseguido mayor superficie cortical. Parece que si la cabeza de un bebé fuese un poco más grande, muchos partos terminarían con la muerte de la madre y el niño por imposibilidad física de atravesar el canal pélvico. Por tanto, con los surcos de la neocorteza se ha conseguido más superficie cortical sin aumentar el volumen total del encéfalo.

Algunos niños nacen con lisencefalia. Sus cerebros o parte de ellos no tienen plegamientos en la neocorteza. Ello se debe a una migración defectuosa de las neuronas desde el interior del cerebro hasta la superficie. La lisencefalia puede deberse a infecciones virales de la madre o el feto, a falta de aporte de oxígeno en la fase inicial del embarazo o a problemas genéticos. Desgraciadamente, muchos de estos niños tienen un profundo retraso mental y mueren antes de cumplir los dos años.

Erasístrato, anatomista y médico personal del rey Seleuco I de Siria, que vivió entre el 304 y el 250 antes de Cristo,  predijo certeramente que las circunvoluciones del cerebro estaban relacionadas con la inteligencia. Él había distinguido los nervios motores y los sensoriales y fue el primero que hizo una descripción detallada del cerebro y del cerebelo. Sin embargo, Galeno no estuvo de acuerdo. Él consideraba que la temperatura del cuerpo del pensamiento (“fuese ese cuerpo el que fuese”) tenía mayor asociación con la inteligencia que las circunvoluciones. Un argumento de peso empleado por Galeno, que fue una de las primeras personas que hizo disecciones y experimentos con animales, fue que el cerebro ¡de los burros! era enormemente complejo, con una superficie muy plegada. Y es que en tiempos de los romanos, al igual que ahora, a pesar de lo simpáticos que son, un burro no era el mejor ejemplo para referirse a un ser inteligente. Como dijo Shrek a Burro “Sabes, quizá hay una buena razón para que los burros no hablen

José Ramón Alonso

CATEDRÁTICO EN LA Universidad de Salamanca

Neurocientífico: Producción científica

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